Los niños
del pueblo cercano a la montaña
Ten paciencia. Que no todo lo que ves, es como
crees; ni los ruidos que escuchaste son lo que piensas. Yo no he tenido nada
que ver con esto, es más: ni siquiera imagino cómo pudo suceder… todo estaba
tal cual, todos los sonidos salían del sombrero que ves ahí.
Ya sé que no lo crees, pero te juro que todo venía
del interior de él; además, ten en cuenta que era el sombrero que utilizaba el
mago en su espectáculo. Sí, sí; ya sé que es difícil de dar crédito, pero al
menos date el beneficio de la duda, ¿qué ganaría con mentirte?, y te aseguro
que estoy tan atónita como tú; yo también entré a su camerino, y bueno, si es
que a esto se le puede llamar así. Me
extrañó que no saliera a tomar café con nosotros. Ni siquiera cuando
estaba enfermo faltaba, era como un
ritual para él. Tienes razón, Carlita.
Por eso, al no ver a ninguno de los dos alrededor del cajón que nos
sirve como mesa, decidí buscarte; y se me hizo más extraño aún que no
estuvieses. Pensé que me habían abandonado, me dije “los dos únicos amigos que
tenía se han cansado, y me han dejado, en esto que queda de lo que fue un
circo”, ¡sí señor!
Aunque ya no lo parezca, pero éste fue un gran
circo, ¡un gran circo! Entonces oí esos ruidos; lo primero que pensé fue que
finalmente la jaula del gran león había cedido al ataque de las termitas, pero
luego recordé que lo único que quedaba de ésta, eran tan sólo los barrotes; la
madera nos había dado calor en invierno. Así que me dirigí directamente aquí, y
¡qué es lo que veo!... A ti, con los zapatos del gran Kálin en las manos, y sus
pocas pertenencias regadas; su camastro patas arriba, y su sombrero en el
suelo.
En verdad, Carlita, que si no viste algo
-cualquier cosa -nos vamos a volver locos tratando de encontrar una
explicación. ¿Tú qué crees que haya pasado? No sé, dijo Carlita, pero ahora sí
creo que en realidad Kálin era un mago. ¡Por favor! ¿cómo puedes decir eso? Tú que algunas veces fuiste
ayudante en su espectáculo, y sabías cómo montaba sus trucos... Precisamente
por eso lo digo, porque me tocó ser parte del truco; yo misma nunca me expliqué
cómo los hacía, no te lo dije porque sabía que no me creerías; Kálin me decía
que era magia, pero yo pensaba que me distraía, y por eso no me daba cuenta
cómo le hacía. Acuérdate que al poco tiempo de la última función, no teníamos
para comer, y ¿quién consiguió alimentos? ¡Fue él!
Pues sí, pero acuérdate que vendió su smoking. Bueno, eso dijo él, contestó
Carlita, porque lo que se ve bajo el colchón de su cama es un smoking, ¿o no?, y que tu y yo sepamos,
era el único que poseía. Además, en otra ocasión dijo que había cambiado su
bastón y su capa por medicamentos para mí, y lo que está recargado a un lado de
la puerta es un bastón, ¿o me equivoco? Tienes razón, Carlita, pero ¿por qué nos mentiría
entonces? ¡No! él nunca nos
mintió, lo
que pasa es que nunca le creímos -que es diferente-, siempre nos decía que no
perdiéramos el poder de admiración, que no abandonáramos al niño que llevamos
dentro, porque entonces veríamos al mundo como los adultos lo han moldeado y
así no es; no volveríamos a ver nuestro circo como una vez fue, perderíamos la
ilusión y la esperanza, porque lo material nos atraparía de por vida; decía que
las cadenas de la desilusión y la amargura se adherirían a nuestras carnes hasta no poder
arrancarlas...
Entonces, ¿estás tratando de decirme que lo que
ocurrió aquí fue magia? ¡Pues sí! esa es la verdad; he estado tratando de
dártelo a entender, pero tú nunca has querido escucharme ni saber nada de nada,
te la pasas renegando por todo y con todos… si yo hubiese tenido valor habría
hecho caso de Kálin, y seguramente estaría donde él. Claramente nos dijo que
entrando el verano se iría. ¿Y qué hicimos? No creerle, y ¿cómo íbamos a
creerle? A alguien que por su edad aún tenía sueños, que siempre sonreía y que
se preocupaba por los demás. Y ¿cómo íbamos a creerle a quien decía que su
magia era para alegrar a los pequeños y volver por momentos niños a los
adultos?, acuérdate la cara de admiración de los papás cuando Kálin sacaba
hadas de su sombrero, o el duendecillo que aparecía de pronto en la bolsa de su
smoking; tú siempre quisiste saber
cómo lo hacía; él te contestaba ¡es magia, mi querido Gorgorito! Mas creías que
no te lo decía por egoísta, pero no, no estábamos preparados para creer.
¿Qué me dices del conejo que sacaba de su
sombrero?, nunca era el mismo; ¿y cuándo vimos alguno en su camerino? ¡Nunca! A
él siempre le molestó ver animalitos tras las rejas; qué no te acuerdas que lo
veíamos a medianoche junto a la jaula de Poncho el león, platicándole y
diciéndole lo mucho que le dolía verlo así, mientras Poncho le lamía la mano.
¡Claro que te acuerdas!, pero siempre has sido un cabeza dura; nunca le
perdonaste que los niños lo buscasen más que a ti. Pero a pesar de todo, yo sé
que te duele tanto como a mí que no esté. Tienes razón, Carlita, siempre fui
demasiado egoísta y vanidoso; cómo iba a soportar que lo prefirieran más a él
que a mí, ¡el gran payaso Gorgorito! Desgraciadamente, uno se da cuenta cuando
las personas ya se han ido, cuando ya no hay remedio; cuando ya no se les puede
decir lo mucho que te hacen falta. Dime la verdad, Carlita, ¿que viste? ¿Por
qué tienes el zapato de Kálin en tu mano?
Está bien, Gorgorito, te voy a contar lo que vi,
pero a la primera señal de incredulidad de tu parte, me callo. No, no; te
prometo que no voy a interrumpir ni a cuestionar, ya voy entendiendo eso del
niño interno al que se refería Kálin… y qué contrariedad, Carlita, ¡debí haber
sido yo quien dijera eso! Pero estaba más absorto en la taquilla que en lo que
era: ¡el gran payaso Gorgorito!
El gran payaso Gorgorito… el gran necio, qué… eso
es lo que he sido, qué... perdón Carlita, perdón, pensaba en voz alta; ahora sí, mira:
chirrín-conchín, mis labios se han sellado. Y dijo esto juntando el pulgar y el
índice, pasándolos suavemente por encima
de los labios.
Entonces escucha, -dijo Carlita -me cepillaba el
cabello antes de salir a buscarlos cuando escuché unos ruidos extraños que
salían del camerino de Kálin; pensé que estaba haciendo algún experimento con
un instrumento musical, pero de inmediato me acordé que la trompeta que tenía,
la había vendido para comprarnos un regalo en Navidad. Así que dejé el cepillo
sobre el peinador y salí, me acerqué a su puerta, y como nunca la cerraba, la
abrí un poco, hasta donde pudiese ver algo; estando ahí, los ruidos ya no eran
tal, sino que era una especie de tintineo, mezclado como con el ruido que hacen
las olas del mar al chocar con las piedras… también se escuchaban muy a lo lejos
unas vocecillas que no sé qué decían. Kálin se veía feliz; no parecía que se
acabara de levantar, sino como si estuviese llegando de una gala, sólo que
descalzo. Cantaba una canción que nunca le había oído mientras miraba fijamente
la boca del sombrero; de pronto, extendió los brazos y los comenzó a agitar
como si fuese a volar.
En ese momento entró por la ventana una luz que
iluminó por completo el lugar; yo cerré los ojos por un momento ya que era tan
intensa que me lastimó; al abrirlos vi cómo la luz se fue por donde vino, y
Kálin seguía ahí, sentí cómo entraba una neblina color azul; te juro que
atravesó mi cuerpo. Por un momento creí que estaba entre las nubes –bueno,
nunca he estado, pero así se debe de sentir -. Kálin se puso el sombrero y entonces
se lo volvió a quitar para depositarlo a sus pies; la neblina desapareció, todo
quedó en silencio, el sombrero comenzó a girar mientras Kálin alzó los brazos y
levantó la cara al cielo; de su sombrero salían
rayos de colores, que conforme aparecían iban envolviéndolo, todo a su
alrededor daba vueltas. Lo vi decirme adiós con su mano. Luego desapareció…
bueno, entró al sombrero. Gorgorito, que no había abierto más que los ojos
mientras Carlita hablaba, soltó un fuerte suspiro, y se dió un golpecillo en la
frente con la palma de la mano mientras decía: “debimos haberle puesto
atención, Carlita, debimos haberlo tomado
en serio. Pero ya es tarde, demasiado tarde, Carlita. Él ya se ha ido para
siempre… Arreglemos y dejemos las cosas como él las tenía; al menos así, cuando
veamos su camerino, pensaremos que salió
de paseo”. Acomodaron y limpiaron, sobre todo con mucho esmero, el sombrero y
el bastón.
La rutina de tomar café siguió; servían las tres
tazas como siempre, sin embargo, lo que no se explicaban era que al día
siguiente la taza de Kálin estuviera vacía; se la pasaban haciendo conjeturas
sobre el hecho: que si un gato, que si las palomas, que si un duende…en fin. El
tiempo siguió su curso; Carlita y Gorgojito, aunque ya encorvados y totalmente
canos, nunca se olvidaron de su amigo… Hasta que una mañana no aparecieron más;
el cajón que servía de mesa se quedó con tres tazas pidiendo un sorbo de café;
el mástil de la carpa estaba inclinado, como quien está triste y se siente
desfallecer. Nadie en los alrededores supo qué pasó. La duda quedó, no hubo
explicación, nadie entendía lo que contaban los
niños… que una madrugada se escuchó, allá por el viejo circo, como que grandes
olas del mar chocaban con la montaña…
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