jueves, 29 de agosto de 2013

Panquecitos con café


                                                           


Alejandra despertó temblando, sin saber siquiera por qué, no sabía si era por los fuertes golpes en la puerta, o porque sabía que su marido no estaba y algo pudo ocurrirle. Y qué tal si eran los soldados los que tocaban; les tenía miedo, eran tantas las historias de abusos que se contaban, que no se decidía  a dejar la cama. ¿Qué hago, Dios mío? ilumíname por favor. ¿Y si fueran los federales? ¡Ay, San Lorencito! Que no sean ellos por favor, ya ves que se llevaron al Lupillo, y hasta ahorita nadie sabe de él, ni si volverá, no, San Lorencito, que no sean ellos. Te prometo llevarte una veladora grandota  el domingo si no son ellos.
 Mientras; los toquidos sonaban con más intensidad e insistencia en la puerta. ¿Qué hago, qué hago? Siento que de los nervios no me puedo ni mover, tengo el cuerpo engarrotado de miedo, ay Diosito, ¿por qué tiene que pasarme esto a mí? Y precisamente ahorita que no está Paco; pero me las va a pagar el desgraciado cuando venga, para qué me anda dejando sola si ya sabe cómo están las cosas, ¿qué tal si entran y nos andan poniendo por ahí sus cochinadas para luego acusarnos de lo que no hicimos ni somos? ¿y qué si se roban lo poco que tenemos? ni modo de acusarlos, ¿con quién, tú? ¿Y qué tal si se quieren propasar conmigo? ¿Qué voy hacer? Ni que fuera yo tan fuerte, ni siquiera puedo con el flaco de mi marido cuando llega borracho; no, no, San Lorencito, no seas malito, y que no sean ni los unos, ni los otros; es más, te prometo dos veladoras y ahora sí no me voy hacer loca con la limosnita, mira, te lo juro por Diosito tu patrón. Dijo esto haciendo la cruz con sus dedos, para luego darse unos golpecillos en el pecho.
La puerta se oía como si se fuese a caer; ya no eran toquidos, ahora sonaba a manotazos. ¿Qué hago, qué hago? ¿Salgo corriendo por la puerta del patio, o abro? ¿Qué hago, qué hago? ¡Paco, Paquito, ya verás cuando llegues! ¿Y qué tal si son los municipales y te andan buscando? ¡No, no! ¡Císcalo, císcalo, diablo panzón! Pero qué estúpida soy, ¿cómo se me ocurre pensar eso?, no te creas, Ponchito; además ¿por qué te iban a buscar, si tú nunca te has metido en problemas? Pero es que ya no sé ni lo que digo, ¿cómo voy a querer que sean los municipales? como si no los conociéramos; bueno, aunque a lo mejor son los menos peores, ¡sí, cómo no! Como si no supiera yo cómo nos han tratado siempre. ¡Ay! No, Diosito, que no sean tampoco ellos, ¿qué hago, qué hago, me levanto y me asomo por la ventana a ver quién es? ¿o voy primero al baño? Con estos nervios ya me dieron muchas ganas de hacer pipí ¡Ay! ¡ay! ¡ayyy!, ya se me salió un chorrito, ya me mojé el calzón, qué cochina soy;  total, ya qué, nadie me vio, además yo no tengo la culpa. Todo es por el susto.
Alejandra entró como en un  sopor, no escuchó cuando abrieron la puerta. Tampoco escuchó los gritos de queja y recriminación; menos aún, el portazo cuando ésta se cerró, ni el recuerdo a su santa madrecita que le fue dedicado con tanto furor…
¡Alejandra! ¡Alejandra! ¿qué estás sorda, o qué? Chingao contigo, ya te he dicho que no andes viendo tanto la televisión, pero no haces caso. Yo sé que las cosas están canijas, y eso de estar viendo y escuchando a cada rato a quién y a cuántos matan, te pone más nerviosa de lo que ya estás; hazme caso aunque sea una vez  Alejandra, no prendas para nada ese maldito aparato que lo único que hace es ponerte toda paniqueda, chingao, mira nomás qué fachas traes, y hasta parece que te measte, andas toda mojada de en medio; ándale, ve a cambiarte, y ahí de pasadita trae leche caliente para prepararnos café. Te traje panquecitos de los que te gustan, además, ya sé que siempre que te pones así no puedes dormir. Y  por puro gusto, Alejandrita, por puro y recochino gusto. En fin, cada quién. Ya sabes que cuando me voy a tardar siempre te hablo. Ojalá  te sirva de experiencia y sea la última vez que te pase esto.
Alejandra llegó con una taza en cada mano, llenas hasta el borde con humeante y espumosa leche, listas para ser mezcladas con un aromático café instantáneo; se sienta frente a Poncho, y ya con un semblante de tranquilidad, pregunta;  ¿cómo te fue hoy, amor? 
Bien Ale, bien; lo de siempre: lidiar con los clientes en el almacén, aunque ya ves que no falta qué rompa la rutina. Déjame te cuento; por ahí del medio día, casi cuando salíamos a comer, que se oyen varios balazos, y ahí vamos todos al suelo, y luego…



No hay comentarios:

Publicar un comentario