Panquecitos
con café
Alejandra despertó temblando, sin saber siquiera
por qué, no sabía si era por los fuertes golpes en la puerta, o porque sabía
que su marido no estaba y algo pudo ocurrirle. Y qué tal si eran los soldados
los que tocaban; les tenía miedo, eran tantas las historias de abusos que se
contaban, que no se decidía a dejar la
cama. ¿Qué hago, Dios mío? ilumíname por
favor. ¿Y si fueran los federales? ¡Ay,
San Lorencito! Que no
sean ellos por favor, ya ves que se llevaron al
Lupillo, y hasta ahorita nadie sabe de él, ni si volverá, no, San Lorencito,
que no sean ellos. Te prometo
llevarte una veladora grandota el
domingo si no son ellos.
Mientras;
los toquidos sonaban con más intensidad e insistencia en la puerta. ¿Qué hago, qué hago? Siento que de los nervios no me puedo ni mover, tengo el
cuerpo engarrotado de miedo, ay Diosito, ¿por qué tiene que pasarme esto a mí?
Y precisamente ahorita que no está Paco; pero me las va a pagar el desgraciado
cuando venga, para qué me anda dejando sola si ya sabe cómo están las cosas,
¿qué tal si entran y nos andan poniendo por ahí sus cochinadas para luego
acusarnos de lo que no hicimos ni somos? ¿y qué si se roban lo poco que
tenemos? ni modo de acusarlos, ¿con quién, tú? ¿Y qué tal si se quieren
propasar conmigo? ¿Qué voy hacer? Ni que fuera yo tan fuerte, ni siquiera puedo
con el flaco de mi marido cuando llega borracho; no, no, San Lorencito, no seas
malito, y que no sean ni los unos, ni los otros; es más, te prometo dos
veladoras y ahora sí no me voy hacer loca con la limosnita, mira, te lo juro
por Diosito tu patrón. Dijo esto haciendo la cruz con sus dedos, para luego
darse unos golpecillos en el pecho.
La puerta se oía como si se fuese a caer; ya no
eran toquidos, ahora sonaba a manotazos. ¿Qué
hago, qué hago? ¿Salgo corriendo por la puerta del patio, o abro? ¿Qué hago,
qué hago? ¡Paco, Paquito, ya verás cuando llegues! ¿Y qué tal si son los
municipales y te andan buscando? ¡No, no! ¡Císcalo, císcalo, diablo panzón!
Pero qué estúpida soy, ¿cómo
se me ocurre pensar eso?, no te creas, Ponchito; además ¿por qué te iban a
buscar, si tú nunca te has metido en problemas? Pero es que ya no sé ni lo que
digo, ¿cómo voy a querer que sean los municipales? como si no los conociéramos;
bueno, aunque a lo mejor son los menos peores, ¡sí, cómo no! Como si no supiera
yo cómo nos han tratado siempre. ¡Ay! No, Diosito, que no sean tampoco ellos,
¿qué hago, qué hago, me levanto y me asomo por la ventana a ver quién es? ¿o
voy primero al baño? Con estos nervios ya me dieron muchas ganas de hacer pipí
¡Ay! ¡ay! ¡ayyy!, ya se me salió un chorrito, ya me mojé el calzón, qué cochina
soy; total, ya qué, nadie me vio, además
yo no tengo la culpa. Todo es por el susto.
Alejandra entró como en un sopor, no escuchó cuando abrieron la puerta.
Tampoco escuchó los gritos de queja y recriminación; menos aún, el portazo
cuando ésta se cerró, ni el recuerdo a su santa madrecita que le fue dedicado
con tanto furor…
¡Alejandra!
¡Alejandra! ¿qué estás sorda, o qué? Chingao contigo, ya te he dicho que no
andes viendo tanto la televisión, pero no haces caso. Yo sé que las cosas están
canijas, y eso de estar viendo y escuchando a cada rato a quién y a cuántos
matan, te pone más nerviosa de lo que ya estás; hazme caso aunque sea una
vez Alejandra, no prendas para nada ese
maldito aparato que lo único que hace es ponerte toda paniqueda, chingao, mira
nomás qué fachas traes, y hasta parece que te measte, andas toda mojada de en
medio; ándale, ve a cambiarte, y ahí de pasadita trae leche caliente para
prepararnos café. Te traje panquecitos de los que te gustan, además, ya sé que
siempre que te pones así no puedes dormir. Y
por puro gusto, Alejandrita, por puro y recochino gusto. En fin, cada quién.
Ya sabes que cuando me voy a tardar siempre te hablo. Ojalá te sirva de experiencia y sea la última vez
que te pase esto.
Alejandra llegó con una taza en cada mano, llenas
hasta el borde con humeante y espumosa leche, listas para ser mezcladas con un
aromático café instantáneo; se sienta frente a Poncho, y ya con un semblante de
tranquilidad, pregunta; ¿cómo te fue hoy, amor?
Bien Ale,
bien; lo de siempre: lidiar con los clientes en el almacén, aunque ya ves que
no falta qué rompa la rutina. Déjame te cuento;
por ahí del medio día, casi cuando salíamos a comer, que se oyen varios
balazos, y ahí vamos todos al suelo, y luego…
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