¿Y…?
Y esa nube de pólvora. Que no se quiere alejar de nuestro cielo,
que por más que soplen los vientos, sigue anclada en
este lugar,
se aferra como mancha de pecado, que Dios no
quisiera perdonar.
Y este río de sangre. Cada vez más caudaloso,
corriendo a nuestros pies,
que a diario lo riegan los indecentes con
inocentes,
para luego tratar de teñirlo con mentiras, y
detenerlo con muros de papel.
Y esta incertidumbre que nos trae asoleados,
ya no sabemos para dónde correr, no tenemos en
quién confiar,
andamos como si fuésemos huérfanos perdidos en
nuestra ciudad.
Y esa desvergüenza y cinismo con que actúan los “elegidos”,
marcando nuestros caminos con escarnio y dolor,
ellos siguen con su mascarada, mientras nosotros
sólo queremos ver una vez más la luz del sol.
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