miércoles, 20 de abril de 2011

DESVIACIÓN.


DESVIACIÓN.



Ya no es lo mismo caminar por las calles de esta ciudad,
la gente ha transmutado en gélidas sombras. Oscuras, oscuras y sin ritmo,
por el temor a ser detectadas por el rayo fugaz  asesino,
sombras flotantes, sin ojos ni oídos, sombras sin manos ni piernas,
tan solo masas de miedo, moviéndose en tumbos sin dirección.
El silencio es el ruido que taladra nuestros cerebros,
las construcciones derruidas o abandonadas nuestro Edén,
las voces se han vuelto balbuceos pegajosos e inaudibles,
y los niños, los niños han dejado de existir, ahora son adultos en un disfraz infantil,
que con miradas penetrantes e interrogantes, sé preguntan sin poderse responder,
¿qué pasó? ¿qué está pasando? ¿qué más pasará?
Apenas susurrando piden lo que no hay,
por supuesto, siempre y cuándo las ráfagas de muerte los dejen susurrar.
Los silbidos de los plomos, son el canto de las aves que ellos no han podido conocer,
y el ulular de las sirenas, su canción de cuna,
saben que hay qué esconderse debajo de la cama, o en el rincón del baño,
y con sus manitas taparse los ojos para qué nadie los vea y les haga daño.
El llanto de miedo lo han escondido muy dentro de ellos,
uno que otro lo suelta inconscientemente como gritando ¡basta!.
¿Los jóvenes? Siguen siendo una especie en peligro de extinción,
los menos; con su doble cara juegan al creador.
Los otros, buscan; no queriendo encontrar a los seres queridos, tirados en cualquier calle,
o lo peor de todo quietecitos en un cajón, calladitos sin poder decir adiós.



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