Tentación
“El olvido es
una bolsa llena de recuerdos”, dijo Uriel, cuando Gabriel le pidió que ya no le
recordara la situación en que se encontraban. “Quiero olvidarme de todo, y tú
no ayudas. Ya sé que caímos en la tentación de la carne, que fuimos débiles,
pero ¿por qué él no nos ayudó a tener la suficiente fortaleza? Siempre fuimos
fieles y obedientes; sin embargo el primer tropiezo, y ya ves”.
“Sí, es triste,
lo sé; pero lo hecho, hecho está. Además él no tiene la culpa, acuérdate que la
decisión fue nuestra”, dijo Uriel, “pero si él presentía que algo iba a pasar
debió darnos una señal”, contestó Gabriel.
“Los dos somos
culpables, cargamos el mismo pecado, no lo hiciste tú solo”, dijo Uriel,
tratando de confortarlo ya que para Gabriel era difícil dejar de sentirse
culpable; le dijo “vamos a repasar el por qué del suceso y tal vez te haga
sentir mejor”.
“No. No, ya te
dije que prefiero olvidar; no quieras solucionar lo que no tiene perdón”.
“Gabriel,
escúchame: lo que hicimos no es tan malo. Es más, yo creo que hicimos lo
correcto; peor hubiese sido no haber hecho nada. Piénsalo con detenimiento y
verás que tengo razón”.
“Estás loco,
Uriel, completamente loco; si todo fuera como dices, él no nos habría castigado
de esta manera tan cruel. ¡Mira que dejarnos solos en el momento que más le
necesitábamos!”
“Bueno, pero ¿de
qué forma querías que actuara al darse cuenta de lo que había pasado? Yo creo
que hasta se portó benigno y nada rencoroso”.
“Tal vez tengas
razón, Uriel, pero yo insisto en que no debió abandonarnos, y menos en este
lugar tan frío y silencioso. Y todo por la tentación de la carne…”
“Basta de
lamentaciones, Gabriel; mejor busquemos la forma de pedirle perdón, de hacerle
ver que en verdad estamos arrepentidos y tal vez hasta seamos reinstalados, ¿o
es que quieres cargar de por vida con el error? Claro que no ¿verdad? Entonces
vamos encontrando mejor una salida”.
“Sí, tal vez
tengas razón, Uriel. ¿Qué es lo que propones entonces?”
“Por principio,
vamos aceptando que fallamos a su confianza y que no volverá a pasar, que por
más ganas que tengamos nuestra voluntad será férrea; él tendrá que darse cuenta
y tal vez todo vuelva a ser como antes, y tengamos otra vez la confianza de
él”.
“Está bien,
Uriel, creo que es lo mejor; hagámoslo así entonces”.
Al día
siguiente, al despertar la ciudad, se oyeron en un lugar no muy lejano las
voces de Uriel y Gabriel que al unísono decían “señor, ésta es la primera y
última vez que tendrá queja de nosotros; no volveremos a coger un solo gramo de
carne de su establecimiento para dárselo al hambriento, ni gastaremos su agua
con los que tienen sed”.
“Está bien, creo
que han aprendido la lección, par de redentores devaluados”, les contestó el
patrón. Enseguida les abrió la puerta del cuarto frío, y dándoles la espalda
les dijo “¡a trabajar, holgazanes! que por platicar no pagan…”
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