Rachmaninoffi
Él era un vampiro como todos los demás, recién llegado, obviamente de
Transilvania; decidió venir a México por dos razones: la primera, y tal vez la
más importante, era porque allá en su lugar de origen ya había dado fin con los
donadores forzados de sangre; y la segunda porque hasta aquel remoto lugar
llegaron noticias de que acá en este país corrían ríos de ese líquido rojo y
pegajoso tan apreciado para su nutrición, todo un néctar para él, así que ¿qué
más podía pedir?
Habiendo ya pasado inmigración y tras haber
recogido su equipaje, que por supuesto sólo era un ataúd modelo 1633 clásico,
se dirigió hacia la salida con la idea de tomar un taxi que lo llevara a buscar
un buen lugar para descansar. Claro que no sin antes contratar un maletero que
cargara con su ataúd.
¿A dónde lo
llevo?,
pregunta el taxista, a un buen hotel
cerca del río, contesta Rachmaninoffi, que en esos momentos pensaba en qué
nombre ponerse para no llamar la atención, por lo que luego de unos momentos,
se dice, ya sé, de ahora en adelante seré
el Conde Chupa Sangre; bravo, se dijo, ¡qué
inteligente soy! Mientras,
el coche se estacionaba frente a un hotel en Río Churubusco, el conde dice, ¿y el río? ¿dónde está?, estamos parados sobre él, ¿qué no ve?,
le contesta el chofer un poco molesto. Pues
no, yo veo el hotel, pero no veo río con
sangre; ¡Ah, quiere sangre el
viejito!, le contesta el chofer. Y tómala, que le da un izquierdazo en la cara al
Conde, mientras que con la derecha le arranca el medallón de oro que traía al
cuello; se baja el chofer como de rayo y abre la puerta trasera para, jalándolo
de los pelos, sacar al Conde del auto.
Éste, un tanto desconcertado por el recibimiento,
no sabe qué hacer, por lo que el chofer antes de subirse de nuevo al auto e
irse, le da una patada en la mera jeta al pobre vampiro y huye a gran
velocidad. En la esquina estaba una patrulla con dos agentes, que deciden no
intervenir hasta no ver qué delito perseguir; en cuestión de segundos llegan a
la conclusión de que el viejo tiene la culpa, pues el taxista anda haciendo su
lucha, dicen. Así que de inmediato se dirigen donde se encuentra el Conde, y
que en esos momentos se levantaba dando un grito de dolor, más moral que físico, ya que al tocarse la
mejilla del lado derecho se da cuenta que le han aflojado uno de los colmillos.
A ver,
señor ¿qué pasa aquí? le dicen los agentes. Que me han golpeado, y robado,
a mí que acabo de llegar a este país, contesta el Conde. A ver, identifíquese; si no, pues nos va a tener que acompañar a la
delegación, además se nos hace que es maricón y anda drogado, le dicen, a ver: haga un cuatro. ¿Perdón?, contesta el conde, ignorando
completamente de qué le hablan. Bueno,
póngase la del Puebla y asunto arreglado. ¿La del Puebla? contesta y dice, yo no sé de qué me hablan, además el del coche también se llevó mi
ataúd.
¡Ah!
conque paseando ataúdes sin permiso de
la autoridad competente. No, pos’ ora sí
que nos tiene que acompañar. Al ver el conde que la cosa iba en serio le sale lo
vampiro, y de un zarpazo (le habían salido tremendas uñas o más bien garras en
los dedos) le rasga medio pantalón a uno de los agentes, dejándole al aire sus
miserias, por lo que de inmediato sale corriendo dejando una línea de pasta
amarilla que le va saliendo de su penoso trasero; el otro agente logra sacar su
pistola y con tan buen tino dispara, que da en el mero centro de la lámpara de
la esquina. El conde tira otro zarpazo a la pierna del agente, que hace que
éste caiga, el conde aprovecha y se lanza al pecho del caído con la maléfica
intención de chuparle la sangre directamente del corazón, pero con tan mala
suerte que le da el mordisco precisamente en la placa de policía, y con el
colmillo flojo, sólo se escuchó un lastimero ¡ayyy mami, mi colmillito, ayyy!
El agente al ver esto valientemente emprende la
huída, y aprovechando el reguero amarillo de su compañero lo utiliza como si
fuera una tabla de surfear. El Conde se queda un tanto desconcertado, dando
tiempo que los valientes y celosos guardianes de la ley logren perderse en las
calles de la gran ciudad.
El Conde, que en esos momentos ya le había salido
lo Rachmaninoffi, se levanta y ve con
tristeza su colmillo tirado en el gris pavimento; quiso llorar al verlo, pero
se armó de valor, lo recogió y lo guardó en uno de sus bolsillos. Ahora ¿qué hago?, se preguntó, y ¿qué hago también aquí?, se dijo. ¡El ataúd! gritó el Conde, ¡mi ataaúuud!
Se elevó por los aires y trató de localizar desde
la altura el taxi con su ataúd; creyó que no le sería difícil dar con él, pero
grande fue su decepción ya que al elevarse pocos metros del suelo, y con el
smog que cubría a la ciudad, le fue imposible ver a pocos metros de su nariz, que en esos
momentos empezaba a moquearle por la contaminación; de uno de sus ojos brotó
una lágrima, es de nostalgia, se
dijo, al momento que soltaba un suspiro; en el instante que abría la boca para
exhalar, que se le mete una mosca en la boca y con tan mala suerte en el
orificio dejado por el colmillo perdido;
la única forma que se ocurrió para sacar a la intrusa fue metiéndose una
de sus largas uñas, pero lo único que hizo fue matarla y meterla más profundo,
por lo que prefirió dejarla ahí, ya
saldrá, se dijo, cuando el nuevo
colmillo aparezca, lo que nunca pasaría, ya que se lo habían tumbado con
todo y raíz, además la mosca contribuiría para crearle una infección que haría
que se le fueran infectando poco a poco los demás dientes.
Después de mucho meditar sentado en el cordón de
la banqueta, decidió que tenía que buscar una ciudad más tranquila, por lo que
se acercó a un puesto de revistas para ver los encabezados de los periódicos.
Los ojos casi se le salen al ver una nota: “Continúan en Cd. Juárez los ríos de
sangre”. Ahí es donde debo estar, ahí es
donde debí de haber ido, ahí es para donde ahora mismo parto.
No batalló para regresar al aeropuerto y ya
estando ahí, indagó cuál era el vuelo a su destino; luego, utilizando su poder
de vampiro, fue y se instaló en la parte destinada a la carga en el avión. Fue
un viaje tranquilo aunque un poco molesto, ya que la mosca muerta comenzaba
a hacer su trabajo. Cabe aclarar que a
este vampiro no le afectaba la luz solar, ni necesariamente tenía que dormir en
un ataúd.
Bajó del avión sin que le vieran, dirigiéndose de
inmediato a la carretera; pensó en pedir aventón y así conocer un poco el
terreno, ya que su idea era sacar la mayor información de quien fuese el chofer
en turno, sólo que ni idea tenía de unos armatostes que aquí circulaban, ni de
la forma en que lo hacían. Pronto tendría el infortunio de conocerlos muy, pero
muy de cerca. Al momento de pararse en la orilla de la carretera fue alcanzado
de lleno por una rutera “Juárez-Aeropuerto”; únicamente se oyó un leve quejido,
ya que éste fue opacado por el ruido del golpe del camión contra el cuerpo del
Conde, ya me desgraciaron el otro
colmillo, dijo mientras volaba por el aire, cayendo como a veinte metros
del camión. Se quedó tirado un tanto aturdido y tapándose la boca con la palma
de la mano, ¡mi colmillo, mi colmillo!,
repetía con verdadero dolor. Bueno, todo
sea por los ríos de sangre, se dijo para darse ánimo. En cuanto se acerque el chofer del camión le atrapo y con su sangre
pagará este golpe, pensó, pobre Conde, pues antes de que terminara él de
pensar, el chofer ya huía a toda velocidad.
El Conde se sintió tan mal de su suerte, que en
vez de perseguir al fulano se levantó, se sacudió el polvo de su otrora negro y
elegante traje, y voló hacia el cerro más cercano, para desde ahí planear cómo
proceder, se dijo. Así que se
dirigió al
famoso Cerro Bola, precisamente a un lado de donde se lee “La Biblia es la Verdad”.
Es la
verdad,
leyó en voz alta, y se preguntó, pero
¿cuál verdad? Y se quedó mirando al horizonte , hacia la ciudad. Entró en
una de las cuevas que por ahí existen y se dispuso a descansar, ya que las
últimas horas habían sido demasiado agotadoras, incluso para un vampiro como
él.
Antes de quedarse dormido estuvo pensando en
cambiar una vez más de nombre, dijo, como
que eso del Conde Chupa Sangre no me ha traído muy buena suerte, desde este
momento seré únicamente Ramiro, sí, Ramiro el vampi, y se quedó dormido
como bebé. Incluso no faltó el dedo gordo en la boca, que de alguna manera le
sirvió para suplantar de momento la falta de la pieza dental.
Pobre Ramiro, o Rachmaninoffi, o el Conde; nunca
de los jamases se imaginó lo que sería de él en tierras lejanas…
Por la mañana, no se despertó, lo despertaron los
gritos y golpes que recibía en ese momento; abrió los ojos y vio a su alrededor a cuatro jóvenes que
hacían mofa de él, ¿qué quieren?, les
dijo, y uno de ellos por respuesta le arrebata el anillo de oro que llevaba en
su mano izquierda, por supuesto la joya de familia que lo distinguía como un
Rachmaninoffi. Se quiso entonces incorporar pero se dio cuenta que le habían
atado, y que su capa la llevaba bajo el brazo otro de los jóvenes. En estos
momentos su autoestima estaba por los suelos; qué digo por los suelos, tan nula
era, que con voz apenas audible les dijo, me
han hecho enojar y como vampiro que soy les voy a castigar; abrió la boca
para dejar ver sus intimidantes colmillos, y la respuesta que recibió fue una
cascada de burlas: no se acordaba que le faltaba un colmillo, así que lo que
veían estos jóvenes era su boca chimuela. Los jóvenes emprendieron la huída
cerro abajo para refugiarse en las casas que ahí estaban, esto era la orilla de
la ciudad.
Ramiro, como pudo, se desató y corrió en busca de los mozalbetes, de mí no se burlan, dijo, pero cuál
sería su sorpresa y frustración al no poder entrar en ninguna de las casas, ya que, o contaban en su interior con un
crucifijo, o tantito peor: contaban con un gran póster del Enmascarado de
Plata, El Santo en alguna de las paredes.
Por lo que
decidió volver a la cueva a replantearse la forma de actuar, esperó hasta el
anochecer y salió con las primeras sombras de la noche; la iluminación
artificial en esa área era nula. Como en muchas partes de la ciudad, las
lámparas existen en cada esquina pero casi nunca están encendidas. Comenzó a
caminar por la primer avenida que encontró y que se dirigía al centro de la
ciudad; no quiso irse volando porque quería conocer el territorio, además tal
vez encontrara en el camino a quién chuparle un poco de sangre, ya el hambre
hacía presa de él.
De pronto vio a pocos pasos la figura de una
persona, y decidió alimentarse; se quiso hacer invisible, pero, maldita sea, dijo, me falta mi capa, sin ella va a ser muy difícil que lo logre, bueno
pero lo intentaré, se dijo. Como pudo se hizo delgadito, delgadito hasta
estar a un metro de la víctima, que era
una señora ya entrada en años pero de buen ver todavía. Y ándale, que se le
lanza atrapándola bajo sus brazos e inmovilizándola; la señora flojita,
flojita, y que le tira el mordisco al cuello, y que le encaja el único
colmillo; pobre Ramiro, lo que parecía un banquete sólo quedó en probete. Al
momento de succionar con el colmillo casi bueno, por el orificio del lado
opuesto le salía casi toda la sangre que
iba sacando. Tardó más de lo acostumbrado, y aún así no quedó satisfecho. Pero
¿cómo lo iba a estar, si el 75% de la sangre estaba encharcada a sus pies y
otro 20% estaba en sus ropas?
Ahí mismo se empezó a desnudar para exprimir sobre
su boca lo que pudiera salvar de su manjar; casi terminaba de hacerlo,
únicamente le faltaba la ropa interior, cuando ve que se acerca un camión con
varios soldados a bordo. Agarró las ropas bajo el brazo y voló a esconderse
arriba de una de las lámparas, por lo que alcanzó a escuchar parte de los
diálogos de éstos: aquí código rojo… otro
ejecutado, no avisado… a todas las unidades acercarse… todas las unidades al
lugar… formen un círculo y no se muevan… busquen pruebas y despejen calles y
avenidas… repito… despejen calles y avenidas...
Ramiro, al oír esto, de inmediato emprendió el
vuelo hacia el centro de la ciudad, pero con tan mala suerte, que al bajar le
tocó caer precisamente en un retén militar; éstos al verlo de inmediato se les
hizo sospechoso y se volcaron sobre él, le pusieron las esposas, y antes de que
dijera algo, ¡tómala!… que le dan un culatazo en las costillas que le hizo aventar
la sangre que acababa de tomar, ¿quién te
vende la droga?, le dijeron, ¿cuál
droga? contesta Ramiro, la que le
vendiste a éste, y señalan a otro detenido más muerto que Ramiro. No sé de qué me hablan, yo sólo soy un pobre
vampiro, les dice Ramiro enseñándoles el colmillo. ¿Ah, sí? conque un vampiro ¿no? y ¡tómala!, que le dan otro
culatazo en la boca que le tumba no sólo el colmillo, sino tres dientes y un
molar.
Ramiro quiso volar pero no pudo de lo débil que
estaba; sin comida, ni anillo, ni medallón, ni capa y hasta sin nombre ya. Lo
suben al camión y se lo llevan al cuartel donde lo meten en una celda
subterránea; ahí se da cuenta que no está solo, pero también se da cuenta que
no puede escapar, no tiene su capa para hacerse invisible. Las paredes y los
techos de la celda son de acero; era obvio que él no necesitaba acostumbrar sus
ojos a la oscuridad, por lo que de inmediato se dio cuenta que había seis
personas más ahí. Lo malo es que ya estaban peor que muertos: en los puros
huesos, con la vista perdida y sin poder hablar.
Maldita la
hora en que decidí venir acá, dijo en voz alta, mejor
hubiera probado en Hollywood como mi primo Drácula; a él sí le fue bien…
Pasaron varios meses, hasta que un día oyó que
abrían la celda; ya Ramiro no era ni la sombra de un vampiro -era tal vez un
simple murcielaguillo –imagínense: sin probar sangre durante tanto tiempo, sin
tener a quién asustar, sin su capa, sin su anillo, sin su medallón, bueno, ya
hasta sin honor (en una noche de luna, cuando más dormido se encontraba,
entraron dos soldados y… bueno, ya se imaginarán).
Ramiro alcanzó a escuchar que decían que lo
cambiarían a una prisión de máxima seguridad; el solo pensamiento de algo peor
lo hizo estremecerse. Y dijo, no más, eso
sí que no, mi estirpe no puede sufrir tanta humillación; ya se me ocurrirá algo
durante el traslado.
Lo agarraron entre dos y lo subieron a un camión
grande, lo aventaron al piso, mientras tanto Ramiro pensaba en la forma de
liberarse. Esperaba que esta vez la suerte le favoreciera; de pronto se da
cuenta que el piso del camión es de madera, y se pone a levantar un pedazo con
los pocos dientes que le quedan. Pero a cada salto del camión Ramiro perdía más
dientes.
Ya cuando casi tenía las encías desnudas logra su
cometido levantando un trozo de madera; la suerte estaba de su lado porque
había quedado puntiaguda. Ramiro hizo un último intento y logra medio
incorporarse entre las botas de los soldados, para dejarse caer y clavarse el
madero en el corazón.
Así terminó la vida del vampiro Ramiro, también
conocido como el Conde Chupa Sangre, o también como el gran Rachmaninoffi de
Transilvania.
Debemos recordar que no todos los sueños se
convierten en realidad.
Ni que toda realidad es como la cuentan; ésa es la
verdad.
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