Tu
e-mail
Habían pasado
casi doce año Habían s desde la última
vez que nos habíamos visto.
Qui’ubo, cabrón,¿ como has estado?, me dijo. mientras yo luchaba con mis recuerdos tratando de ubicar
la cara que me hablaba; ¿quién será este
güey?, retumbaba en mi cerebro.
¡Soy yo!,¡ Pepe!, dijo mientras apretaba
mi mano, que yo por cortesía ya había extendido, pues hasta el momento no lo
recordaba, ¡Pepe!, respondí con cara
de idiota, discúlpame que no te recordara
al momento, pero, pues hace como veinte kilos que no te veía. ¿Cómo te ha ido, canijo?, dije
hipócritamente, ya que aún me era borroso el recuerdo. Ahí vamos, dijo, ya ves, a pesar de la situación ahí vamos; mira, me casé con Cecilia, dijo con la
intención de presumir, la del “B”, te la
gané, cabrón, abrazando por el hombro a su mujer.
Fue entonces
cuando al fin me cayó el veinte; era ni más ni menos que mi “amigo” de la Preparatoria. ¿Qué tal, Cecilia? No le hagas caso a tu marido, ya ves cómo ha sido siempre de bromista.
No te preocupes, me contestó
mientras se acercaba a mi mejilla para darme un beso como saludo; cerré por un
instante los ojos, y pensé, qué bueno que
este beso no me lo diste hace dieciocho años, ¡gracias a Dios que no fue así!,
ya que lo único que quedaba a los sentidos era esa voz ronquita tan sensual, porque todo lo demás se
escondía bajo gruesas capas de epidermis.
¿Así que se fueron al otro lado?, pregunté tan sólo por abrir
la boca. ¡Sí! contestó Pepe, además
era precisamente eso lo que quería escuchar; ya vamos para seis años allá; ya hasta me hice ciudadano.
Qué bueno, le contesté con
desgano, ¿y qué es lo que haces?,
pregunté. Soy rufero, me contestó.
No, pues qué buena onda, pensé. ¿ Y cómo
están los hijos?, le pregunté, sin saber si tenían o no -aunque lo intuía
por la no tan buena reputación de su mujer. El
Joe acaba de entrar al Army, y la Marcy nos acaba de hacer grandpas,
contestó. Después supe que el hijo se llamaba José Clemente y la hija Maria
Celina; el hijo se metió al ejército porque les salió bien burro para la
escuela, y a la hija le ganó la calentura a los dieciséis años.
No, pues qué gusto de verlos. Y ¿qué andan haciendo
por acá con este calorón? Venimos
a comprarle unas medicinas que le recomendaron a la suegra, porque allá están
bien caras, y pues ya estando aquí, aprovechamos para echarnos unos buenos
tacos de barbacoa, ¿verdad, babe?.
Ya ves que la que venden allá en el otro
lado no sabe igual. Pero pues, qué buena onda que te vemos. Por cierto: tú
sigues igual, aunque más flaco y un poco pelón, ¿no?
Pues sí, los años no pasan en balde, pero aquí andamos
todavía.
Y ¿andas comprando cerveza?
me suelta Pepe con toda la mala leche del mundo. ¡No! Soy el gerente de esta sucursal, tenía que darme mi lugar,
aunque no era más que un pinche resurtidor de pasillo. Lo bueno es que a todos
los que trabajamos aquí nos vale puritita madre el trabajo, por lo que te
podías pasar el rato platicando sin bronca.
¿Y que pasó siempre con la universidad?, soltó con voz burlona Peeepee. La última vez que te vi me dijiste que te
iban a becar. Sí, pensé, me becaron… pero para que no saliera del
primer semestre.
No, pues ya ves, la jefita enfermó y tuve que ponerle
duro al trabajo -cosa totalmente falsa pero que no
falla; nada más les habla uno de la mamá y a todos se les ablanda el corazón
–bueno, a los que tienen madre.
No, pues sí, eructó el PP,
a veces la vida nos pone piedras en el
camino. Ya ves, yo también tuve que dejar la escuela.
¡Uy! ya hasta filósofo salió este güey, pensé. Sí, pero lo tuyo fue por lo
de la bronca de la mota, ¿qué no? le dije devolviéndole la leche. Se le
borró la sonrisa y se puso nervioso; no sabía que yo estaba enterado de todo lo
que había pasado esa vez. A lo mejor lo que le preocupaba era que Cecilia se
enterara que fue él quien puso en la cruz a su hermano Félix. De inmediato noté
que se le borraba el falso gusto que los dos sentíamos de vernos.
Bueno, pues tenemos que irnos -dijo esto poniendo cara de “me chingaste”. Pues que les vaya bien, me
dio gusto saludarlos y saber que están bien.
Si, a nosotros también. Apunta mi teléfono y pásame el tuyo, dijo
Pepe, a ver cuándo nos hablamos.
¿A ver cuándo
nos hablamos? Mejor: a ver cuándo nos la mentamos otra vez, pensé.
Sí, ahí te va; anótalo, le
conteste hipócritamente. Pásame también
tu mail, dijo. Déjame anotártelo
abajo del número de teléfono; el tuyo
es éste, ¿verdad? Sí, dijo.
Bueno, no se te olvide a diario checar tu mail. Te
aseguro que seguido me acuerdo de ti, le contesté
con una cínica sonrisa.
Dieron media
vuelta y jamás volví saber de ellos ni de su mail.
No hay comentarios:
Publicar un comentario