Ocho y diez
Serían como las
ocho con quince, o tal vez las nueve de la noche; en realidad no lo sé, ni creo
que importe mucho la hora exacta, no sé por qué todo tiene que rondar a eso de
las ocho. Tal vez sea porque mi madre me dijo que a esa hora nací, yo no lo sé;
pero si ella lo dijo, así debe de ser, y no creo que haya alguien que refute
esto, a menos de que esté dispuesto a perder algunas piezas dentales. No lo
creo, la gente no es estúpida, se hace, para tragar a puños, bueno, no es
estúpida ¡pero hay cada bestia! que lo único que le hace falta es babear.
Porque berrear lo hacen muy bien.
Total, no sé por
qué me pongo a pensar en ellos, si la gente nunca ha pensado en mí; y no es que le dé importancia, sino que me da
rabia tenerlos cerca…
Por eso me
alejo, pero entre más lo hago, parece que les digo que me busquen, como si
jugásemos a las escondidillas. ¡Estoy harto!... De tener que verles sus caras
sin rostro, de tener que oírles su palabrería sin sentido. El simple hecho de
tener alguien frente a mí me revuelve el estómago, y me dan ganas de golpearlo,
¡y lo hago! ¡desde luego que sí! ¿por qué habría de quedarme con las ganas? ¡ni
que fuera como ellos! Me gusta ver cómo les corre la sangre cuando les golpeo
la cara; sus narices son como volcán en erupción… a veces tengo suerte, y con un buen golpe o patada en
el estómago caen al suelo sin aire y retorciéndose de dolor; ya caídos, se
enroscan como fetos tratando de cubrirse. Ilusos, así es como los puedo patear
mejor, y oír el crujir de sus costillas, que cómo me hace sentir bien,
¡endiabladamente bien! Aunque en realidad no sé si es por verles sufrir o por
el hecho de sentirme superior, ¡porque eso sí! soy mejor que ellos… A mí no me
hace llorar el dolor, ni pido clemencia en ninguna situación.
¡Cretinos! Eso
son, unos grandes cretinos, mal paridos. A los primeros golpes, ya están
pidiendo que no los lastime más, quesque ellos no me han hecho nada, ¿que por
qué lo hago? Que esto. Que lo otro, ¡bah! Deberían ser hombrecitos como yo,
pero cómo lo van a ser, si ni siquiera meten las manos cuando les caigo encima.
No creo que sea porque los ataco por la espalda. ¿O porque espero el momento en
que más descuidados están? Y si así fuera, no es mi culpa; yo no les digo que
vayan tan distraídos, ése es su problema, no el mío. Ya bastante hago con pegarles hasta dejarlos sin sentido;
además ellos son los que se topan conmigo. Si no quisieran tener problemas,
tendrían más cuidado. Si ya saben que ando por aquí, váyanse por otro lado…
además, así soy porque así lo quiso Dios…
Si Él no lo hubiera querido, yo no hubiese
nacido, y la gente tendría la seguridad de que no habría peligro al caminar por
las calles después de las ocho y diez…
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