martes, 1 de julio de 2014

jueves, 29 de agosto de 2013

La evacuación




Al despertar, nos dimos cuenta que estábamos atrapados entre un rebaño de ovejas con grandes garras y colmillos, además de algo parecido a un casco que les oprimía la cabeza,  que hacía se les saltaran los ojos, y con esto verse más amenazantes. Sentíamos cómo nos envolvían con su vaho, que no nos dejaba respirar con libertad. No berreaban, más bien gruñían.
            La escena era la más terrible pesadilla, y sin embargo para nosotros una espantosa realidad; ninguno de los dos hizo por moverse o hablar, era como si nos telepatizáramos… de alguna manera intuíamos que si lo hacíamos sería el fin, era increíble cómo sólo con mirarnos, nos dábamos un poco de valor; además era lo único que podíamos hacer sin que las bestias lo notaran.
           Tal parecía que fuéramos las más débiles criaturas del reino animal, aunque, ¿qué podíamos hacer en tan desventajosa posición? ¡Nada! Simplemente nada más que esperar un verdadero milagro, pero ¿qué clase de milagro, si éramos ateos? Juro que en ese momento deseé ser creyente para al menos tener alguna esperanza, pero obviamente no era el lugar ni el momento para una conversión, ¿o sí?
Total, qué importaba en estos momentos de angustia, creer o no creer, si lo que más deseábamos en ese instante era que esas espantosas bestias se alejaran lo suficiente para poder escapar… ¡Pero no! Al parecer gozaban con nuestro miedo, con la cara de susto que tendríamos, como si estuvieren viendo o esperando algún acto circense.
¡Maldita la hora en que despertamos! Tal vez hubiese sido mejor no hacerlo, y que nos creyeran un desecho de la naturaleza; probablemente habrían pasado de largo sin fijarse en nosotros, y no estaríamos a su merced como ahora, ¡maldita sea! Por estar ensimismado en mis pensamientos no me di cuenta que la cabeza de una de ellas casi me rozaba la cara; lo noté al momento que me cayeron sobre el rostro unas gotas de su asquerosa baba.
El instinto de supervivencia hizo que no gritara y continuara inmóvil al sentir ese líquido espeso, verduzco y quemante; sobre todo quemante. El dolor era  insoportable, parecía como si fuese abriendo un surco por donde pasaba. Busqué con la vista y comprobé que no era el único que estaba sufriendo el tormento; pensé cerrar los ojos pero no lo hice, pudieran notarlo las bestias y quién sabe qué pasaría. La pregunta obvia y estúpida que daba vueltas en mi mente era, ¿qué hice para merecer esto? ¿Por qué a mí? Luego de unos momentos sentí cómo se iba enfriando la baba, porque ahora parecía como si tuviese en la cara una capa de hielo, ¡pero aún quemante!
Ya ni siquiera me acordaba qué carajos hacíamos en este lugar; lo cierto es que estábamos aquí, y en una muy delicada situación. Bueno, no tenía ni idea del tiempo transcurrido. De pronto un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, luego se repitió por cuatro veces hasta que con mucho esfuerzo descubrí el porqué; alcancé a ver, forzando mucho la vista, que una de las bestias me rozaba con su pelambre que parecía como puntas de cable electrificado, ¡oh Gran Espíritu, ayúdame! ¡Madre Tierra, trágame! ¡Jehová, arrópame! Me di cuenta que ¡estábamos desnudos! ¡completamente encuerados! ¡rodeados por animales infernales y en medio de no sé dónde! Apiádate de nosotros, luz de día; ahuyenta a estas bestias por favor.
Ya que ni se inmutaban, ni mucho menos se sentían aludidas… perversas, horribles, mal nacidas, engendros, o lo que sean, ¡ya váyanse y déjenos en paz!, o de una vez acaben con este martirio y hagan lo que vayan hacer.
Aunque nunca lo deseamos, creo que nuestro destino estaba ya escrito y a punto de ser leído. Acabar nuestros días en el estómago de un animal. Al darme cuenta que estábamos sin ropas comencé a sentir frío en todo el cuerpo a pesar del sol, así como las extremidades tiesas y acalambradas por dentro; era como si en vez de huesos tuviese algún tipo de conductor metálico por el que corriera alguna sustancia corrosiva. De pronto sentí una picazón en las plantas de los pies y sin mucho esforzarme intuí que eran las pezuñas de una de las bestias que se movía.
Para colmo de males llegaron las sombras y con ellas, la ceguera casi total, ya que lo único que veíamos era a esas malditas bestias que parecían no tener ninguna prisa de nada; con la oscuridad los ojos se les tornaron en un color amarillo horrible. El frío era ya más intenso, tanto que yo sentía que me congelaba y moriría de hipotermia; me sentí desfallecer, dejarlo todo a la suerte  ¿suerte? ¡a lo que sea! Ya no importaba mucho lo que nos pasara, no teníamos ninguna posibilidad, ni siquiera podíamos movernos, ni aventar un grito asusta-perros, ¡qué indefensos somos en realidad, cuánta falta nos hace la ropa, las armas; no somos nada ante la naturaleza.
       Comenzó a nublárseme la vista, todo me daba vueltas, además un asco insoportable se apoderó de mí; era tan fuerte que hasta me olvidé de las bestias, de sobrevivir. Perdí la noción del tiempo y de mi cuerpo también; deseé incluso no haber nacido, pero desgraciadamente estaba ahí. Todo se volvió completamente negro, las bestias desaparecieron de vista, pero el asco y el dolor estomacal se acrecentaba a cada momento. Un olor nauseabundo se apoderó de mis fosas nasales, mientras una leve sensación de calor crecía en mi congelado y maltrecho cuerpo; poco a poco se me fueron aclarando las pupilas, hasta que pude ver lo que parecía un atardecer; lo que efectivamente comprobé al aclarárseme un tanto la mente… pude ver a mi alrededor y vi que estábamos en campo abierto, y que de las bestias no había ni rastro; estábamos solos tal como habíamos llegado, seguía acostado en posición fetal esperando que el olor se fuera, ya que el asco y el dolor me habían dejado en paz.
                      Intenté aprovechar que no estaban los animales para incorporarme, pero resbalé, levanté un poco la cabeza para poder ver nuestros cuerpos… ¡Estábamos embarrados de nuestro excremento! ¡completamente cagados y vomitados!
Nos levantamos como pudimos, cada quién recogió sus ropas, y sin decir palabra nos alejamos del lugar rumbo al coche; a los pocos pasos volteé y alcancé a ver unos gajos de peyote sin masticar…



La rata


 Hoy es quizá un nuevo día para mí, no lo sé, no me importa; qué puede tener de nuevo éste, después de tanto tiempo de estar así. Siempre he tratado de hacer las cosas como se debe, pero al comenzarlas enseguida se me viene a la cabeza, ¿y para qué? de todas maneras nada va a cambiar, tal vez ése ha sido mi error, pero, en realidad ¿quiero que mi vida cambie? Es tan difícil decidirlo, ya estoy cansado de ser así, pero así soy, qué voy a hacer, si hasta creo que así soy feliz, ¿soy feliz? En realidad no sé si soy feliz, pero qué importa si lo soy o no lo soy; todo este tiempo, he estado contento en esta bodega, que gracias a no sé quién abandonaron; lo retirada que está de la ciudad la hace más placentera para mí, no tengo que lidiar con los  chismosos que pululan por doquier, no le doy cuentas a nadie, y a nadie le importa si me la paso echado todo el día rascándome los huevos, y vaya que me los rasco, me da mucha comezón, tal vez sea porque… como que soy alérgico al baño; bueno, eso de bañarme es mucho decir, ya que solamente meto mis manos en algún arroyuelo o charco, y me froto la cara y los sobacos; me interesan mucho éstos, porque hay veces que estoy acostado, y he notado que el perro callejero que en veces me acompaña, se levanta y se va dando gruñidos, como si estuviera enfadado… lo bueno es que siempre regresa, tal vez si no lo hiciera le extrañaría; la verdad es que soy interesado, ya que lo echaría de menos por el calor que me proporciona cuando se echa a mi lado, aunque también he estado pensando que es él quien me ha compartido algunas pulgas y garrapatas que he tenido que arrancarme, y con mucho dolor, de mi pelo púbico, pero ¿qué más da? al menos de esa manera me siento vivo, me siento necesario, pero también me pregunto, ¿y para qué sentirme vivo en este mundo de mierda? En fin, sería estúpido de mi parte ponerme a descifrar el mundo… mejor así lo dejo como está.
Confieso que ha habido veces en que he robado la comida que consigue el perro; la primera vez que lo hice quise sentir asco, pero me dije, ¿o comes, o sientes asco? Por supuesto preferí comer; cuando me siento con suficiente fuerza voy hasta el centro de la ciudad a mendigar, es difícil y agotador ya que la gente se resiste a dar, aunque les aviente uno por delante “por el amor de Dios”; tal vez sea por mi aspecto, que les da miedo o repugnancia, pero ¿qué quieren? ¿que me ponga saco y corbata, o que me bañe y use jabón? seguramente me lo comería, y ya me imagino a mi acompañante el perro, saltando y ladrando, tratando de agarrar las pompas cada vez que me echara un pedo, y vaya que me los echo de vez en vez; me gusta oír cómo suenan, a veces pienso que son como lamentos, son divertidos, sobre todo cuando hay gente a mi alrededor; las mujeres mueven la cara hacia un lado, como si alguien se las jalara con un cordón, los hombres aprietan los labios como culito de gallina y los juntan con su nariz; se ven cómicos, me divierten mucho… a lo mejor se dan cuenta, pero no me importa; quizá por eso no me dan ni un cinco, o porque no lo tienen, la mayoría quiere aparentar ser quien no es; y los que son, que no lo son… tal vez  el mundo no tenga culpa de lo que se piensa de él, pero le tocó cargar con nosotros; en veces consigo unos cuantos pesos, que me alcanzan para un poco de pan y algunas frutas a medio podrir, mi estómago está acostumbrado, sabe que si replica, lo castigo con no darle nada por varios días; en cuanto puedo, me retiro a mi lugar, como dije no me gusta la gente, ni yo le gusto a ellos, por eso yo me voy, no soy como esa gente que aunque esté retortijándose por dentro, se aguanta en un lugar aunque sepa que es despreciada, y todo por interés; estoy contento por el mal rato que les hago pasar, también ellos me lo hacen pasar a mí, y no me quejo, ni hago caras, qué me importa pues lo que ellos piensen , si es que piensan; no me importa, porque desde hace tiempo no sé lo que me importa, ¡bah! Que los parta un rayo, o dos, a mí que más me da; como dije, cuando consigo algo de alimento me retiro a mi lugar, porque sé que con lo que llevo, voy a estar varios días en tranquila soledad, sin tener que ver a nadie; bueno, al perro, aunque no me visita a diario, y cuando no quiero verlo, sólo me basta con aventarle una piedra en el hocico para que desaparezca por varios días… a veces me da lástima, pobre, está tan solitario como yo, pero luego me digo, ¿y por qué he de sentir lástima por un perro, que ni es mío, ni tampoco yo lo llamé?, y si lo hubiese llamado ya lo habría corrido, ¿por qué habría de hacerme cargo de él? La última vez que le di con una piedra tardó semanas en regresar, esa vez hasta me asusté un poco… iba sangrando mucho; yo pensé que le había reventado un ojo, pero luego pensé que así sería más fácil robarle la comida… me di cuenta que el susto no era por si volviera o no, sino quién me iba a proveer de alimento cuando no tuviera fuerza para levantarme y caminar; que, bueno, si lo hubiese matado no sería mi culpa, él vino solo, yo nunca lo invité… pero a pesar de todo yo creo que hemos trabado una amistad, él aguanta mis pedos, y yo sus eructos, que para ser honestos son más apestosos; yo creo que él se ha dado cuenta, porque hay veces que no estoy de ganas y en cuanto agarro una piedra, sale huyendo… muchas veces he pensado que es un cobarde, yo creo que por eso está lleno de pulgas y garrapatas; saben que es un perro cobarde y lo aprovechan, aunque ellas son iguales porque no se atreven a montar otro perro… cobardes, estoy rodeado de cobardes; tal vez deba de correrlo definitivamente, ¡cobarde!
Aunque a decir verdad, a mí qué me importa lo que sea… es su vida y su dignidad; ya bastante tengo con preocuparme por mí, y en realidad ¿me preocupo por mí? ¡Bah ¡qué importa! a veces he pensado ¿qué será la muerte? para luego pensar ¿qué es la vida? qué me importa lo uno o lo otro, de todas maneras no lo voy a saber; a lo mejor estoy casi muerto y por eso me teme la gente, o estoy casi vivo y por eso no los soporto. Qué caso tiene que piense en ello, qué caso tiene que piense tanto, me fastidia ponerme en esta situación; lo único que gano con ello es no poder dormir, tengo que pasarme la noche de mal humor por la falta de sueño, aunque cuando no duermo, me doy cuenta que no estoy tan solo como creo; de no sé dónde, sale una rata que se la pasa rondando el lugar, da unos pasitos lentamente y luego una breve carrera, como si jugara a las escondidillas… ahora sé quién se come los pocos desechos que hay por aquí regados; también creo que es ella la culpable de la mordida que recibí una vez… a lo mejor no fui de su agrado, rata malagradecida, ¿pues qué quería? ¿que supiera yo a qué?, una noche de éstas la he de agarrar, y no le voy a dar una mordida, me la voy a tragar para que se le quite lo orgullosa, ¿qué pensaba? ¿que me iba a quedar de brazos cruzados, o qué? estúpida rata… siempre creí que me eran indiferentes ¡pero no! Me caen mal, las odio, se ha estado burlando de mí desde siempre; se come mis desperdicios sin mi permiso, ocupa mi espacio, se roba mi soledad, maldita rata… no sabía que las odiaba, pero ahora ya lo sé, bueno, pero ¿y si ella me odia también? ¿cómo saberlo? ¿qué me importa si me odia o no? es su problema; el mío es cogerla y comerla, o mejor la mato y que se la coma el perro; a mí nunca me han gustado las ratas ¿Y si no se la quiere comer? ¡Lo mato y me lo como! Pero ¿y luego? me quedo sin nada… a mí nunca me ha gustado la carne de perro; es más, no me gusta la carne ¡bah! Que hagan lo que les dé la gana, ¡sí! que hagan lo que les dé la gana ¿Y yo? ¿quedo ofendido y apaleado? eso sí que no lo puedo permitir. Aunque a decir verdad, qué me importa lo que piensen una rata y un perro; no sé por qué siempre me pasa lo mismo… ya se me fue el día, y no me levanté; todo se me fue en contarme lo que hago, y no sé para qué ¿a quién le importa? A mí no…


Las bolas



¿Y usted cómo se gana el dinero? fue la primera y única pregunta que salió de las fauces del agente vestido de azul, semejando a un humano a cargo de la ventanilla.
“Dinero”, única palabra que revolotea en las cabezas de estos seres, cual si fuera un pájaro atormentado en una jaula; ¡dinero! ¡dinero! ¡dinero! Pobres, no se dan cuenta la tristeza que causan, ante la gigantesca dependencia que tienen de algo que en realidad no tiene valor; no notan  que son unos autómatas al servicio de un patrón, que los maneja y se mofa de haberles robado la voluntad, de haberse apropiado de sus almas, que es lo único que los distingue de cualquier otro animal; que les cuelgan en la cintura y donde se pueda, objetos y artefactos como si fueran arbolitos de navidad, que les dan un diploma o una placa por haber sido el peor, ¡sí, el peor! Porque los buenos no sirven a su colección; pobrecillos, qué lástima me dan.
Yo cuando era niño hasta les tenía temor, los veía con sus caras petrificadas, heladas, caminando con la vista en alto, mirándote hacia abajo; no sabía entonces que eran como robots, que les habían lavado y secado el cerebro, y esa mirada fija y caída, era por una pija mal puesta en su interior.
¡Yes, sir! ¿Can I lick your balls? ¿Or do you prefer your shoes?
¡Yes, sir! ¡Yes, sir! ¡Yes! ¡Yes! ¡Yes!... Mmmmm ¡YESSS!





Las hojas secas


El crujir de las hojas secas del álamo en otoño.
Al pisarlas me transportan a tiempos pasados,
cada sonido es un destello de un recuerdo olvidado,
y su color casi dorado, evoca a los espíritus de luz,
que siempre nos han guiado y cuidado.




Los niños del pueblo cercano a la montaña


Ten paciencia. Que no todo lo que ves, es como crees; ni los ruidos que escuchaste son lo que piensas. Yo no he tenido nada que ver con esto, es más: ni siquiera imagino cómo pudo suceder… todo estaba tal cual, todos los sonidos salían del sombrero que ves ahí.
Ya sé que no lo crees, pero te juro que todo venía del interior de él; además, ten en cuenta que era el sombrero que utilizaba el mago en su espectáculo. Sí, sí; ya sé que es difícil de dar crédito, pero al menos date el beneficio de la duda, ¿qué ganaría con mentirte?, y te aseguro que estoy tan atónita como tú; yo también entré a su camerino, y bueno, si es que a esto se le puede llamar así. Me extrañó que no saliera a tomar café con nosotros. Ni siquiera cuando estaba  enfermo faltaba, era como un ritual para él. Tienes razón, Carlita.  Por eso, al no ver a ninguno de los dos alrededor del cajón que nos sirve como mesa, decidí buscarte; y se me hizo más extraño aún que no estuvieses. Pensé que me habían abandonado, me dije “los dos únicos amigos que tenía se han cansado, y me han dejado, en esto que queda de lo que fue un circo”, ¡sí señor!
Aunque ya no lo parezca, pero éste fue un gran circo, ¡un gran circo! Entonces oí esos ruidos; lo primero que pensé fue que finalmente la jaula del gran león había cedido al ataque de las termitas, pero luego recordé que lo único que quedaba de ésta, eran tan sólo los barrotes; la madera nos había dado calor en invierno. Así que me dirigí directamente aquí, y ¡qué es lo que veo!... A ti, con los zapatos del gran Kálin en las manos, y sus pocas pertenencias regadas; su camastro patas arriba, y su sombrero en el suelo.
En verdad, Carlita, que si no viste algo -cualquier cosa -nos vamos a volver locos tratando de encontrar una explicación. ¿Tú qué crees que haya pasado? No sé, dijo Carlita, pero ahora sí creo que en realidad Kálin era un mago. ¡Por favor! ¿cómo puedes decir eso? Tú que algunas veces fuiste ayudante en su espectáculo, y sabías cómo montaba sus trucos... Precisamente por eso lo digo, porque me tocó ser parte del truco; yo misma nunca me expliqué cómo los hacía, no te lo dije porque sabía que no me creerías; Kálin me decía que era magia, pero yo pensaba que me distraía, y por eso no me daba cuenta cómo le hacía. Acuérdate que al poco tiempo de la última función, no teníamos para comer, y ¿quién consiguió alimentos? ¡Fue él!
Pues sí, pero acuérdate que vendió su smoking. Bueno, eso dijo él, contestó Carlita, porque lo que se ve bajo el colchón de su cama es un smoking, ¿o no?, y que tu y yo sepamos, era el único que poseía. Además, en otra ocasión dijo que había cambiado su bastón y su capa por medicamentos para mí, y lo que está recargado a un lado de la puerta es un bastón, ¿o me equivoco? Tienes razón, Carlita, pero ¿por qué nos mentiría entonces? ¡No! él nunca nos mintió, lo que pasa es que nunca le creímos -que es diferente-, siempre nos decía que no perdiéramos el poder de admiración, que no abandonáramos al niño que llevamos dentro, porque entonces veríamos al mundo como los adultos lo han moldeado y así no es; no volveríamos a ver nuestro circo como una vez fue, perderíamos la ilusión y la esperanza, porque lo material nos atraparía de por vida; decía que las cadenas de la desilusión y la amargura se adherirían  a nuestras carnes hasta no poder arrancarlas...
Entonces, ¿estás tratando de decirme que lo que ocurrió aquí fue magia? ¡Pues sí! esa es la verdad; he estado tratando de dártelo a entender, pero tú nunca has querido escucharme ni saber nada de nada, te la pasas renegando por todo y con todos… si yo hubiese tenido valor habría hecho caso de Kálin, y seguramente estaría donde él. Claramente nos dijo que entrando el verano se iría. ¿Y qué hicimos? No creerle, y ¿cómo íbamos a creerle? A alguien que por su edad aún tenía sueños, que siempre sonreía y que se preocupaba por los demás. Y ¿cómo íbamos a creerle a quien decía que su magia era para alegrar a los pequeños y volver por momentos niños a los adultos?, acuérdate la cara de admiración de los papás cuando Kálin sacaba hadas de su sombrero, o el duendecillo que aparecía de pronto en la bolsa de su smoking; tú siempre quisiste saber cómo lo hacía; él te contestaba ¡es magia, mi querido Gorgorito! Mas creías que no te lo decía por egoísta, pero no, no estábamos preparados para creer.
¿Qué me dices del conejo que sacaba de su sombrero?, nunca era el mismo; ¿y cuándo vimos alguno en su camerino? ¡Nunca! A él siempre le molestó ver animalitos tras las rejas; qué no te acuerdas que lo veíamos a medianoche junto a la jaula de Poncho el león, platicándole y diciéndole lo mucho que le dolía verlo así, mientras Poncho le lamía la mano. ¡Claro que te acuerdas!, pero siempre has sido un cabeza dura; nunca le perdonaste que los niños lo buscasen más que a ti. Pero a pesar de todo, yo sé que te duele tanto como a mí que no esté. Tienes razón, Carlita, siempre fui demasiado egoísta y vanidoso; cómo iba a soportar que lo prefirieran más a él que a mí, ¡el gran payaso Gorgorito! Desgraciadamente, uno se da cuenta cuando las personas ya se han ido, cuando ya no hay remedio; cuando ya no se les puede decir lo mucho que te hacen falta. Dime la verdad, Carlita, ¿que viste? ¿Por qué tienes el zapato de Kálin en tu mano?
Está bien, Gorgorito, te voy a contar lo que vi, pero a la primera señal de incredulidad de tu parte, me callo. No, no; te prometo que no voy a interrumpir ni a cuestionar, ya voy entendiendo eso del niño interno al que se refería Kálin… y qué contrariedad, Carlita, ¡debí haber sido yo quien dijera eso! Pero estaba más absorto en la taquilla que en lo que era: ¡el gran payaso Gorgorito!
El gran payaso Gorgorito… el gran necio, qué… eso es lo que he sido, qué... perdón Carlita, perdón,  pensaba en voz alta; ahora sí, mira: chirrín-conchín, mis labios se han sellado. Y dijo esto juntando el pulgar y el índice, pasándolos suavemente  por encima de los labios.
Entonces escucha, -dijo Carlita -me cepillaba el cabello antes de salir a buscarlos cuando escuché unos ruidos extraños que salían del camerino de Kálin; pensé que estaba haciendo algún experimento con un instrumento musical, pero de inmediato me acordé que la trompeta que tenía, la había vendido para comprarnos un regalo en Navidad. Así que dejé el cepillo sobre el peinador y salí, me acerqué a su puerta, y como nunca la cerraba, la abrí un poco, hasta donde pudiese ver algo; estando ahí, los ruidos ya no eran tal, sino que era una especie de tintineo, mezclado como con el ruido que hacen las olas del mar al chocar con las piedras… también se escuchaban muy a lo lejos unas vocecillas que no sé qué decían. Kálin se veía feliz; no parecía que se acabara de levantar, sino como si estuviese llegando de una gala, sólo que descalzo. Cantaba una canción que nunca le había oído mientras miraba fijamente la boca del sombrero; de pronto, extendió los brazos y los comenzó a agitar como si fuese a volar.
En ese momento entró por la ventana una luz que iluminó por completo el lugar; yo cerré los ojos por un momento ya que era tan intensa que me lastimó; al abrirlos vi cómo la luz se fue por donde vino, y Kálin seguía ahí, sentí cómo entraba una neblina color azul; te juro que atravesó mi cuerpo. Por un momento creí que estaba entre las nubes –bueno, nunca he estado, pero así se debe de sentir -. Kálin se puso el sombrero y entonces se lo volvió a quitar para depositarlo a sus pies; la neblina desapareció, todo quedó en silencio, el sombrero comenzó a girar mientras Kálin alzó los brazos y levantó la cara al cielo; de su sombrero salían  rayos de colores, que conforme aparecían iban envolviéndolo, todo a su alrededor daba vueltas. Lo vi decirme adiós con su mano. Luego desapareció… bueno, entró al sombrero. Gorgorito, que no había abierto más que los ojos mientras Carlita hablaba, soltó un fuerte suspiro, y se dió un golpecillo en la frente con la palma de la mano mientras decía: “debimos haberle puesto atención, Carlita, debimos haberlo tomado en serio. Pero ya es tarde, demasiado tarde, Carlita. Él ya se ha ido para siempre… Arreglemos y dejemos las cosas como él las tenía; al menos así, cuando veamos su camerino,  pensaremos que salió de paseo”. Acomodaron y limpiaron, sobre todo con mucho esmero, el sombrero y el bastón.
La rutina de tomar café siguió; servían las tres tazas como siempre, sin embargo, lo que no se explicaban era que al día siguiente la taza de Kálin estuviera vacía; se la pasaban haciendo conjeturas sobre el hecho: que si un gato, que si las palomas, que si un duende…en fin. El tiempo siguió su curso; Carlita y Gorgojito, aunque ya encorvados y totalmente canos, nunca se olvidaron de su amigo… Hasta que una mañana no aparecieron más; el cajón que servía de mesa se quedó con tres tazas pidiendo un sorbo de café; el mástil de la carpa estaba inclinado, como quien está triste y se siente desfallecer. Nadie en los alrededores supo qué pasó. La duda quedó, no hubo explicación, nadie entendía lo que contaban los niños… que una madrugada se escuchó, allá por el viejo circo, como que grandes olas del mar chocaban con la montaña…
      



                         "Mi amigo"




Entre más me alejaba, más claros eran los recuerdos,
más intensos también los pasajes que iba dejando.
El lazo afectivo que pensé estaba roto, se volvía tenso y pesado como un cable de acero; mis pasos firmes y seguros, eran ahora lentos y torpes, como si caminara sobre barro anegado. Mis brazos, en un principio bien acompasados, se habían convertido en un par de remos sin ritmo. Mis oídos casi atrofiados por cacofonías, ahora sólo escuchaban  la voz de seres queridos.
Mi vista, siempre al frente, pero en lucha constante
por voltear atrás.
En mi mente, danzaba la frase ¡lo voy a lograr!
Pero mi boca gritaba cada vez más fuerte, ¡ya no puedo más!
Creí tener acorazado el pecho, pero mi corazón me dolía como si lo atravesara una de las flechas de San Sebastián.
Me sentí atado al poste de la hoguera, me sentí sin fuerzas,
me sentí vacío… me desvanecí….
No sé cuanto tiempo pasó. En el momento de abrir los ojos,
 lo primero que vi, fue el dulce rostro de mis dos hijos,
   que llorando-riendo me decían
"Papá, no nos vuelvas a hacer esto, nosotros sí te queremos; tú no eres culpable de que mamá se haya ido con tu amigo.”