Las bolas
¿Y usted cómo se
gana el dinero? fue la primera y única pregunta que salió de las fauces del
agente vestido de azul, semejando a un humano a cargo de la ventanilla.
“Dinero”, única
palabra que revolotea en las cabezas de estos seres, cual si fuera un pájaro
atormentado en una jaula; ¡dinero! ¡dinero! ¡dinero! Pobres, no se dan cuenta
la tristeza que causan, ante la gigantesca dependencia que tienen de algo que
en realidad no tiene valor; no notan que
son unos autómatas al servicio de un patrón, que los maneja y se mofa de
haberles robado la voluntad, de haberse apropiado de sus almas, que es lo único
que los distingue de cualquier otro animal; que les cuelgan en la cintura y
donde se pueda, objetos y artefactos como si fueran arbolitos de navidad, que
les dan un diploma o una placa por haber sido el peor, ¡sí, el peor! Porque los
buenos no sirven a su colección; pobrecillos, qué lástima me dan.
Yo cuando era
niño hasta les tenía temor, los veía con sus caras petrificadas, heladas,
caminando con la vista en alto, mirándote hacia abajo; no sabía entonces que
eran como robots, que les habían lavado y secado el cerebro, y esa mirada fija
y caída, era por una pija mal puesta en su interior.
¡Yes, sir! ¿Can I lick your
balls? ¿Or do you prefer your shoes?
¡Yes, sir! ¡Yes, sir! ¡Yes! ¡Yes! ¡Yes!... Mmmmm
¡YESSS!
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