jueves, 10 de mayo de 2012

El secreto de Laura


Laura, háblame fuerte,
compárteme tus temores,
antes que te atrape la muerte.
Cuéntame tus secretos y dime de tus defectos,
antes que tus oscuros instintos debiliten tu ser.
Laura, sé clara con tus palabras,
y no te guardes nada para mañana,
acuérdate que para ti ya no hay después.
Agótate el pensamiento y dime quién fue,
acuérdate que si mientes será peor para él,
además, aquí ni el amor ni el odio existen,
sólo es cuestión de ver a alguien más caer.





El pie sobre la arena


Y en un principio, Dios creó al mundo, a las plantas, a los animales…y al hombre, 
y también a la mujer. Teniendo el descostillado que cargar con Evas y Liliths 
por el resto de su vida, y sus descendientes por el resto de los tiempos, hasta la segunda, 
o tercera, o cuarta venida del Señor. Ah, cómo será juguetón y travieso este Creador 
que nos tocó. Para empezar la broma, les dijo, “pueden comer lo que les plazca,
 pero menos de este árbol”. ¡Y tómala! Que se los pone justo en el centro del Paraíso, 
ahí donde les gustaba a ellos dormir la siesta, ahí desde donde veían jugar a las criaturas del Señor, 
se veían correr las aguas cristalinas del río, donde nadaban peces de varios colores, 
ahí desde donde si alzaban la vista al cielo para ver las aves volar, no podían, porque 
sólo veían manzanas y más manzanas, rojas, brillantes, y apetitosas. ¿Qué hacer? se preguntaban, 
¿qué hacer?
Eva propuso, “cortemos sólo las necesarias que nos permitan ver la casa del Señor” 
¡No! contestó Adán, “si lo hacemos Él va a pensar que las cogimos para comerlas” 
–“Pues las escondemos bajo alguna piedra” dijo inteligentemente Eva; ¡No! contestó Adán, 
(con esa firmeza que siempre hemos tenido la mayoría de los hombres) “las piedras las puso
 el Señor fuera del Paraíso, y yo, no pienso ir”, -¿Ah, no?- le dijo Eva, “pues entonces, toma”, 
y con un movimiento rapidísimo, arranca una manzana y se la mete en la boca al bonachón 
de Adán, que en vez de escupirla, se pone a masticarla y tragarla con gran deleite, 
diciendo aún con la boca medio llena, “están más sabrosas que las de California”, 
Eva pone cara de enojo y mirándolo fijamente a los ojos, le pregunta- 
“ ¿y tú cuándo has estado allá?”, Adán, poniendo cara de ¿what?, contesta con lo primero 
que se le ocurre, y dice- “no, pues es que Gabriel me platicó”- ( desde entonces 
no dejan descansar al pobre de Gabriel ). “Me platicó… me platicó… sí, cómo no, ya te creí; 
ahora por mentiroso cómete otra” y que le pone otra manzana entre diente y diente, 
-“ ¿ya qué?” –dice Adán, si de todas maneras nos van a regañar. ¿Nos van? –dice Eva-
¡te van, qué!.
No habían pasado ni dos horas, cuando se oye un poderoso estruendo en el firmamento; era una 
de las ventanas del cielo, no las puertas como algunos creen, qué tal si se abren de repente 
y se cae el Señor. Él también acostumbraba su siesta y se levantaba amodorrado. Así que les dijo, 
en un segundo bajo y lo arreglamos, sólo me pongo las sandalias, ¿dónde las dejé?
¿dónde las dejé?
Resulta que Lucifer fue con el chisme, y claro, contó las cosas a su manera,
 ya ven cómo es hablador. Total, que se armó la discusión, que por qué me desobedecieron… 
que por qué lo pusiste ahí… y que tú por qué vas de chismoso… que te las íbamos a pagar… 
y que porque yo cuido los intereses del Señor… y que a ti te falta una costilla… 
y que a ti qué te importa… y que al cabo las de California están más buenas… 
y que en spring break mejor… y que ya cállense que me desesperan, gritó el Señor. 
Entonces se hizo un silencio total; bueno, ni lo grillos se escuchaban. Adán y Eva no sabían
 para dónde voltear, así que agacharon la mirada y fue en ese momento cuando 
se descubrieron el sexo. El Señor al darse cuenta les dijo -ah, ¡eso!, será parte 
de su castigo por haberme desobedecido, con eso tendrán hijos 
(ojalá y no les salgan como ustedes, pensó), tú, Adán, tendrás que sufrir 
al tener que hacerlo con tu mujer, y tú, Eva, sufrirás durante mucho tiempo al parir, 
hasta que no se invente la raquia; además, habrá veces que no sabrás quién es el padre. 
Y todo por una manzana, Adán -le dijo el Señor. ¿Unaaa?, -contestó Eva. 
Pero tú me obligaste, le dijo Adán. Sí, pero yo no comí, contestó ésta.
Entonces Lucifer, como si se hubiese pinchado una nalga con su cola, se para frente al Señor, 
y con una mirada como de yo no fui, señala hacia el otro lado del árbol; 
entonces el Señor se da cuenta que crecían unos retoños, que definitivamente 
Él no había puesto ahí, -¿Qué es esto, Adán?, preguntó; “te juro que no lo sé, papi”, 
ya se sentía castigado y de alguna manera quería reconciliar, pero era verdad: 
él no sabía de qué le hablaban. Entonces el chismoso de Lucifer abrió la bocota y dijo
pregúntale a Eva, Señor; a lo mejor ella sabe algo, ¿o no, Eva?
Eva hacía como que la virgen le hablaba, pero para su mala suerte María aparecería 
mucho tiempo después; mas con la sinceridad que siempre las ha acompañado dijo, 
yo no sé nada… es más, a mí me trajeron aquí, yo no quería venir, mientras torcía la boca
 y lanzaba cuchillos por los ojos. A ver pues, tú, metiche; di lo que tengas que decir
le dijo el Señor al primer cornudo de la historia (no, a Adán no; a Lucifer). Dice, bueno, 
no es que sea chismoso, pero mi amiga la serpiente me contó que ya estaba harta 
de que Eva la obligara a tragarse las semillas de las manzanas que se comía a escondidas; 
por eso cuando ésta se descuidaba ella las vomitaba y les echaba tierrita encima, 
pero nunca imaginó qué pasaría después… también dice que la tenía amenazada, 
que si decía algo, la iba a convertir en la primer bolsa de la historia. -Lo bueno es que 
casi no estabas enterado, dijo el Señor. Y desde entonces se asocia a las serpientes con los chismosos.
Total, que el Creador únicamente apuntó con Su dedo hacia la puerta de salida, y a buen entendedor….
y no es que fueran precisamente de mente muy ágil, sino que vieron que se acercaba con cara 
de no muy buenos amigos uno de los arcángeles, empuñando en su mano derecha 
una gran espada de fuego, y con la mano izquierda se venía sosteniendo el vestido 
-con el viento y con la prisa, casi se le cae. Se cree que esta imagen es el origen de la leyenda 
de los dragones, bueno, eso dicen; pero si no lo creen, le preguntamos a Eva.
La parejita no tuvo más remedio que abandonar el Paraíso; y lo peor, tener que trabajar para comer
 –bueno, hasta que a alguien se le ocurriera inventar el dinero y así vivir de los demás. 
Al paso de cientos y cientos de años, el Señor se dio cuenta que algo no andaba bien, 
así que tuvo que mandar un diluvio para acabar con la especie; sin embargo en Su bondad, 
quiso darnos otra oportunidad por medio de Noé y su prole, que a su vez ellos se encargarían 
de cuidar de las parejas de criaturas, que repoblarían la tierra. Y no me pregunten cómo le hizo 
para darles de comer a los carnívoros, porque yo no sé si llevaba algún frigorífico escondido. 
Yo nada más les cuento las cosas que pasaron.
La vida seguía y seguía. Al Señor se le ocurrió cambiar de domicilio, para ver si estando 
 más cerca las cosas se componían; se dijo, me voy a la Tierra, así que se puso a pensar dónde 
ubicar su residencia y dónde el infierno. No le costó mucho trabajo. Se acordó que había creado 
un lugar, con un poco de todo: agua, minerales, playas, flora, fauna; en fin, un poco de todo 
lo creado. Se dijo, ahí estará el infierno;tendrán todo, pero no podrán gozarlo. 
Será un buen castigo para aquellos que mande a ese lugar, 
verán que llegan extranjeros y se llevarán sus riquezas, y no dirán ni harán nada; verán que 
unos cuantos de ellos mismos los robarán y abusarán, y no dirán ni harán nada. Les arderá 
día y noche el corazón por la impotencia; sin embargo, después de un ciclo en ese lugar, 
tendrán otra oportunidad en otro sitio, tal vez en lo que se llamará África, o tal vez en Haití.
Además, en su inmensa sabiduría, el Señor le ordenó a Lucifer que tendría que vivir justamente 
al lado de ese lugar, por lo que tendría que olvidarse de sus juergas en el inframundo. 
Y como no podía desobedecer al Jefe, lo único que pidió es que el lugar donde 
se encontrarían sus oficinas generales, así como su residencia oficial, tendría que 
llamarse Estados Unidos, -mi residencia tendrá por nombre “The White House”, 
dijo, así despisto a los ingenuos, y puede que hasta me haga de algunas almas extras,
 y también de algunas tierritas -no creo que te enojes por eso. ¿Verdad?
Allá, del otro lado, podemos llamarlo Méjico, ‘Méjico el infierno en la tierra’,
 ¿qué te parece, Jefe?
Está bien, pero no vayas a propasarte”, contestó el Señor,
Yo me voy a vivir a Europa.
El Señor pasaba el tiempo en diferentes lugares; tenía varias casas de descanso
 -por eso era el patrón, ¿o no? Estaba tan tranquilo, que pensó que esto iba para largo; 
se decía, parece que Lucifer no se ha propasado y tiene todo bajo control; 
en equilibrio, pues. Tristemente, las cosas no eran así, y vaya que el Señor 
ya había tenido una duda; cuando quiso visitar Castelgandolfo y encontró a un extraño, 
que se decía su representante personal, coño, ¿y cuándo lo nombré? se preguntó. 
Para salir de duda, mandó llamar al inquilino de la “white house”, que ni raudo
 ni perezoso se presentó a la cita, y con una desfachatez envidiable, dice 
-yo lo mandé, Jefe, para que jugara a Tu favor, y organizara las cosas
 desde un pequeño lugar llamado El Vaticano; no creo que Te vaya a molestar 
que haya algunas personas que me peleen las almas. Digo, no sería justo, 
ni tendría chiste jugar solo. -OK, pero no olvides que te voy a estar vigilando….
Pasado algún tiempo el Señor decidió subir a los cielos, tenía unos asuntillos pendientes
 con los habitantes de las Pléyades. En Su ausencia pasó lo que tenía que pasar: 
Lucifer se apoderó de casi todo el planeta; los únicos lugares que aún no estaban 
bajo su dominio eran aquéllos donde no había televisión. Obviamente que el Señor 
se dio cuenta algunas décadas más tarde, y decidió regresar para poner en su lugar 
a grandísimo abusón.
(¡Ja!, diablitos a Mí, se dijo en voz alta).
Mas se dio cuenta que no sería tan fácil entrar de incógnito y agarrar 
con las manos en la masa al insolente, ya que había radares y sensores de todo tipo. 
Así que estuvo en el espacio, esperando que pasara de regreso a la tierra alguna nave,
¡y ándale! sin que lo notaran se agarró de la cola de ésta, se dice que era el Júpiter 2 
que al fin volvía a casa, fue así como logró pasar sin ser detectado, 
escondido en la bola de fuego en que se convierten al entrar a la atmósfera. 
Lo malo fue que, al caer en las frías aguas del mar, por poco y agarra una pulmonía; 
lo bueno es que por ahí andaba Poseidón y Le echó una mano, puso a Su disposición 
un par de delfines que lo llevaron de inmediato a una playa segura -eso creía: 
al tratar de posar el pie en la arena, sintió un fuerte golpe en la cabeza y cayó. 
Luego sintió cómo lo esposaban y era metido en un vehículo. Alcanzó a leer de reojo 
lo que decía la puerta: “Cayo Hueso-Inmigration Dept.”
Nunca más se ha sabido de Él. Algunos Le siguen esperando, 
otros han perdido la esperanza.
Unos dicen que Lo mataron. Otros dicen que está en Guantánamo. 
Yo ya ni sé… dicen que Lo confundieron con un cubano, pero yo creo que sabían que era Él.



El mar y los recuerdos




La tierra mojada de este camino
va grabando una a una sus pisadas,
está archivando la historia del caminar,
pequeños charcos van reflejando la imagen
del transeúnte que se rehúsa volver atrás,
su cuerpo se ve enjuto por la carga que espalda trae,
es un joven viejo, un viejo joven, que más da;
en una mano arrastra un vestido roído
y con la otra se cubre una herida en el abdomen;
la sangre le corre entre los dedos,
el esfuerzo hace que no deje de manar,
sus ojos se ven secos, no aparentan su edad,
le duele el pecho, se le nota a cada respiro,
cuando la piel le culebrea por el costillar,
su garganta está seca, los labios partidos,
y taladrando en su mente como un tic-tac que no para,
el recuerdo impotente del momento,
en que no pudo evitar aquel maldito accidente;
por eso sus pies firmes lo van guiando al desfiladero,
para que salte y le reclame su hija al mar.

El día de los muertos


¡Jalogüín!¡ jalogüín!, ¡queremos jalogüín!
¿Queremos qué?¡ ja-lo-güín! ¡queremos jalogüín!,
van gritando y pisoteando por las calles
de esta ya tan golpeada ciudad,
una de nuestras más coloridas y respetuosas tradiciones, como es el día de muertos. 
Ahí van los niños en pequeños grupos, como ovejitas descarriadas, guiadas por un mal pastor, 
con esos disfraces que en vez de dar risa o miedo, dan pena.
¡Jalogüín!¡ jalogüín!, ¡queremos jalogüín!
¿Queremos qué?¡ ja-lo-güín! ¡queremos jalogüín! 
poco a poco van medio llenando sus bolsas con golosinas, 
a la vez que van perdiendo su identidad, ¡gracias, papá y mamá, 
por empujarnos más a ninguna parte!
Ahí van entre gritos, y siguiéndose las sombras, 
pidiendo sin saber el porqué, 
van cambiando su inocencia por una calabaza hueca.
¡Jalogüín!¡ jalogüín!, ¡queremos jalogüín!
¿Queremos qué?¡ ja-lo-güín! ¡queremos jalogüín!,
en la adolescencia se paga la consecuencia, 
en preparatoria y escuela superior se sufre la ignorancia, 
y con desgano hay que poner un altar, 
sin tener la más remota idea de cómo, ni con qué, 
y sólo para no reprobar el semestre. ¡Gracias, papá y mamá, 
por haberme convertido en un excelente robot consumidor, 
sin saber de dónde vengo, ni a dónde voy!
¡Jalogüín!¡ jalogüín!, ¡queremos jalogüín!
¿Queremos qué?¡ ja-lo-güín! ¡queremos jalogüín!
¿Qué significa la foto, el espejo, el reflejo?, ¿y qué el arco, 
el copal, o las velas?, ¡dímelo, papá! ¿Qué significa el agua, 
las calaveras, la comida, el tequila? ¡dímelo, mamá!
Ahí van las nuevas generaciones, tratando de imitar lo desconocido, 
balbuceando palabras sin sentido, cambiando su futuro 
por un puñado de dulces; ahí van acompañados de adultos, 
que dicen van a cuidarlos de extraños y del peligro.

El clavo y el tequila


Faltaban diez minutos para las once de la noche, y Roberto ya estaba fuera de su tumba; 
estaba de pie esperando a sus amigos, le gustaba asustarlos al verlo ahí frente a ellos cuando salían, 
con su sonrisota ahora sí que de oreja a oreja, su camisa a cuadros blancos y azules 
(bueno, lo que quedaba de ella) así como los retazos de mezclilla -en un tiempo un buen pantalón-, 
y esos trozos de cuero, parecidos y retorcidos como chicharrón de peya, uno en cada pie. 
Enrique y Toño siempre soltaban un quejido, que no un grito, al verle, pues creían que era Don Chuy 
el sepulturero y velador, que los esperaba para darles de palazos.
Ya en ocasiones anteriores habían tenido que recoger sus cráneos a varios metros de ahí, 
aparte que era retedifícil buscar a tientas; ya pasado el coraje, siempre le reclamaban a Roberto, 
“pinche payaso, me cae que una noche de éstas nos vas a matar de un susto”, decía Enrique. 
“Pinche Roberto, me cae que a la otra sí te tumbo la quijada con todo y dientes de un femurzazo, 
me cae que sí”, decía Toño.
“Bájenle, bájenle”, decía Roberto, “¡si bien que les gusta que les inyecte vida!, ¿o no?”
 “Pues sí, la verdad, sí”, le contestaban, “pero ya ves que Don Chuy es bien mula, le gusta practicar golf 
con los nuevos y con nosotros también, si nos descuidamos”. “Pues sí, pero entonces quieren estar 
como muchos, nada mas ahí enterrados, con frío y contándose los gusanos sin poder salir. 
Así que no la hagan cardiaca -y no lo digo por ti, Enrique-, y muévanse que la noche es corta; 
luego llegamos cuando ya todas las chavas están ocupadas”. “Está bien, ahí vamos ya; 
pero que sea la última vez que nos asustas, cabrón”.
Mientras iban rumbo a la salida, Toño empezó a sacudirse el polvo y acomodarse las tiras de carne 
que le salían entre las brazos y el pecho. “Mira”, le dice Roberto a Enrique, 
“este güey se trajo la chamarra tamaulipeca y hoy no hace frío”. “Sí”, contestó Enrique,
 “además también se puso la falda hawaiana”, soltando los dos sonoras carcajadas,
 que hicieron que se oyera un “¡sssshhh!, ora, que no dejan descansar. A flojear al parque,
 holgazanes”, les grita Roberto, y siguen su camino rumbo a la puerta principal.
Tenían que salir precisamente por ahí, y que Don Chuy abriera la puerta para poder retomar su cuerpo 
como tal; aunque con ciertas limitaciones o ventajas todo podía suceder, claro que don Chuy 
no sabía que él era quien les favorecía cada vez que estos querían salir, pero ya le tenían 
tomada la medida. Siempre era lo mismo y siempre funcionaba; Enrique y Toño se ponían a golpear 
cruces y lápidas mientras Roberto gritaba, “la güera de la tumba treinta y dos se está escapando 
por la barda, y va con un sombrerudo”. Salía Don Chuy a toda prisa, abría el candado 
y corría a esperar a la güera del otro lado de la barda; decía “ahora sí te voy a agarrar in fraganti
canija güera”, pero por supuesto esto nunca ocurría. Mientras tanto aquellos traspasaban el umbral 
y recobraban la imagen de gente viva.
Lo primero que hacían era buscar un taxi que los llevara al centro, para ya ahí decidir 
a qué lugar entrar. Esta vez se dirigieron al bar “La última copa”. Servían bien y además
 había chicas bailando en el tubo. “¡Tuuubo, tuuubo, tuuubo!” entraban éstos cantando
 y contoneando los cuerpos, tal como si fueran bailarinas del lago de los cisnes 
-treinta y hasta cuarenta kilos después-, vaya que les sentaban bien los baños de tierra
 y el jugo de cempasúchil.
Siempre pedían una mesa al fondo y en la penumbra, no fuera a ser que alguien los reconociera,
 que no era esto lo que les preocupaba (eran medio cínicos), sino que se fuera a felpar algún conocido 
no deseado al verlos, y tal vez luego tendrían que cargar con él en noches como ésta 
(algo envidiosos también, diría yo).
“¿Qué van a tomar los señores?”, les pregunta la mesera. “¿Qué estará bueno para empezar?” 
dice Enrique. “¿Vamos a echarnos unas heladas?”, contesta Toño. “No, heladas no”, 
dice Roberto riéndose, “yo ya me eché a las dos de al lado que llegaron hoy”. 
“¡Cómo serás hablador y presumido!”, le dice Enrique. “Oh, pues… ¿por qué crees 
que se quedaron tan quietecitas? pues porque el Rober les dio su bienvenida, ¿qué no?” 
Levanta la mano derecha hasta el pecho y hace como que se sacude.
“Bueno, pide tú” le dicen; “tráigase unos güiskitos en las rocas”. “No, güisky no, pinche Roberto; 
ya sabes que el Toño en cuanto oye ‘rocas’ le da por tirarse de cabeza”, contesta 
sin poder aguantar la carcajada Enrique. Entonces Toño contesta ya un poco molesto
 -pues ya lo habían agarrado de su puerquito-, “mejor que traigan un roncito con agua”.
 “Estás loco” le dice Roberto, “Enrique nada más oye ‘agua’ y empieza a ponerse morado 
y se quiere ahogar; no vaya a ser que se tire un clavado en la taza del baño”.
 “Perdón” dice Toño a carcajada limpia, “entonces mejor unas medias de seda”. 
“Estás enfermo” le dice Enrique, “éste nada más oye ‘medias’” (señalando a Roberto) “
y le da por colgarse, saca la lengua el grosero y luego avienta los ojos a la barra creyendo 
que es mesa de billar”. Los tres estaban que casi se orinaban de la risa, mientras la mesera
 -que no entendía nada -estaba por retirase, cuando le dicen “espérese, no se vaya; 
tráiganos tres tequilitas pero que sean de la Viuda de Romero”, y sueltan otra vez las risas
 mientras la mesera se retira con cara de “móchense para andar iguales, pinches locos, 
ojalá se murieran”, pensó.
Ellos continuaban en su jolgorio, mientras las rondas de tequila seguían
 -que no fueron muchas tampoco -pero ya a la octava estaban algo ebrios; por la cuenta 
no se preocupaban ya que al final la suerte decidía quién asustaba al cajero, 
mostrándole su peor cara, y ¡vaya que surtía efecto! Siempre que volvían al lugar 
encontraban nuevo personal; hasta un favor le hacían al dueño del lugar, decían. 
Nunca batallaba con los despidos ni en la derogación de indemnizaciones.
Lo que les preocupaba un poco -pero sólo un poco -es que cada vez había menos bailarinas de tubo
 -aunque varias se volvían vecinas de tumba, que al principio era bastante molesto para ellos, 
ya que era una de quejas y culpas que no los dejaban en paz por algún tiempo: que
 “por tu culpa estoy aquí”, que “del susto que me diste me morí”, que “hubieras ido al bar otro día, 
cuando no estuviera yo”, que “a mí me atropelló un coche al salir”. Bueno, pero al final se adaptaban, 
y las que querían aceptaban los consejos de ellos y se divertían.
Cuando llegó la novena ronda Enrique se levantó y fue al baño; como no regresaba, 
le dice Toño a Roberto “voy a ver qué pasa con éste, no vaya a ser que haya visto un fantasma”
 -palabra que apenas pudo terminar, por la atronadora carcajada que soltaron los dos. 
Enrique no había llegado al baño, se había desviado al cuarto donde estaban los utensilios de limpieza, 
así como una pequeña escalera de madera de la cual estaba abrazado y le repetía
 “perdóname, flaquita; yo no quería pero ellos me sonsacaron, perdóname”.
“¿Qué estas haciendo, pinche Enrique?” le dijo Toño, “ésa no es la flaca de la lápida rosa;
 ésa se quedó allá bien fría, acuérdate que hoy no es su día”. “Entonces ¿por qué
 hasta me arañó cuando pasé?, mira, si aquí en la espalda sentí su dedito”. 
“Ah, ¡cómo eres güey!” le dijo Toño, “no es un dedo el que sentiste, es un clavo el que traes; 
te has de haber caído y te lo clavaste; lo bueno es que fue en el hombro y no en otro lado”, 
dijo sin poder contener la risa, “déjame te lo quito”.
“¡No, no!” gritó Enrique, “ahí déjalo, así siento que mi flaquita me extraña”. “Como quieras”. 
Volvieron a la mesa, pero Roberto ya no estaba ahí, “y ahora ¿a donde iría éste?” se preguntaron los dos, 
volteando a la vez y viéndose de frente.
“¡Ayyy, mamá!” se oyó a dos voces cuando se toparon las miradas. Ebrios, muertos y fríos, 
“está canijo, está canijo, ah, ¡eres tú!” dijo primero Toño. “Pues claro, ¿quién creías que era?”
 “No, pues yo pensé que eras Roberto pero más feo; me cae”. “No, pues yo sí pensé que tú eras tú, 
pero también más feo”, contestó Enrique, “¡me cae que sí!” En eso estaban cuando llega Roberto, 
“entonces ¿qué? ¿pedimos las otras? ¿o les pega don Chuy?”
“Pídelas” dijeron , “pero diles que traigan limón y sal”. “No, limón no, Enrique”, dice Toño, 
“luego Roberto lo chupa y pone cara de punta de globo mal amarrado”. “Sí, tienes razón,
 pone cara de como que se le atoro el mojón”, y sueltan la carcajada, mientras Roberto 
nada más pelaba el diente. Y dice, “¿tú qué, pinche Enrique? nada más chupas limón 
y pones cara de asterisco intestinal”, sin dejar de reír le revira a Toño; “y tú nada más 
pruebas la sal y se te pone la lengua como mapeador de hilo, puras hebras se te ven”. 
Los tres siguen riendo por un buen rato, mientras se toman otros tequilitas.
El bar se estaba quedando solo, ya eran casi las cuatro de la mañana, por lo que deciden retirarse;
 tenían que estar de vuelta a más tardar a las seis de la mañana en el panteón. Don Chuy se levantaba 
temprano y lo primero que hacía era dar un rondín e ir a revisar las tumbas de nuestros tres amigos; 
tenía la sospecha de que ellos eran los causantes de todo lo que se contaba en la ciudad, pero nunca 
encontraba nada irregular, bueno, a excepción algunas veces de limones sin chupar. Mientras tanto, 
en el bar decidían quién se encargaría de la cuenta, por lo que en una votación democrática
 tipo elección mexicana, dijeron Roberto y Enrique “te tocó a ti, Toño, tú vas”. “¡Ah cómo serán cabrones!”,
 les dijo éste, “la vez pasada también fui yo”; “bueno”, le contestaron, “la votación no deja lugar a dudas, 
¿qué quieres que hagamos? así lo decidió el electorado”, y sueltan la carcajada, sin que esta vez
 les haga segunda Toño.
“Ándale, mientras vamos saliendo tú ve poniendo esa cara de higo mordido que tan bien te sale; 
te esperamos afuera y no tardes, ya ves que con el susto que les das se hace un alborotadero 
que hasta nos da escalofrío, casi se paraliza uno de miedo”. “Sí, sí es cierto” dice Roberto,
 “me cae que la otra vez hasta pensé que de ésa no salía; es más, ya ven que prometimos
 no volver a tomar”. “Sí”, le contesta Enrique, “pero a no tomar de gratis” -vuelve la cascada de risas, 
se levantan y salen mientras Toño hace su parte.
Algunas calles adelante y ya con cara de serios abordan un taxi y le dan una dirección
 a dos calles del panteón. El camino transcurre en paz hasta el momento en que están por bajar del auto, 
entonces Toño les dice “ahora pónganse ustedes de acuerdo a ver quién paga”; en ese momento 
se detiene el taxi, el chofer voltea al oir abrirse las puertas, y mala suerte para él, porque en ese momento
lo que vio fue una cabeza con las cuencas de los ojos vacías y la lengua de fuera, enseguida
una espeluznante cara completamente morada y aventando chorros de agua por la nariz, “bendito sea”, 
se oyó que gritó antes de emprender una carrera a todo lo que daban sus piernas.
En las puertas del panteón y estando ya dentro (al regreso no era importante si estaba 
o no abierta la puerta, era una de las ventajas de ser descarnado) se pusieron de acuerdo 
para entretener a don Chuy y pasar sin ser advertidos (el cuarto que servía de refugio a don Chuy 
estaba a pocos metros de la entrada), más bien a quién le tocaba ir a desenterrar y derramar las monedas
 que guardaba don Chuy en un bote; que al momento de oir sus monedas golpear el piso, 
siempre salía abrochándose el pantalón y gritando “ladrones, rateros, infames, ¿quién vive, quién vive?”
Mientras esto sucedía el trío aprovechaba para pasar y llegar hasta sus tumbas.
 Toño fue el primero en entrar en su agujero, luego al ir entrando Enrique al suyo, le dice Roberto,
“espérate, güey, déjame te quito el clavo que traes en la espalda, eres capaz que te lo ve tu flaca
 y le cuentas todo; luego tienes que andar escondiéndole las costillas por todos lados 
para tenerla ocupada y así poder salir”. “Es cierto, ya ni me acordaba, es más, con lo pedo que vengo 
hasta creí que venía en brazos de ella”. Se metió mientras Roberto hacía lo mismo, 
no sin antes dejar regados tres limones que aún traía.
A eso del medio día, y con esa tranquilidad envidiosa de los cementerios, pasó don Chuy por el lugar
 y al ver los limones dijo “¡cómo me caería bien un tequilita para tranquilizarme!,




DESVIACIÓN.


Ya no es lo mismo caminar por las calles de esta ciudad,
la gente ha transmutado en gélidas sombras.
Oscuras, oscuras y sin ritmo,
por el temor a ser detectadas por el rayo fugaz asesino,
sombras flotantes, sin ojos ni oídos, sombras sin manos ni piernas,,
tan solo masas de miedo, moviéndose en tumbos sin dirección.
El silencio es el ruido que taladra nuestros cerebros,
las construcciones derruidas o abandonadas nuestro Edén,
las voces se han vuelto balbuceos pegajosos e inaudibles,
y los niños, los niños han dejado de existir,
ahora son adultos en un disfraz infantil,
que con miradas penetrantes e interrogantes,
sé preguntan sin poderse responder,
¿qué pasó? ¿qué está pasando? ¿qué más pasará?
Apenas susurrando piden lo que no hay, por supuesto,
siempre y cuándo las ráfagas de muerte los dejen susurrar.
Los silbidos de los plomos,
son el canto de las aves que ellos no han podido conocer,
y el ulular de las sirenas, su canción de cuna,
saben que hay qué esconderse debajo de la cama, o en el rincón del baño,
y con sus manitas taparse los ojos para qué nadie los vea y les haga daño.
El llanto de miedo lo han escondido muy dentro de ellos,
uno que otro lo suelta inconscientemente como gritando ¡basta!.
¿Los jóvenes? Siguen siendo una especie en peligro de extinción,
los menos; con su doble cara juegan al creador.
Los otros, buscan; no queriendo encontrar,
a los seres queridos, tirados en cualquier calle,
o lo peor de todo quietecitos en un cajón, calladitos sin poder decir adiós.



Desierto


Garganta seca, arena caliente,
mirada perdida, rayos de sol hirientes,
viento sofocante, salvación distante.

Cuéntamelo a tu modo


Párate de frente, mírame a los ojos,
dime si fue casualidad;
no bajes la vista, que no tiemble tu voz,
dime la verdad,
acércate un poco, para oler qué aroma traes.
¿Que pasó con tus zapatos ámbar de tacón?
y la chaquetilla blanca ¿dónde la dejaste?
dime qué sucedió mientras no estuve yo;
anda, no llores y habla, quiero oírlo todo,
escucharlo de esos labios que no me saben mentir;
vamos, cuéntame tu historia ya.
Estás nerviosa, te brota el miedo,
no lo puedes disimular,
te ves cansada, el esfuerzo debió ser grande,
estás agotada… lo siento en tu respirar.
La cama sigue desnuda, las sábanas en el suelo,
y las almohadas con huellas de trajín;
el espejo manchado por manos desesperadas,
dentro del closet he visto varias colillas de cigarro
y una botella vacía de ron.
La ventana sigue abierta dándole salida al rumor,
así que de una vez, dime que pasó mientras no estuve.
Anda, escúpeme en la cara lo que todos saben,
o platícame tu historia; tal vez te crea,
como tantas veces lo he hecho ya.

Como lo dicta el manual


 Todo estaba en calma desde hacía más de una hora en el 0666, 
cuando de pronto se oyó en la frecuencia policíaca el siguiente mensaje: 
“sector 3 entre las calles Del Jodido y Del Caído, 
se reporta un tiroteo entre hombres armados -repito -
entre hombres armados; esto es clave QPEN… QPEN… repito, 
repito… QPEN…dejo el que se acerque –repito - chín chín el que se acerque”.
El eficiente cuerpo de seguridad tardó ni más ni menos 
que una hora con 19 minutos 14 segundos en llegar; 
más rápido no se pudo, ya que en el camino a la escena 
hubieron de revisar a una conductora 90-60-90, cabello rubio, 
minifalda azul sobre torneadas piernas, y blusa ombliguera color beige; 
la presunta manejaba un coche de su propiedad, ella sola y en actitud sospechosa.
Después de llegar a la escena se dispusieron a aislar la zona con cinta amarilla 
con la leyenda ‘NO PARKING’; 
al acercarse al sitio donde estaban los cadáveres muertos, 
se percataron que había cientos de cilindros como metálicos… 
al parecer casquillos de armas de fuego -dijeron algunos -
al parecer entonces fueron baleados –dijeron -
procedieron a poner conos amarillos numerados, 
pero como nomás train ocho, decidieron juntar en un solo montón todos los casquillos, 
y poner un cono también amarillo más grande con la leyenda ‘WET FLOOR’. 
Antes de empezar la revisión del área y corporal, 
decidieron que parte del personal debería hacer un círculo alrededor del área 
para no contaminar la escena, por lo que 67 de los 70 elementos 
fueron designados a tan difícil tarea, “ no fuera a ser que aquéllos regresaran… 
o peor: ¿qué tal si van a buscarlos y los encuentran?”.
Estando los tres elementos junto a los cadáveres 
que seguían tirados sin moverse y sin respirar, 
procedieron entonces a la investigación científica a fondo; 
se dieron cuenta que todos los occisos tenían unos como agujeros en forma de cero, 
de los cuáles salía un líquido viscoso como color rojo cereza parecido a la sangre humana, 
por lo cual uno de ellos procedió a llenarse los dedos 
y tocar al tacto para asegurarse que efectivamente era sangre lo que les salía a los muertos. 
Luego sin que se diera cuenta su compañero se limpió los dedos en la espalda de éste, 
luego de esto dedujeron que los infelices no habían podido sobrevivir, 
no sin antes haber tenido un intercambio de teorías sobre la causa de muerte de los muertos: 
si por los balazos, o por el golpe al caer sobre el pavimento.
Se dedujo inteligentemente también que dos de los cuatro no eran hombres masculinos, 
ya que uno usaba senos y se vestía de mujer, 
además lo confirmaron tajantemente al ver en la identificación el nombre de Raquel, 
aunado esto a que en la foto sí se parecían; en el otro tenían una pequeña duda 
que ya ratificaría el forense, ya que a pesar que vestía de hombre y parecía hombre, 
en la identificación decía José Guadalupe.
Después de varios minutos de arduo trabajo (casi 180 minutos -tiempo del Este) 
dedujeron que se trataba de una ejecución múltiple con alevosía y ventaja, 
ya que los cadáveres no portaban armas, excepto uno de ellos, 
ya que encontraron un corta-uñas cerca de él y además estaba en posición como de ataque.
Luego llegó la camioneta oficial que se llevó los cadáveres y que decía ‘Funerales Te-Jo-Do S.A.’ 
 por lo que decidieron retirarse los oficiales, no sin antes aconsejar a los vecinos 
que para la otra, no les hablaran tan temprano porque luego se les pasaba la hora de comer…








Cargas y descargas



La tristeza es hermana de la melancolía
así como la risa lo es de la alegría,
el llanto es el geiser de los sentimientos
y las penas son el alimento del dolor;
la soledad es la guarida del olvido
así como el silencio es el canto del espíritu.
La envidia es una nube negra en el alma
así como el odio es veneno para la razón;
el rencor es una cuchilla ardiente en el cerebro
así como el desamor son trozos de vidrio en el corazón.
La mentira es la loza que con argollas de culpa
colgadas de los homóplatos se van jalando hasta el momento de expirar,
la hipocresía es llevar la boca llena de espinas
y los ojos arrancados en una botella de alcohol,
la traición es ir destazando el propio cuerpo
para irlo regando en el río de la tentación.

Alegría de vivir



¿Papá? ¿qué le pasa a la abuela?
¿por qué ya no se le oye la voz?
¿será que se le acabaron las palabras,
o que ya nadie la quiere escuchar?
¿Papá? ¿por qué la abuela ya no come?
¿será que su estomago está enfermo,
o que siempre le damos las sobras de los demás?
¿Papá? ¿por qué cuando paso frente a ella ni siquiera me mira ya?
¿será que sus ojos están cansados,
o sabrá que en veces la vemos como un mueble más?
¿Papá? ¿por qué la abuela no duerme?
¿será que ella no sueña,
o será que las noches se las gasta en llorar?
Yo la he oído desde mi recámara sollozar,
la oigo que menciona el nombre del abuelo,
y con voz muy queda le pide que se la lleve con él.
¿Por qué, papá? ¿por qué la abuela es así? ¿por qué, papá?

¿A la razón o al corazón?






No sé si hacerle caso a la razón o al corazón;
tengo que decidirlo pronto, no puedo ni debo dejar que el tiempo pase,
porque a cada segundo la herida se abre más
Y la incertidumbre no me deja vivir.
Ya debería yo de saber que esto pasaría,
que no sería fácil lidiar con la sociedad y menos con tus papás,
que enamorarse de alguien más joven
siempre nos pone en el centro de habladurías y de miradas inquisitorias,
nos rodea de manos listas con teas para encender la hoguera del pecador.
Tus diez años menos te hacen parecer frágil,
te quieren ver como una niña cuando ya eres una mujer,
se creen con el derecho a decidir por ti,
sin tener ni siquiera idea de lo que sientes tú;
piensan que llenándote de mentiras te van a alejar de mí.
La razón me dice que espere,
que el tiempo calla las bocas y aclara las mentes,
pero el corazón me dice que cada momento perdido
es como un siglo vivido sin tu calor.