jueves, 29 de agosto de 2013

La evacuación




Al despertar, nos dimos cuenta que estábamos atrapados entre un rebaño de ovejas con grandes garras y colmillos, además de algo parecido a un casco que les oprimía la cabeza,  que hacía se les saltaran los ojos, y con esto verse más amenazantes. Sentíamos cómo nos envolvían con su vaho, que no nos dejaba respirar con libertad. No berreaban, más bien gruñían.
            La escena era la más terrible pesadilla, y sin embargo para nosotros una espantosa realidad; ninguno de los dos hizo por moverse o hablar, era como si nos telepatizáramos… de alguna manera intuíamos que si lo hacíamos sería el fin, era increíble cómo sólo con mirarnos, nos dábamos un poco de valor; además era lo único que podíamos hacer sin que las bestias lo notaran.
           Tal parecía que fuéramos las más débiles criaturas del reino animal, aunque, ¿qué podíamos hacer en tan desventajosa posición? ¡Nada! Simplemente nada más que esperar un verdadero milagro, pero ¿qué clase de milagro, si éramos ateos? Juro que en ese momento deseé ser creyente para al menos tener alguna esperanza, pero obviamente no era el lugar ni el momento para una conversión, ¿o sí?
Total, qué importaba en estos momentos de angustia, creer o no creer, si lo que más deseábamos en ese instante era que esas espantosas bestias se alejaran lo suficiente para poder escapar… ¡Pero no! Al parecer gozaban con nuestro miedo, con la cara de susto que tendríamos, como si estuvieren viendo o esperando algún acto circense.
¡Maldita la hora en que despertamos! Tal vez hubiese sido mejor no hacerlo, y que nos creyeran un desecho de la naturaleza; probablemente habrían pasado de largo sin fijarse en nosotros, y no estaríamos a su merced como ahora, ¡maldita sea! Por estar ensimismado en mis pensamientos no me di cuenta que la cabeza de una de ellas casi me rozaba la cara; lo noté al momento que me cayeron sobre el rostro unas gotas de su asquerosa baba.
El instinto de supervivencia hizo que no gritara y continuara inmóvil al sentir ese líquido espeso, verduzco y quemante; sobre todo quemante. El dolor era  insoportable, parecía como si fuese abriendo un surco por donde pasaba. Busqué con la vista y comprobé que no era el único que estaba sufriendo el tormento; pensé cerrar los ojos pero no lo hice, pudieran notarlo las bestias y quién sabe qué pasaría. La pregunta obvia y estúpida que daba vueltas en mi mente era, ¿qué hice para merecer esto? ¿Por qué a mí? Luego de unos momentos sentí cómo se iba enfriando la baba, porque ahora parecía como si tuviese en la cara una capa de hielo, ¡pero aún quemante!
Ya ni siquiera me acordaba qué carajos hacíamos en este lugar; lo cierto es que estábamos aquí, y en una muy delicada situación. Bueno, no tenía ni idea del tiempo transcurrido. De pronto un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, luego se repitió por cuatro veces hasta que con mucho esfuerzo descubrí el porqué; alcancé a ver, forzando mucho la vista, que una de las bestias me rozaba con su pelambre que parecía como puntas de cable electrificado, ¡oh Gran Espíritu, ayúdame! ¡Madre Tierra, trágame! ¡Jehová, arrópame! Me di cuenta que ¡estábamos desnudos! ¡completamente encuerados! ¡rodeados por animales infernales y en medio de no sé dónde! Apiádate de nosotros, luz de día; ahuyenta a estas bestias por favor.
Ya que ni se inmutaban, ni mucho menos se sentían aludidas… perversas, horribles, mal nacidas, engendros, o lo que sean, ¡ya váyanse y déjenos en paz!, o de una vez acaben con este martirio y hagan lo que vayan hacer.
Aunque nunca lo deseamos, creo que nuestro destino estaba ya escrito y a punto de ser leído. Acabar nuestros días en el estómago de un animal. Al darme cuenta que estábamos sin ropas comencé a sentir frío en todo el cuerpo a pesar del sol, así como las extremidades tiesas y acalambradas por dentro; era como si en vez de huesos tuviese algún tipo de conductor metálico por el que corriera alguna sustancia corrosiva. De pronto sentí una picazón en las plantas de los pies y sin mucho esforzarme intuí que eran las pezuñas de una de las bestias que se movía.
Para colmo de males llegaron las sombras y con ellas, la ceguera casi total, ya que lo único que veíamos era a esas malditas bestias que parecían no tener ninguna prisa de nada; con la oscuridad los ojos se les tornaron en un color amarillo horrible. El frío era ya más intenso, tanto que yo sentía que me congelaba y moriría de hipotermia; me sentí desfallecer, dejarlo todo a la suerte  ¿suerte? ¡a lo que sea! Ya no importaba mucho lo que nos pasara, no teníamos ninguna posibilidad, ni siquiera podíamos movernos, ni aventar un grito asusta-perros, ¡qué indefensos somos en realidad, cuánta falta nos hace la ropa, las armas; no somos nada ante la naturaleza.
       Comenzó a nublárseme la vista, todo me daba vueltas, además un asco insoportable se apoderó de mí; era tan fuerte que hasta me olvidé de las bestias, de sobrevivir. Perdí la noción del tiempo y de mi cuerpo también; deseé incluso no haber nacido, pero desgraciadamente estaba ahí. Todo se volvió completamente negro, las bestias desaparecieron de vista, pero el asco y el dolor estomacal se acrecentaba a cada momento. Un olor nauseabundo se apoderó de mis fosas nasales, mientras una leve sensación de calor crecía en mi congelado y maltrecho cuerpo; poco a poco se me fueron aclarando las pupilas, hasta que pude ver lo que parecía un atardecer; lo que efectivamente comprobé al aclarárseme un tanto la mente… pude ver a mi alrededor y vi que estábamos en campo abierto, y que de las bestias no había ni rastro; estábamos solos tal como habíamos llegado, seguía acostado en posición fetal esperando que el olor se fuera, ya que el asco y el dolor me habían dejado en paz.
                      Intenté aprovechar que no estaban los animales para incorporarme, pero resbalé, levanté un poco la cabeza para poder ver nuestros cuerpos… ¡Estábamos embarrados de nuestro excremento! ¡completamente cagados y vomitados!
Nos levantamos como pudimos, cada quién recogió sus ropas, y sin decir palabra nos alejamos del lugar rumbo al coche; a los pocos pasos volteé y alcancé a ver unos gajos de peyote sin masticar…



La rata


 Hoy es quizá un nuevo día para mí, no lo sé, no me importa; qué puede tener de nuevo éste, después de tanto tiempo de estar así. Siempre he tratado de hacer las cosas como se debe, pero al comenzarlas enseguida se me viene a la cabeza, ¿y para qué? de todas maneras nada va a cambiar, tal vez ése ha sido mi error, pero, en realidad ¿quiero que mi vida cambie? Es tan difícil decidirlo, ya estoy cansado de ser así, pero así soy, qué voy a hacer, si hasta creo que así soy feliz, ¿soy feliz? En realidad no sé si soy feliz, pero qué importa si lo soy o no lo soy; todo este tiempo, he estado contento en esta bodega, que gracias a no sé quién abandonaron; lo retirada que está de la ciudad la hace más placentera para mí, no tengo que lidiar con los  chismosos que pululan por doquier, no le doy cuentas a nadie, y a nadie le importa si me la paso echado todo el día rascándome los huevos, y vaya que me los rasco, me da mucha comezón, tal vez sea porque… como que soy alérgico al baño; bueno, eso de bañarme es mucho decir, ya que solamente meto mis manos en algún arroyuelo o charco, y me froto la cara y los sobacos; me interesan mucho éstos, porque hay veces que estoy acostado, y he notado que el perro callejero que en veces me acompaña, se levanta y se va dando gruñidos, como si estuviera enfadado… lo bueno es que siempre regresa, tal vez si no lo hiciera le extrañaría; la verdad es que soy interesado, ya que lo echaría de menos por el calor que me proporciona cuando se echa a mi lado, aunque también he estado pensando que es él quien me ha compartido algunas pulgas y garrapatas que he tenido que arrancarme, y con mucho dolor, de mi pelo púbico, pero ¿qué más da? al menos de esa manera me siento vivo, me siento necesario, pero también me pregunto, ¿y para qué sentirme vivo en este mundo de mierda? En fin, sería estúpido de mi parte ponerme a descifrar el mundo… mejor así lo dejo como está.
Confieso que ha habido veces en que he robado la comida que consigue el perro; la primera vez que lo hice quise sentir asco, pero me dije, ¿o comes, o sientes asco? Por supuesto preferí comer; cuando me siento con suficiente fuerza voy hasta el centro de la ciudad a mendigar, es difícil y agotador ya que la gente se resiste a dar, aunque les aviente uno por delante “por el amor de Dios”; tal vez sea por mi aspecto, que les da miedo o repugnancia, pero ¿qué quieren? ¿que me ponga saco y corbata, o que me bañe y use jabón? seguramente me lo comería, y ya me imagino a mi acompañante el perro, saltando y ladrando, tratando de agarrar las pompas cada vez que me echara un pedo, y vaya que me los echo de vez en vez; me gusta oír cómo suenan, a veces pienso que son como lamentos, son divertidos, sobre todo cuando hay gente a mi alrededor; las mujeres mueven la cara hacia un lado, como si alguien se las jalara con un cordón, los hombres aprietan los labios como culito de gallina y los juntan con su nariz; se ven cómicos, me divierten mucho… a lo mejor se dan cuenta, pero no me importa; quizá por eso no me dan ni un cinco, o porque no lo tienen, la mayoría quiere aparentar ser quien no es; y los que son, que no lo son… tal vez  el mundo no tenga culpa de lo que se piensa de él, pero le tocó cargar con nosotros; en veces consigo unos cuantos pesos, que me alcanzan para un poco de pan y algunas frutas a medio podrir, mi estómago está acostumbrado, sabe que si replica, lo castigo con no darle nada por varios días; en cuanto puedo, me retiro a mi lugar, como dije no me gusta la gente, ni yo le gusto a ellos, por eso yo me voy, no soy como esa gente que aunque esté retortijándose por dentro, se aguanta en un lugar aunque sepa que es despreciada, y todo por interés; estoy contento por el mal rato que les hago pasar, también ellos me lo hacen pasar a mí, y no me quejo, ni hago caras, qué me importa pues lo que ellos piensen , si es que piensan; no me importa, porque desde hace tiempo no sé lo que me importa, ¡bah! Que los parta un rayo, o dos, a mí que más me da; como dije, cuando consigo algo de alimento me retiro a mi lugar, porque sé que con lo que llevo, voy a estar varios días en tranquila soledad, sin tener que ver a nadie; bueno, al perro, aunque no me visita a diario, y cuando no quiero verlo, sólo me basta con aventarle una piedra en el hocico para que desaparezca por varios días… a veces me da lástima, pobre, está tan solitario como yo, pero luego me digo, ¿y por qué he de sentir lástima por un perro, que ni es mío, ni tampoco yo lo llamé?, y si lo hubiese llamado ya lo habría corrido, ¿por qué habría de hacerme cargo de él? La última vez que le di con una piedra tardó semanas en regresar, esa vez hasta me asusté un poco… iba sangrando mucho; yo pensé que le había reventado un ojo, pero luego pensé que así sería más fácil robarle la comida… me di cuenta que el susto no era por si volviera o no, sino quién me iba a proveer de alimento cuando no tuviera fuerza para levantarme y caminar; que, bueno, si lo hubiese matado no sería mi culpa, él vino solo, yo nunca lo invité… pero a pesar de todo yo creo que hemos trabado una amistad, él aguanta mis pedos, y yo sus eructos, que para ser honestos son más apestosos; yo creo que él se ha dado cuenta, porque hay veces que no estoy de ganas y en cuanto agarro una piedra, sale huyendo… muchas veces he pensado que es un cobarde, yo creo que por eso está lleno de pulgas y garrapatas; saben que es un perro cobarde y lo aprovechan, aunque ellas son iguales porque no se atreven a montar otro perro… cobardes, estoy rodeado de cobardes; tal vez deba de correrlo definitivamente, ¡cobarde!
Aunque a decir verdad, a mí qué me importa lo que sea… es su vida y su dignidad; ya bastante tengo con preocuparme por mí, y en realidad ¿me preocupo por mí? ¡Bah ¡qué importa! a veces he pensado ¿qué será la muerte? para luego pensar ¿qué es la vida? qué me importa lo uno o lo otro, de todas maneras no lo voy a saber; a lo mejor estoy casi muerto y por eso me teme la gente, o estoy casi vivo y por eso no los soporto. Qué caso tiene que piense en ello, qué caso tiene que piense tanto, me fastidia ponerme en esta situación; lo único que gano con ello es no poder dormir, tengo que pasarme la noche de mal humor por la falta de sueño, aunque cuando no duermo, me doy cuenta que no estoy tan solo como creo; de no sé dónde, sale una rata que se la pasa rondando el lugar, da unos pasitos lentamente y luego una breve carrera, como si jugara a las escondidillas… ahora sé quién se come los pocos desechos que hay por aquí regados; también creo que es ella la culpable de la mordida que recibí una vez… a lo mejor no fui de su agrado, rata malagradecida, ¿pues qué quería? ¿que supiera yo a qué?, una noche de éstas la he de agarrar, y no le voy a dar una mordida, me la voy a tragar para que se le quite lo orgullosa, ¿qué pensaba? ¿que me iba a quedar de brazos cruzados, o qué? estúpida rata… siempre creí que me eran indiferentes ¡pero no! Me caen mal, las odio, se ha estado burlando de mí desde siempre; se come mis desperdicios sin mi permiso, ocupa mi espacio, se roba mi soledad, maldita rata… no sabía que las odiaba, pero ahora ya lo sé, bueno, pero ¿y si ella me odia también? ¿cómo saberlo? ¿qué me importa si me odia o no? es su problema; el mío es cogerla y comerla, o mejor la mato y que se la coma el perro; a mí nunca me han gustado las ratas ¿Y si no se la quiere comer? ¡Lo mato y me lo como! Pero ¿y luego? me quedo sin nada… a mí nunca me ha gustado la carne de perro; es más, no me gusta la carne ¡bah! Que hagan lo que les dé la gana, ¡sí! que hagan lo que les dé la gana ¿Y yo? ¿quedo ofendido y apaleado? eso sí que no lo puedo permitir. Aunque a decir verdad, qué me importa lo que piensen una rata y un perro; no sé por qué siempre me pasa lo mismo… ya se me fue el día, y no me levanté; todo se me fue en contarme lo que hago, y no sé para qué ¿a quién le importa? A mí no…


Las bolas



¿Y usted cómo se gana el dinero? fue la primera y única pregunta que salió de las fauces del agente vestido de azul, semejando a un humano a cargo de la ventanilla.
“Dinero”, única palabra que revolotea en las cabezas de estos seres, cual si fuera un pájaro atormentado en una jaula; ¡dinero! ¡dinero! ¡dinero! Pobres, no se dan cuenta la tristeza que causan, ante la gigantesca dependencia que tienen de algo que en realidad no tiene valor; no notan  que son unos autómatas al servicio de un patrón, que los maneja y se mofa de haberles robado la voluntad, de haberse apropiado de sus almas, que es lo único que los distingue de cualquier otro animal; que les cuelgan en la cintura y donde se pueda, objetos y artefactos como si fueran arbolitos de navidad, que les dan un diploma o una placa por haber sido el peor, ¡sí, el peor! Porque los buenos no sirven a su colección; pobrecillos, qué lástima me dan.
Yo cuando era niño hasta les tenía temor, los veía con sus caras petrificadas, heladas, caminando con la vista en alto, mirándote hacia abajo; no sabía entonces que eran como robots, que les habían lavado y secado el cerebro, y esa mirada fija y caída, era por una pija mal puesta en su interior.
¡Yes, sir! ¿Can I lick your balls? ¿Or do you prefer your shoes?
¡Yes, sir! ¡Yes, sir! ¡Yes! ¡Yes! ¡Yes!... Mmmmm ¡YESSS!





Las hojas secas


El crujir de las hojas secas del álamo en otoño.
Al pisarlas me transportan a tiempos pasados,
cada sonido es un destello de un recuerdo olvidado,
y su color casi dorado, evoca a los espíritus de luz,
que siempre nos han guiado y cuidado.




Los niños del pueblo cercano a la montaña


Ten paciencia. Que no todo lo que ves, es como crees; ni los ruidos que escuchaste son lo que piensas. Yo no he tenido nada que ver con esto, es más: ni siquiera imagino cómo pudo suceder… todo estaba tal cual, todos los sonidos salían del sombrero que ves ahí.
Ya sé que no lo crees, pero te juro que todo venía del interior de él; además, ten en cuenta que era el sombrero que utilizaba el mago en su espectáculo. Sí, sí; ya sé que es difícil de dar crédito, pero al menos date el beneficio de la duda, ¿qué ganaría con mentirte?, y te aseguro que estoy tan atónita como tú; yo también entré a su camerino, y bueno, si es que a esto se le puede llamar así. Me extrañó que no saliera a tomar café con nosotros. Ni siquiera cuando estaba  enfermo faltaba, era como un ritual para él. Tienes razón, Carlita.  Por eso, al no ver a ninguno de los dos alrededor del cajón que nos sirve como mesa, decidí buscarte; y se me hizo más extraño aún que no estuvieses. Pensé que me habían abandonado, me dije “los dos únicos amigos que tenía se han cansado, y me han dejado, en esto que queda de lo que fue un circo”, ¡sí señor!
Aunque ya no lo parezca, pero éste fue un gran circo, ¡un gran circo! Entonces oí esos ruidos; lo primero que pensé fue que finalmente la jaula del gran león había cedido al ataque de las termitas, pero luego recordé que lo único que quedaba de ésta, eran tan sólo los barrotes; la madera nos había dado calor en invierno. Así que me dirigí directamente aquí, y ¡qué es lo que veo!... A ti, con los zapatos del gran Kálin en las manos, y sus pocas pertenencias regadas; su camastro patas arriba, y su sombrero en el suelo.
En verdad, Carlita, que si no viste algo -cualquier cosa -nos vamos a volver locos tratando de encontrar una explicación. ¿Tú qué crees que haya pasado? No sé, dijo Carlita, pero ahora sí creo que en realidad Kálin era un mago. ¡Por favor! ¿cómo puedes decir eso? Tú que algunas veces fuiste ayudante en su espectáculo, y sabías cómo montaba sus trucos... Precisamente por eso lo digo, porque me tocó ser parte del truco; yo misma nunca me expliqué cómo los hacía, no te lo dije porque sabía que no me creerías; Kálin me decía que era magia, pero yo pensaba que me distraía, y por eso no me daba cuenta cómo le hacía. Acuérdate que al poco tiempo de la última función, no teníamos para comer, y ¿quién consiguió alimentos? ¡Fue él!
Pues sí, pero acuérdate que vendió su smoking. Bueno, eso dijo él, contestó Carlita, porque lo que se ve bajo el colchón de su cama es un smoking, ¿o no?, y que tu y yo sepamos, era el único que poseía. Además, en otra ocasión dijo que había cambiado su bastón y su capa por medicamentos para mí, y lo que está recargado a un lado de la puerta es un bastón, ¿o me equivoco? Tienes razón, Carlita, pero ¿por qué nos mentiría entonces? ¡No! él nunca nos mintió, lo que pasa es que nunca le creímos -que es diferente-, siempre nos decía que no perdiéramos el poder de admiración, que no abandonáramos al niño que llevamos dentro, porque entonces veríamos al mundo como los adultos lo han moldeado y así no es; no volveríamos a ver nuestro circo como una vez fue, perderíamos la ilusión y la esperanza, porque lo material nos atraparía de por vida; decía que las cadenas de la desilusión y la amargura se adherirían  a nuestras carnes hasta no poder arrancarlas...
Entonces, ¿estás tratando de decirme que lo que ocurrió aquí fue magia? ¡Pues sí! esa es la verdad; he estado tratando de dártelo a entender, pero tú nunca has querido escucharme ni saber nada de nada, te la pasas renegando por todo y con todos… si yo hubiese tenido valor habría hecho caso de Kálin, y seguramente estaría donde él. Claramente nos dijo que entrando el verano se iría. ¿Y qué hicimos? No creerle, y ¿cómo íbamos a creerle? A alguien que por su edad aún tenía sueños, que siempre sonreía y que se preocupaba por los demás. Y ¿cómo íbamos a creerle a quien decía que su magia era para alegrar a los pequeños y volver por momentos niños a los adultos?, acuérdate la cara de admiración de los papás cuando Kálin sacaba hadas de su sombrero, o el duendecillo que aparecía de pronto en la bolsa de su smoking; tú siempre quisiste saber cómo lo hacía; él te contestaba ¡es magia, mi querido Gorgorito! Mas creías que no te lo decía por egoísta, pero no, no estábamos preparados para creer.
¿Qué me dices del conejo que sacaba de su sombrero?, nunca era el mismo; ¿y cuándo vimos alguno en su camerino? ¡Nunca! A él siempre le molestó ver animalitos tras las rejas; qué no te acuerdas que lo veíamos a medianoche junto a la jaula de Poncho el león, platicándole y diciéndole lo mucho que le dolía verlo así, mientras Poncho le lamía la mano. ¡Claro que te acuerdas!, pero siempre has sido un cabeza dura; nunca le perdonaste que los niños lo buscasen más que a ti. Pero a pesar de todo, yo sé que te duele tanto como a mí que no esté. Tienes razón, Carlita, siempre fui demasiado egoísta y vanidoso; cómo iba a soportar que lo prefirieran más a él que a mí, ¡el gran payaso Gorgorito! Desgraciadamente, uno se da cuenta cuando las personas ya se han ido, cuando ya no hay remedio; cuando ya no se les puede decir lo mucho que te hacen falta. Dime la verdad, Carlita, ¿que viste? ¿Por qué tienes el zapato de Kálin en tu mano?
Está bien, Gorgorito, te voy a contar lo que vi, pero a la primera señal de incredulidad de tu parte, me callo. No, no; te prometo que no voy a interrumpir ni a cuestionar, ya voy entendiendo eso del niño interno al que se refería Kálin… y qué contrariedad, Carlita, ¡debí haber sido yo quien dijera eso! Pero estaba más absorto en la taquilla que en lo que era: ¡el gran payaso Gorgorito!
El gran payaso Gorgorito… el gran necio, qué… eso es lo que he sido, qué... perdón Carlita, perdón,  pensaba en voz alta; ahora sí, mira: chirrín-conchín, mis labios se han sellado. Y dijo esto juntando el pulgar y el índice, pasándolos suavemente  por encima de los labios.
Entonces escucha, -dijo Carlita -me cepillaba el cabello antes de salir a buscarlos cuando escuché unos ruidos extraños que salían del camerino de Kálin; pensé que estaba haciendo algún experimento con un instrumento musical, pero de inmediato me acordé que la trompeta que tenía, la había vendido para comprarnos un regalo en Navidad. Así que dejé el cepillo sobre el peinador y salí, me acerqué a su puerta, y como nunca la cerraba, la abrí un poco, hasta donde pudiese ver algo; estando ahí, los ruidos ya no eran tal, sino que era una especie de tintineo, mezclado como con el ruido que hacen las olas del mar al chocar con las piedras… también se escuchaban muy a lo lejos unas vocecillas que no sé qué decían. Kálin se veía feliz; no parecía que se acabara de levantar, sino como si estuviese llegando de una gala, sólo que descalzo. Cantaba una canción que nunca le había oído mientras miraba fijamente la boca del sombrero; de pronto, extendió los brazos y los comenzó a agitar como si fuese a volar.
En ese momento entró por la ventana una luz que iluminó por completo el lugar; yo cerré los ojos por un momento ya que era tan intensa que me lastimó; al abrirlos vi cómo la luz se fue por donde vino, y Kálin seguía ahí, sentí cómo entraba una neblina color azul; te juro que atravesó mi cuerpo. Por un momento creí que estaba entre las nubes –bueno, nunca he estado, pero así se debe de sentir -. Kálin se puso el sombrero y entonces se lo volvió a quitar para depositarlo a sus pies; la neblina desapareció, todo quedó en silencio, el sombrero comenzó a girar mientras Kálin alzó los brazos y levantó la cara al cielo; de su sombrero salían  rayos de colores, que conforme aparecían iban envolviéndolo, todo a su alrededor daba vueltas. Lo vi decirme adiós con su mano. Luego desapareció… bueno, entró al sombrero. Gorgorito, que no había abierto más que los ojos mientras Carlita hablaba, soltó un fuerte suspiro, y se dió un golpecillo en la frente con la palma de la mano mientras decía: “debimos haberle puesto atención, Carlita, debimos haberlo tomado en serio. Pero ya es tarde, demasiado tarde, Carlita. Él ya se ha ido para siempre… Arreglemos y dejemos las cosas como él las tenía; al menos así, cuando veamos su camerino,  pensaremos que salió de paseo”. Acomodaron y limpiaron, sobre todo con mucho esmero, el sombrero y el bastón.
La rutina de tomar café siguió; servían las tres tazas como siempre, sin embargo, lo que no se explicaban era que al día siguiente la taza de Kálin estuviera vacía; se la pasaban haciendo conjeturas sobre el hecho: que si un gato, que si las palomas, que si un duende…en fin. El tiempo siguió su curso; Carlita y Gorgojito, aunque ya encorvados y totalmente canos, nunca se olvidaron de su amigo… Hasta que una mañana no aparecieron más; el cajón que servía de mesa se quedó con tres tazas pidiendo un sorbo de café; el mástil de la carpa estaba inclinado, como quien está triste y se siente desfallecer. Nadie en los alrededores supo qué pasó. La duda quedó, no hubo explicación, nadie entendía lo que contaban los niños… que una madrugada se escuchó, allá por el viejo circo, como que grandes olas del mar chocaban con la montaña…
      



                         "Mi amigo"




Entre más me alejaba, más claros eran los recuerdos,
más intensos también los pasajes que iba dejando.
El lazo afectivo que pensé estaba roto, se volvía tenso y pesado como un cable de acero; mis pasos firmes y seguros, eran ahora lentos y torpes, como si caminara sobre barro anegado. Mis brazos, en un principio bien acompasados, se habían convertido en un par de remos sin ritmo. Mis oídos casi atrofiados por cacofonías, ahora sólo escuchaban  la voz de seres queridos.
Mi vista, siempre al frente, pero en lucha constante
por voltear atrás.
En mi mente, danzaba la frase ¡lo voy a lograr!
Pero mi boca gritaba cada vez más fuerte, ¡ya no puedo más!
Creí tener acorazado el pecho, pero mi corazón me dolía como si lo atravesara una de las flechas de San Sebastián.
Me sentí atado al poste de la hoguera, me sentí sin fuerzas,
me sentí vacío… me desvanecí….
No sé cuanto tiempo pasó. En el momento de abrir los ojos,
 lo primero que vi, fue el dulce rostro de mis dos hijos,
   que llorando-riendo me decían
"Papá, no nos vuelvas a hacer esto, nosotros sí te queremos; tú no eres culpable de que mamá se haya ido con tu amigo.”



Michelle



Tenía la esperanza, Michelle, de que siempre fueses mía,
pero ya ves: ante la primera prueba como pareja
te hiciste a un lado y me aventaste al pozo de la  desolación,
ahí donde todo es negro,
ahí donde el agua es fría y las paredes resbalosas,
ahí donde apenas se puede respirar.
Tenia la esperanza, Michelle, de que fuésemos un solo ser,
pero ya ves: a la primer llovizna de dudas te hiciste a un lado, cerrando los ojos para no ver, dejándome solo viendo tu amor caer,
sintiendo tu par de dudas como cientos de esquirlas
clavarse en mi piel,
y tu silencio en ese momento atravesó mi alma como
trinchete de Lucifer.
¿Qué has hecho de lo nuestro, Michelle?,
¿qué has hecho de mí, Michelle?
Tenía la confianza de que nos amábamos, Michelle;
tenía la plena seguridad de tus sentimientos,
pero no era así, mi vida; no era así.
Después de habernos fundido la piel, de haber gritado en silencio
y de haber tocado el cielo… me dejas caer,
me dejas en el abismo de esta infinita soledad,
aquí donde no hay voces ni sonidos, aquí donde todo es penumbra
y sombras es todo lo que se ve, tu voz sigue taladrando mis oídos
diciendo “vete ya”.
¿Por qué, mi vida? ¿por qué, Michelle?
¿por qué haces esto, mi linda Michelle?
Tenía la esperanza de que siempre estuviésemos juntos,
mas el sueño se ha quedado truncado y el amor varado
en la compuerta de tu parecer.
¿Qué has hecho conmigo, Michelle?
¿Qué has hecho con mi vida, linda Michelle?,

Tenía la esperanza… pero también  me la has quitado, Michelle.
                                          
                                           Muros, vergüenza y mentira






Cemento, piedras, y alambradas,
MATERIALES
minas, sensores y radares,
TECNOLOGÍA
policías, soldados, y perros,
VIGILANTES
Escarnio, abuso, y terror,
dolor, abandono y muerte.
ILEGAL.

               




Ocho y diez


Serían como las ocho con quince, o tal vez las nueve de la noche; en realidad no lo sé, ni creo que importe mucho la hora exacta, no sé por qué todo tiene que rondar a eso de las ocho. Tal vez sea porque mi madre me dijo que a esa hora nací, yo no lo sé; pero si ella lo dijo, así debe de ser, y no creo que haya alguien que refute esto, a menos de que esté dispuesto a perder algunas piezas dentales. No lo creo, la gente no es estúpida, se hace, para tragar a puños, bueno, no es estúpida ¡pero hay cada bestia! que lo único que le hace falta es babear. Porque berrear lo hacen muy bien.
Total, no sé por qué me pongo a pensar en ellos, si la gente nunca ha pensado en mí; y  no es que le dé importancia, sino que me da rabia tenerlos cerca…
Por eso me alejo, pero entre más lo hago, parece que les digo que me busquen, como si jugásemos a las escondidillas. ¡Estoy harto!... De tener que verles sus caras sin rostro, de tener que oírles su palabrería sin sentido. El simple hecho de tener alguien frente a mí me revuelve el estómago, y me dan ganas de golpearlo, ¡y lo hago! ¡desde luego que sí! ¿por qué habría de quedarme con las ganas? ¡ni que fuera como ellos! Me gusta ver cómo les corre la sangre cuando les golpeo la cara; sus narices son como volcán en erupción… a veces  tengo suerte, y con un buen golpe o patada en el estómago caen al suelo sin aire y retorciéndose de dolor; ya caídos, se enroscan como fetos tratando de cubrirse. Ilusos, así es como los puedo patear mejor, y oír el crujir de sus costillas, que cómo me hace sentir bien, ¡endiabladamente bien! Aunque en realidad no sé si es por verles sufrir o por el hecho de sentirme superior, ¡porque eso sí! soy mejor que ellos… A mí no me hace llorar el dolor, ni pido clemencia en ninguna situación.
¡Cretinos! Eso son, unos grandes cretinos, mal paridos. A los primeros golpes, ya están pidiendo que no los lastime más, quesque ellos no me han hecho nada, ¿que por qué lo hago? Que esto. Que lo otro, ¡bah! Deberían ser hombrecitos como yo, pero cómo lo van a ser, si ni siquiera meten las manos cuando les caigo encima. No creo que sea porque los ataco por la espalda. ¿O porque espero el momento en que más descuidados están? Y si así fuera, no es mi culpa; yo no les digo que vayan tan distraídos, ése es su problema, no el mío. Ya bastante  hago con pegarles hasta dejarlos sin sentido; además ellos son los que se topan conmigo. Si no quisieran tener problemas, tendrían más cuidado. Si ya saben que ando por aquí, váyanse por otro lado… además, así soy porque así lo quiso Dios…
 Si Él no lo hubiera querido, yo no hubiese nacido, y la gente tendría la seguridad de que no habría peligro al caminar por las calles después de las ocho y diez…





                                ‘Ora  mi guacho




   Oye guacho, no seas gacho,
 ya no te aproveches de tu arma ni de tu mala educación,
 si no hay jale pos’ no hay billete y si algunos centavitos cargo
 son pa’ comprarles su sopita a mis chavos en el cantón;
  no soy narco, ni asesino ni ratero.
 Sólo soy un bato luchón que busca trabajo,
 o al menos liebritas que me ayuden a salir de este hoyo
                               al que alguien, tal vez tu jefe, nos condenó.   Mira guacho, no te portes tan gacho
                                                 que somos de la misma sangre, aunque a ti te hayan lavado un poco la razón
                   en la peda acabamos cantando la misma canción;
los dos comemos frijoles, tortillas, chile y sal,
          acuérdate que el que te manda que nos jodas
                                                     come en el mejor restorán.
 Tú tienes tu sueldo, y si nos quitas lo poco que traemos
         Imagínate tú entonces ¿que vamos  a tragar?
 Guacha guacho, no seas gacho,
         Vamos a platicar y verás que yo no soy tu enemigo
                          ni te quiero perjudicar; te vas a dar cuenta
                                    que el que nos quiere a los dos fregar
                                        es aquél que se esconde en tu sombra,
que siendo éste tan poca cosa ni siquiera eso tiene pa’ reflejar.
                          ‘Ora guacho, no seas gacho,
 vámonos haciendo compas  ya verás cómo vamos a progresar;
‘ora mi guacho, échele poquito seso,verá que le digo la verdad.



Ósculos

       

Un beso en la frente es decente, inocente,
uno en la mejilla es amistoso, cariñoso,
en la boca puede ser de deseo o amoroso,
en la mano es de admiración, de respeto,

pero uno, una cuarta abajo del ombligo, es lujurioso.
Panquecitos con café


                                                           


Alejandra despertó temblando, sin saber siquiera por qué, no sabía si era por los fuertes golpes en la puerta, o porque sabía que su marido no estaba y algo pudo ocurrirle. Y qué tal si eran los soldados los que tocaban; les tenía miedo, eran tantas las historias de abusos que se contaban, que no se decidía  a dejar la cama. ¿Qué hago, Dios mío? ilumíname por favor. ¿Y si fueran los federales? ¡Ay, San Lorencito! Que no sean ellos por favor, ya ves que se llevaron al Lupillo, y hasta ahorita nadie sabe de él, ni si volverá, no, San Lorencito, que no sean ellos. Te prometo llevarte una veladora grandota  el domingo si no son ellos.
 Mientras; los toquidos sonaban con más intensidad e insistencia en la puerta. ¿Qué hago, qué hago? Siento que de los nervios no me puedo ni mover, tengo el cuerpo engarrotado de miedo, ay Diosito, ¿por qué tiene que pasarme esto a mí? Y precisamente ahorita que no está Paco; pero me las va a pagar el desgraciado cuando venga, para qué me anda dejando sola si ya sabe cómo están las cosas, ¿qué tal si entran y nos andan poniendo por ahí sus cochinadas para luego acusarnos de lo que no hicimos ni somos? ¿y qué si se roban lo poco que tenemos? ni modo de acusarlos, ¿con quién, tú? ¿Y qué tal si se quieren propasar conmigo? ¿Qué voy hacer? Ni que fuera yo tan fuerte, ni siquiera puedo con el flaco de mi marido cuando llega borracho; no, no, San Lorencito, no seas malito, y que no sean ni los unos, ni los otros; es más, te prometo dos veladoras y ahora sí no me voy hacer loca con la limosnita, mira, te lo juro por Diosito tu patrón. Dijo esto haciendo la cruz con sus dedos, para luego darse unos golpecillos en el pecho.
La puerta se oía como si se fuese a caer; ya no eran toquidos, ahora sonaba a manotazos. ¿Qué hago, qué hago? ¿Salgo corriendo por la puerta del patio, o abro? ¿Qué hago, qué hago? ¡Paco, Paquito, ya verás cuando llegues! ¿Y qué tal si son los municipales y te andan buscando? ¡No, no! ¡Císcalo, císcalo, diablo panzón! Pero qué estúpida soy, ¿cómo se me ocurre pensar eso?, no te creas, Ponchito; además ¿por qué te iban a buscar, si tú nunca te has metido en problemas? Pero es que ya no sé ni lo que digo, ¿cómo voy a querer que sean los municipales? como si no los conociéramos; bueno, aunque a lo mejor son los menos peores, ¡sí, cómo no! Como si no supiera yo cómo nos han tratado siempre. ¡Ay! No, Diosito, que no sean tampoco ellos, ¿qué hago, qué hago, me levanto y me asomo por la ventana a ver quién es? ¿o voy primero al baño? Con estos nervios ya me dieron muchas ganas de hacer pipí ¡Ay! ¡ay! ¡ayyy!, ya se me salió un chorrito, ya me mojé el calzón, qué cochina soy;  total, ya qué, nadie me vio, además yo no tengo la culpa. Todo es por el susto.
Alejandra entró como en un  sopor, no escuchó cuando abrieron la puerta. Tampoco escuchó los gritos de queja y recriminación; menos aún, el portazo cuando ésta se cerró, ni el recuerdo a su santa madrecita que le fue dedicado con tanto furor…
¡Alejandra! ¡Alejandra! ¿qué estás sorda, o qué? Chingao contigo, ya te he dicho que no andes viendo tanto la televisión, pero no haces caso. Yo sé que las cosas están canijas, y eso de estar viendo y escuchando a cada rato a quién y a cuántos matan, te pone más nerviosa de lo que ya estás; hazme caso aunque sea una vez  Alejandra, no prendas para nada ese maldito aparato que lo único que hace es ponerte toda paniqueda, chingao, mira nomás qué fachas traes, y hasta parece que te measte, andas toda mojada de en medio; ándale, ve a cambiarte, y ahí de pasadita trae leche caliente para prepararnos café. Te traje panquecitos de los que te gustan, además, ya sé que siempre que te pones así no puedes dormir. Y  por puro gusto, Alejandrita, por puro y recochino gusto. En fin, cada quién. Ya sabes que cuando me voy a tardar siempre te hablo. Ojalá  te sirva de experiencia y sea la última vez que te pase esto.
Alejandra llegó con una taza en cada mano, llenas hasta el borde con humeante y espumosa leche, listas para ser mezcladas con un aromático café instantáneo; se sienta frente a Poncho, y ya con un semblante de tranquilidad, pregunta;  ¿cómo te fue hoy, amor? 
Bien Ale, bien; lo de siempre: lidiar con los clientes en el almacén, aunque ya ves que no falta qué rompa la rutina. Déjame te cuento; por ahí del medio día, casi cuando salíamos a comer, que se oyen varios balazos, y ahí vamos todos al suelo, y luego…



Para  Elisa




No tenía nada, ni siquiera un nombre, ya que había sido abandonado por sus padres a muy temprana edad. Sus amigos le decían “el Tantán”.
Muy de mañana salían, de las tapias donde vivían, para acercarse al centro de la ciudad y conseguir -siempre y cuando hubiera suerte -algo de comer; era una lucha diaria por sobrevivir, era triste y frustrante saber que para la mayoría de ellos su meta era llegar a los 16 años. En una situación tan precaria no se podía aspirar a más; unos caían muertos en  riña, otros tratando de escapar de la realidad se  pasaban de la dosis, tal vez la excepción de la regla era terminar tras las rejas. No cabe duda que vivían en un país  libre y democrático: tenían la libertad de escoger cómo acabar. Los días de suerte eran cuando algunos lograban conseguir algún trabajo y por lo tanto algo de  dinero, que por supuesto compartían con los demás; al menos ese día aseguraban una comida , había veces que hasta alcanzaba para llevar galletas o pan para la cena: toda una fiesta.
Un día que esto sucedió, “Tantán” salio y se sentó sobre una piedra para observar las luces de la ciudad; luego de largo rato de estar ahí, decidió que él no iba a terminar como sus amigos. Partió rumbo a la ciudad sin despedirse de ellos; además, ya estaban dormidos.
Llegó casi al amanecer, y así con sueño y cansancio comenzó a buscar un trabajo, pero lo único que encontró ese día fueron malas caras y varios regaños. Al siguiente día al despertar en el rincón que le había servido de refugio, salió en busca de alimento y tuvo la gran suerte que a los pocos metros de caminar encontró varios kilos de plátano pasado que acababan de tirar; “Mmm, riquísimos” dijo “Tantán”, esto le dio mucho ánimo, mas pasaban los días y no encontraba quien le diera un empleo a pesar que su aspecto había cambiado. Sus pobres ropas lucían limpias ya que había ingeniado la forma de asearse en la fuente de la plaza.
Fue precisamente una de esas veces cuando, al pasar frente al aparador de un negocio, vio en un televisor a un pianista que tocaba algo totalmente nuevo y desconcertante para él, pero que le impactó; se quedó como hipnotizado admirando al personaje y al extaño instrumento en forma de una caja gigante con patas. Se apagó el televisor, así como las luces del negocio: estaban cerrando, pero él seguía ahí parado como petrificado, boquiabierto y con los ojos casi saltados, además moviendo suavemente los dedos de sus manos, como repasando la melodía.
Esa noche la pasó en vela; no quería quedarse dormido. En cuanto abrieran el negocio él debía estar ahí frente al televisor; era obvio que “Tantán” no sabía que no repetirían el programa, mas él no perdía la esperanza. Se paraba y comenzaba a mover los dedos como si estuviese masajeando al viento; cerraba los ojos y movía las manos como si estuviesen posadas sobre una ola. En ese momento se dio cuenta que eso era lo que quería ser: sería su nueva vida. El problema ahora era cómo conseguir ese instrumento.
Anduvo recorriendo varias calles por algo que le sirviera para su propósito, hasta que al cuarto día vio que de una bodega sacaban varias cosas como periódicos, botellas, basura y una magnífica gran caja de cartón color azul. Los ojos le brillaron; corrió para coger la caja -no fuera a ser que se la ganaran los cartoneros-, se la llevó dando brinquitos de gusto. Esa noche se la pasó pensando en cómo hacerla sonar; se dio cuenta que no tenía los palitos blancos y negros como el de la televisión.
Se sintió frustrado y lleno de coraje; quiso llorar, pero entonces se dijo “Tantán, acuérdate que vamos a triunfar”. Una luz iluminó su cerebro y recordó que los de la papelería tiraban cosas que tal vez le pudieran servir, tomó la caja y se la acomodó bajo la axila presionándola fuerte con su brazo y caminó hacia la papelería; ya ahí, estuvo removiendo y buscando ese algo, pero no encontraba nada. Casi se daba por vencido cuando sus ojos vieron a un lado, junto a sus pies, varios trozos de gis y un crayón negro; brincó y gritó de gusto, para luego sentarse muy serio y decir en voz alta “y ahora ¿qué hago con esto?” Pasados varios minutos, y él sin quitar la vista de su caja, se dio cuenta que las luz del poste alumbraba de más una de las orillas de ésta. “¡Eso es!”,  dijo, y con mucha decisión -pero con poca precisión -trazó una raya con el crayón precisamente ahí donde más se iluminaba; luego pintó varias rayas que colgaban de la línea principal –éstas, claro, serían las teclas –y después con mucho cuidado pintó con gis el espacio entre cada rayita. Se sintió satisfecho y guardó entre sus ropas los trozos de gis restantes y lo que quedaba del crayón; comenzó a soplar el viento por lo que decidió irse a su refugio, tenía frío, pero prefirió quedar él con el cuerpo a la intemperie y resguardar su caja azul rayada con gis y crayón.
Pasaron los días sin que se volviera a ver al niño aquél.
De pronto una tarde, en un lugar distante al centro, se comenzó a juntar la gente alrededor de lo que acababan de descubrir. Se escuchaban las voces que decían “míralo, pobrecito”, “¿quién lo pudo haber abandonado?”, “al fin apareció”, “¿quién es?”
Por supuesto se referían a “Tantán” que ya no existía más… ahora era el niño del piano azul que en esos momentos, sentado sobre un bote y frente a su instrumento, deslizaba suavemente sus manos y sus dedos apenas rozando las teclas, y de su boca salía un melodioso “ta ta tá, ta ta tá — ta ta ta tá… ta ta tá”…




Pesadilla…




Hambriento y sediento, culpable de nada,
sucio y enfermo por la estructura social,
desmembrado a cada momento por los azotes de la inseguridad,
golpeado por el hastío hasta la locura,
sudando sangre hasta quedar seco, pues es lo único que me queda ya.



Pon atención




    Me dicen, que te diga, que dijeron, que no digas nada, hasta estar seguros que lo que les dijeron a ellos es verdad…
porque quien lo dijo en un principio, sólo escuchó un rumor; nadie le dijo que dijera lo que andan diciendo que dijo por ahí…
Que tampoco lo que viste nadie lo vio, que si hubieran visto a alguien, que hubiera visto lo que viste; tal vez verían la forma de verlo como tú, o al menos decir que pudo ser visto, pero no... Y que si escuchas que escucharon, tampoco es verdad; nadie escucha nada cuando no hay nada que escuchar, ni se habla la palabra que aún no se alimenta de la voz, ni se ve a quien ni siquiera Morfeo le ha dado invitación…


¿Qué es … amar?




Esto es algo que ya no se quita,
es como un escozor dentro de la piel,
como tinta china derramada sobre  papel;
es un mosquito, volando sobre tu oído,
y que no te deja descansar.
Es un piquete de hormiga en la planta del pie,
una basura en el ojo, cuando te urge ver;
un retortijón en el estómago,
cuando aún faltan metros por avanzar,
y sientes que tu fuerza no da más.
Esto es algo tan duro como la roca,
sin embargo tan sensible como una hoja,
a veces frío, a veces no, pero siempre duele;
a veces dulce, a veces no, pero siempre te deja un sabor,
es como una droga que corre por el cuerpo,
te alegra, te deprime, y hasta te puede matar.
No te das cuenta cuando llega,
hasta que ya está instalado en todo tu ser;
muchas veces no depende de ti, eso no importa,
y aunque te hagas el indiferente, o te creas muy fuerte,
siempre ahí ha de estar;
aunque lo pienses asunto arreglado u olvidado,
el tiempo te hará ver la realidad,

que esto es algo que llega y no se puede quitar
Rachmaninoffi



Él era un vampiro como todos los demás, recién llegado, obviamente de Transilvania; decidió venir a México por dos razones: la primera, y tal vez la más importante, era porque allá en su lugar de origen ya había dado fin con los donadores forzados de sangre; y la segunda porque hasta aquel remoto lugar llegaron noticias de que acá en este país corrían ríos de ese líquido rojo y pegajoso tan apreciado para su nutrición, todo un néctar para él, así que ¿qué más podía pedir?
Habiendo ya pasado inmigración y tras haber recogido su equipaje, que por supuesto sólo era un ataúd modelo 1633 clásico, se dirigió hacia la salida con la idea de tomar un taxi que lo llevara a buscar un buen lugar para descansar. Claro que no sin antes contratar un maletero que cargara con su ataúd.
¿A dónde lo llevo?, pregunta el taxista, a un buen hotel cerca del río, contesta Rachmaninoffi, que en esos momentos pensaba en qué nombre ponerse para no llamar la atención, por lo que luego de unos momentos, se dice, ya sé, de ahora en adelante seré el Conde Chupa Sangre; bravo, se dijo, ¡qué inteligente soy! Mientras, el coche se estacionaba frente a un hotel en Río Churubusco, el conde dice, ¿y el río? ¿dónde está?, estamos parados sobre él, ¿qué no ve?, le contesta el chofer un poco molesto. Pues no, yo veo el hotel, pero  no veo río con sangre; ¡Ah, quiere sangre el viejito!, le contesta el chofer. Y tómala, que le da un izquierdazo en la cara al Conde, mientras que con la derecha le arranca el medallón de oro que traía al cuello; se baja el chofer como de rayo y abre la puerta trasera para, jalándolo de los pelos, sacar al Conde del auto.
Éste, un tanto desconcertado por el recibimiento, no sabe qué hacer, por lo que el chofer antes de subirse de nuevo al auto e irse, le da una patada en la mera jeta al pobre vampiro y huye a gran velocidad. En la esquina estaba una patrulla con dos agentes, que deciden no intervenir hasta no ver qué delito perseguir; en cuestión de segundos llegan a la conclusión de que el viejo tiene la culpa, pues el taxista anda haciendo su lucha, dicen. Así que de inmediato se dirigen donde se encuentra el Conde, y que en esos momentos se levantaba dando un grito de dolor, más  moral que físico, ya que al tocarse la mejilla del lado derecho se da cuenta que le han aflojado uno de los colmillos.
A ver, señor ¿qué pasa aquí? le dicen los agentes. Que me han golpeado, y robado, a mí que acabo de llegar a este país, contesta el Conde. A ver, identifíquese; si no, pues nos va a tener que acompañar a la delegación, además se nos hace que es maricón y anda drogado, le dicen, a ver: haga un cuatro. ¿Perdón?, contesta el conde, ignorando completamente de qué le hablan. Bueno, póngase la del Puebla y asunto arreglado. ¿La del Puebla? contesta y dice, yo no sé de qué me hablan, además el del coche también se llevó mi ataúd.
¡Ah! conque  paseando ataúdes sin permiso de la autoridad competente. No, pos’ ora  sí que nos tiene que acompañar. Al ver el conde que la cosa iba en serio le sale lo vampiro, y de un zarpazo (le habían salido tremendas uñas o más bien garras en los dedos) le rasga medio pantalón a uno de los agentes, dejándole al aire sus miserias, por lo que de inmediato sale corriendo dejando una línea de pasta amarilla que le va saliendo de su penoso trasero; el otro agente logra sacar su pistola y con tan buen tino dispara, que da en el mero centro de la lámpara de la esquina. El conde tira otro zarpazo a la pierna del agente, que hace que éste caiga, el conde aprovecha y se lanza al pecho del caído con la maléfica intención de chuparle la sangre directamente del corazón, pero con tan mala suerte que le da el mordisco precisamente en la placa de policía, y con el colmillo flojo, sólo se escuchó un lastimero ¡ayyy mami, mi colmillito, ayyy!
El agente al ver esto valientemente emprende la huída, y aprovechando el reguero amarillo de su compañero lo utiliza como si fuera una tabla de surfear. El Conde se queda un tanto desconcertado, dando tiempo que los valientes y celosos guardianes de la ley logren perderse en las calles de la gran ciudad.
El Conde, que en esos momentos ya le había salido lo Rachmaninoffi, se levanta y ve con tristeza su colmillo tirado en el gris pavimento; quiso llorar al verlo, pero se armó de valor, lo recogió y lo guardó en uno de sus bolsillos. Ahora ¿qué hago?, se preguntó, y ¿qué hago también aquí?, se dijo. ¡El ataúd! gritó el Conde, ¡mi ataaúuud!
Se elevó por los aires y trató de localizar desde la altura el taxi con su ataúd; creyó que no le sería difícil dar con él, pero grande fue su decepción ya que al elevarse pocos metros del suelo, y con el smog que cubría a la ciudad, le fue imposible ver a  pocos metros de su nariz, que en esos momentos empezaba a moquearle por la contaminación; de uno de sus ojos brotó una lágrima, es de nostalgia, se dijo, al momento que soltaba un suspiro; en el instante que abría la boca para exhalar, que se le mete una mosca en la boca y con tan mala suerte en el orificio dejado por el colmillo perdido;  la única forma que se ocurrió para sacar a la intrusa fue metiéndose una de sus largas uñas, pero lo único que hizo fue matarla y meterla más profundo, por lo que prefirió dejarla ahí, ya saldrá, se dijo, cuando el nuevo colmillo aparezca, lo que nunca pasaría, ya que se lo habían tumbado con todo y raíz, además la mosca contribuiría para crearle una infección que haría que se le fueran infectando poco a poco los demás dientes.
Después de mucho meditar sentado en el cordón de la banqueta, decidió que tenía que buscar una ciudad más tranquila, por lo que se acercó a un puesto de revistas para ver los encabezados de los periódicos. Los ojos casi se le salen al ver una nota: “Continúan en Cd. Juárez los ríos de sangre”. Ahí es donde debo estar, ahí es donde debí de haber ido, ahí es para donde ahora mismo parto
No batalló para regresar al aeropuerto y ya estando ahí, indagó cuál era el vuelo a su destino; luego, utilizando su poder de vampiro, fue y se instaló en la parte destinada a la carga en el avión. Fue un viaje tranquilo aunque un poco molesto, ya que la mosca muerta comenzaba a  hacer su trabajo. Cabe aclarar que a este vampiro no le afectaba la luz solar, ni necesariamente tenía que dormir en un ataúd.
Bajó del avión sin que le vieran, dirigiéndose de inmediato a la carretera; pensó en pedir aventón y así conocer un poco el terreno, ya que su idea era sacar la mayor información de quien fuese el chofer en turno, sólo que ni idea tenía de unos armatostes que aquí circulaban, ni de la forma en que lo hacían. Pronto tendría el infortunio de conocerlos muy, pero muy de cerca. Al momento de pararse en la orilla de la carretera fue alcanzado de lleno por una rutera “Juárez-Aeropuerto”; únicamente se oyó un leve quejido, ya que éste fue opacado por el ruido del golpe del camión contra el cuerpo del Conde, ya me desgraciaron el otro colmillo, dijo mientras volaba por el aire, cayendo como a veinte metros del camión. Se quedó tirado un tanto aturdido y tapándose la boca con la palma de la mano, ¡mi colmillo, mi colmillo!, repetía con verdadero dolor. Bueno, todo sea por los ríos de sangre, se dijo para darse ánimo. En cuanto se acerque el chofer del camión le atrapo y con su sangre pagará este golpe, pensó, pobre Conde, pues antes de que terminara él de pensar, el chofer ya huía a toda velocidad.
El Conde se sintió tan mal de su suerte, que en vez de perseguir al fulano se levantó, se sacudió el polvo de su otrora negro y elegante traje, y voló hacia el cerro más cercano, para desde ahí planear cómo proceder, se dijo. Así que se dirigió al famoso Cerro Bola, precisamente a un lado de donde se lee “La Biblia es  la Verdad”.
Es la verdad, leyó en voz alta, y se preguntó, pero ¿cuál verdad? Y se quedó mirando al horizonte , hacia la ciudad. Entró en una de las cuevas que por ahí existen y se dispuso a descansar, ya que las últimas horas habían sido demasiado agotadoras, incluso para un vampiro como él.
Antes de quedarse dormido estuvo pensando en cambiar una vez más de nombre, dijo, como que eso del Conde Chupa Sangre no me ha traído muy buena suerte, desde este momento seré únicamente Ramiro, sí, Ramiro el vampi, y se quedó dormido como bebé. Incluso no faltó el dedo gordo en la boca, que de alguna manera le sirvió para suplantar de momento la falta de la pieza dental.
Pobre Ramiro, o Rachmaninoffi, o el Conde; nunca de los jamases se imaginó lo que sería de él en tierras lejanas…
Por la mañana, no se despertó, lo despertaron los gritos y golpes que recibía en ese momento; abrió los ojos y  vio a su alrededor a cuatro jóvenes que hacían mofa de él, ¿qué quieren?, les dijo, y uno de ellos por respuesta le arrebata el anillo de oro que llevaba en su mano izquierda, por supuesto la joya de familia que lo distinguía como un Rachmaninoffi. Se quiso entonces incorporar pero se dio cuenta que le habían atado, y que su capa la llevaba bajo el brazo otro de los jóvenes. En estos momentos su autoestima estaba por los suelos; qué digo por los suelos, tan nula era, que con voz apenas audible les dijo, me han hecho enojar y como vampiro que soy les voy a castigar; abrió la boca para dejar ver sus intimidantes colmillos, y la respuesta que recibió fue una cascada de burlas: no se acordaba que le faltaba un colmillo, así que lo que veían estos jóvenes era su boca chimuela. Los jóvenes emprendieron la huída cerro abajo para refugiarse en las casas que ahí estaban, esto era la orilla de la ciudad.
Ramiro, como pudo, se desató y corrió en busca de los mozalbetes, de mí no se burlan, dijo, pero cuál sería su sorpresa y frustración al no poder entrar en ninguna de las casas, ya que, o contaban en su interior con un crucifijo, o tantito peor: contaban con un gran póster del Enmascarado de Plata, El Santo en alguna de las paredes.
  Por lo que decidió volver a la cueva a replantearse la forma de actuar, esperó hasta el anochecer y salió con las primeras sombras de la noche; la iluminación artificial en esa área era nula. Como en muchas partes de la ciudad, las lámparas existen en cada esquina pero casi nunca están encendidas. Comenzó a caminar por la primer avenida que encontró y que se dirigía al centro de la ciudad; no quiso irse volando porque quería conocer el territorio, además tal vez encontrara en el camino a quién chuparle un poco de sangre, ya el hambre hacía presa de él.
De pronto vio a pocos pasos la figura de una persona, y decidió alimentarse; se quiso hacer invisible, pero, maldita sea, dijo, me falta mi capa, sin ella va a ser muy difícil que lo logre, bueno pero lo intentaré, se dijo. Como pudo se hizo delgadito, delgadito hasta estar a  un metro de la víctima, que era una señora ya entrada en años pero de buen ver todavía. Y ándale, que se le lanza atrapándola bajo sus brazos e inmovilizándola; la señora flojita, flojita, y que le tira el mordisco al cuello, y que le encaja el único colmillo; pobre Ramiro, lo que parecía un banquete sólo quedó en probete. Al momento de succionar con el colmillo casi bueno, por el orificio del lado opuesto le salía  casi toda la sangre que iba sacando. Tardó más de lo acostumbrado, y aún así no quedó satisfecho. Pero ¿cómo lo iba a estar, si el 75% de la sangre estaba encharcada a sus pies y otro 20% estaba en sus ropas?
Ahí mismo se empezó a desnudar para exprimir sobre su boca lo que pudiera salvar de su manjar; casi terminaba de hacerlo, únicamente le faltaba la ropa interior, cuando ve que se acerca un camión con varios soldados a bordo. Agarró las ropas bajo el brazo y voló a esconderse arriba de una de las lámparas, por lo que alcanzó a escuchar parte de los diálogos de éstos: aquí código rojo… otro ejecutado, no avisado… a todas las unidades acercarse… todas las unidades al lugar… formen un círculo y no se muevan… busquen pruebas y despejen calles y avenidas… repito… despejen calles y avenidas...
Ramiro, al oír esto, de inmediato emprendió el vuelo hacia el centro de la ciudad, pero con tan mala suerte, que al bajar le tocó caer precisamente en un retén militar; éstos al verlo de inmediato se les hizo sospechoso y se volcaron sobre él, le pusieron las esposas, y antes de que dijera algo, ¡tómala!… que le dan un culatazo en las costillas que le hizo aventar la sangre que acababa de tomar, ¿quién te vende la droga?, le dijeron, ¿cuál droga? contesta Ramiro, la que le vendiste a éste, y señalan a otro detenido más muerto que Ramiro. No sé de qué me hablan, yo sólo soy un pobre vampiro, les dice Ramiro enseñándoles el colmillo. ¿Ah, sí? conque un vampiro ¿no? y ¡tómala!, que le dan otro culatazo en la boca que le tumba no sólo el colmillo, sino tres dientes y un molar.
Ramiro quiso volar pero no pudo de lo débil que estaba; sin comida, ni anillo, ni medallón, ni capa y hasta sin nombre ya. Lo suben al camión y se lo llevan al cuartel donde lo meten en una celda subterránea; ahí se da cuenta que no está solo, pero también se da cuenta que no puede escapar, no tiene su capa para hacerse invisible. Las paredes y los techos de la celda son de acero; era obvio que él no necesitaba acostumbrar sus ojos a la oscuridad, por lo que de inmediato se dio cuenta que había seis personas más ahí. Lo malo es que ya estaban peor que muertos: en los puros huesos, con la vista perdida y sin poder hablar.
Maldita la hora en que decidí venir acá, dijo en voz alta, mejor hubiera probado en Hollywood como mi primo Drácula; a él sí le fue bien
Pasaron varios meses, hasta que un día oyó que abrían la celda; ya Ramiro no era ni la sombra de un vampiro -era tal vez un simple murcielaguillo –imagínense: sin probar sangre durante tanto tiempo, sin tener a quién asustar, sin su capa, sin su anillo, sin su medallón, bueno, ya hasta sin honor (en una noche de luna, cuando más dormido se encontraba, entraron dos soldados y… bueno, ya se imaginarán).
Ramiro alcanzó a escuchar que decían que lo cambiarían a una prisión de máxima seguridad; el solo pensamiento de algo peor lo hizo estremecerse. Y dijo, no más, eso sí que no, mi estirpe no puede sufrir tanta humillación; ya se me ocurrirá algo durante el traslado.
Lo agarraron entre dos y lo subieron a un camión grande, lo aventaron al piso, mientras tanto Ramiro pensaba en la forma de liberarse. Esperaba que esta vez la suerte le favoreciera; de pronto se da cuenta que el piso del camión es de madera, y se pone a levantar un pedazo con los pocos dientes que le quedan. Pero a cada salto del camión Ramiro perdía más dientes.
Ya cuando casi tenía las encías desnudas logra su cometido levantando un trozo de madera; la suerte estaba de su lado porque había quedado puntiaguda. Ramiro hizo un último intento y logra medio incorporarse entre las botas de los soldados, para dejarse caer y clavarse el madero en el corazón.
Así terminó la vida del vampiro Ramiro, también conocido como el Conde Chupa Sangre, o también como el gran Rachmaninoffi de Transilvania.
Debemos recordar que no todos los sueños se convierten en realidad.
Ni que toda realidad es como la cuentan; ésa es la verdad.


Tentación



“El olvido es una bolsa llena de recuerdos”, dijo Uriel, cuando Gabriel le pidió que ya no le recordara la situación en que se encontraban. “Quiero olvidarme de todo, y tú no ayudas. Ya sé que caímos en la tentación de la carne, que fuimos débiles, pero ¿por qué él no nos ayudó a tener la suficiente fortaleza? Siempre fuimos fieles y obedientes; sin embargo el primer tropiezo, y ya ves”.
“Sí, es triste, lo sé; pero lo hecho, hecho está. Además él no tiene la culpa, acuérdate que la decisión fue nuestra”, dijo Uriel, “pero si él presentía que algo iba a pasar debió darnos una señal”, contestó Gabriel.
“Los dos somos culpables, cargamos el mismo pecado, no lo hiciste tú solo”, dijo Uriel, tratando de confortarlo ya que para Gabriel era difícil dejar de sentirse culpable; le dijo “vamos a repasar el por qué del suceso y tal vez te haga sentir mejor”.
“No. No, ya te dije que prefiero olvidar; no quieras solucionar lo que no tiene perdón”.
“Gabriel, escúchame: lo que hicimos no es tan malo. Es más, yo creo que hicimos lo correcto; peor hubiese sido no haber hecho nada. Piénsalo con detenimiento y verás que tengo razón”.
“Estás loco, Uriel, completamente loco; si todo fuera como dices, él no nos habría castigado de esta manera tan cruel. ¡Mira que dejarnos solos en el momento que más le necesitábamos!”
“Bueno, pero ¿de qué forma querías que actuara al darse cuenta de lo que había pasado? Yo creo que hasta se portó benigno y nada rencoroso”.
“Tal vez tengas razón, Uriel, pero yo insisto en que no debió abandonarnos, y menos en este lugar tan frío y silencioso. Y todo por la tentación de la carne…”
“Basta de lamentaciones, Gabriel; mejor busquemos la forma de pedirle perdón, de hacerle ver que en verdad estamos arrepentidos y tal vez hasta seamos reinstalados, ¿o es que quieres cargar de por vida con el error? Claro que no ¿verdad? Entonces vamos encontrando mejor una salida”.
“Sí, tal vez tengas razón, Uriel. ¿Qué es lo que propones entonces?”
“Por principio, vamos aceptando que fallamos a su confianza y que no volverá a pasar, que por más ganas que tengamos nuestra voluntad será férrea; él tendrá que darse cuenta y tal vez todo vuelva a ser como antes, y tengamos otra vez la confianza de él”.
“Está bien, Uriel, creo que es lo mejor; hagámoslo así entonces”.
Al día siguiente, al despertar la ciudad, se oyeron en un lugar no muy lejano las voces de Uriel y Gabriel que al unísono decían “señor, ésta es la primera y última vez que tendrá queja de nosotros; no volveremos a coger un solo gramo de carne de su establecimiento para dárselo al hambriento, ni gastaremos su agua con los que tienen sed”.
“Está bien, creo que han aprendido la lección, par de redentores devaluados”, les contestó el patrón. Enseguida les abrió la puerta del cuarto frío, y dándoles la espalda les dijo “¡a trabajar, holgazanes! que por platicar no pagan…”