jueves, 29 de agosto de 2013

La evacuación




Al despertar, nos dimos cuenta que estábamos atrapados entre un rebaño de ovejas con grandes garras y colmillos, además de algo parecido a un casco que les oprimía la cabeza,  que hacía se les saltaran los ojos, y con esto verse más amenazantes. Sentíamos cómo nos envolvían con su vaho, que no nos dejaba respirar con libertad. No berreaban, más bien gruñían.
            La escena era la más terrible pesadilla, y sin embargo para nosotros una espantosa realidad; ninguno de los dos hizo por moverse o hablar, era como si nos telepatizáramos… de alguna manera intuíamos que si lo hacíamos sería el fin, era increíble cómo sólo con mirarnos, nos dábamos un poco de valor; además era lo único que podíamos hacer sin que las bestias lo notaran.
           Tal parecía que fuéramos las más débiles criaturas del reino animal, aunque, ¿qué podíamos hacer en tan desventajosa posición? ¡Nada! Simplemente nada más que esperar un verdadero milagro, pero ¿qué clase de milagro, si éramos ateos? Juro que en ese momento deseé ser creyente para al menos tener alguna esperanza, pero obviamente no era el lugar ni el momento para una conversión, ¿o sí?
Total, qué importaba en estos momentos de angustia, creer o no creer, si lo que más deseábamos en ese instante era que esas espantosas bestias se alejaran lo suficiente para poder escapar… ¡Pero no! Al parecer gozaban con nuestro miedo, con la cara de susto que tendríamos, como si estuvieren viendo o esperando algún acto circense.
¡Maldita la hora en que despertamos! Tal vez hubiese sido mejor no hacerlo, y que nos creyeran un desecho de la naturaleza; probablemente habrían pasado de largo sin fijarse en nosotros, y no estaríamos a su merced como ahora, ¡maldita sea! Por estar ensimismado en mis pensamientos no me di cuenta que la cabeza de una de ellas casi me rozaba la cara; lo noté al momento que me cayeron sobre el rostro unas gotas de su asquerosa baba.
El instinto de supervivencia hizo que no gritara y continuara inmóvil al sentir ese líquido espeso, verduzco y quemante; sobre todo quemante. El dolor era  insoportable, parecía como si fuese abriendo un surco por donde pasaba. Busqué con la vista y comprobé que no era el único que estaba sufriendo el tormento; pensé cerrar los ojos pero no lo hice, pudieran notarlo las bestias y quién sabe qué pasaría. La pregunta obvia y estúpida que daba vueltas en mi mente era, ¿qué hice para merecer esto? ¿Por qué a mí? Luego de unos momentos sentí cómo se iba enfriando la baba, porque ahora parecía como si tuviese en la cara una capa de hielo, ¡pero aún quemante!
Ya ni siquiera me acordaba qué carajos hacíamos en este lugar; lo cierto es que estábamos aquí, y en una muy delicada situación. Bueno, no tenía ni idea del tiempo transcurrido. De pronto un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, luego se repitió por cuatro veces hasta que con mucho esfuerzo descubrí el porqué; alcancé a ver, forzando mucho la vista, que una de las bestias me rozaba con su pelambre que parecía como puntas de cable electrificado, ¡oh Gran Espíritu, ayúdame! ¡Madre Tierra, trágame! ¡Jehová, arrópame! Me di cuenta que ¡estábamos desnudos! ¡completamente encuerados! ¡rodeados por animales infernales y en medio de no sé dónde! Apiádate de nosotros, luz de día; ahuyenta a estas bestias por favor.
Ya que ni se inmutaban, ni mucho menos se sentían aludidas… perversas, horribles, mal nacidas, engendros, o lo que sean, ¡ya váyanse y déjenos en paz!, o de una vez acaben con este martirio y hagan lo que vayan hacer.
Aunque nunca lo deseamos, creo que nuestro destino estaba ya escrito y a punto de ser leído. Acabar nuestros días en el estómago de un animal. Al darme cuenta que estábamos sin ropas comencé a sentir frío en todo el cuerpo a pesar del sol, así como las extremidades tiesas y acalambradas por dentro; era como si en vez de huesos tuviese algún tipo de conductor metálico por el que corriera alguna sustancia corrosiva. De pronto sentí una picazón en las plantas de los pies y sin mucho esforzarme intuí que eran las pezuñas de una de las bestias que se movía.
Para colmo de males llegaron las sombras y con ellas, la ceguera casi total, ya que lo único que veíamos era a esas malditas bestias que parecían no tener ninguna prisa de nada; con la oscuridad los ojos se les tornaron en un color amarillo horrible. El frío era ya más intenso, tanto que yo sentía que me congelaba y moriría de hipotermia; me sentí desfallecer, dejarlo todo a la suerte  ¿suerte? ¡a lo que sea! Ya no importaba mucho lo que nos pasara, no teníamos ninguna posibilidad, ni siquiera podíamos movernos, ni aventar un grito asusta-perros, ¡qué indefensos somos en realidad, cuánta falta nos hace la ropa, las armas; no somos nada ante la naturaleza.
       Comenzó a nublárseme la vista, todo me daba vueltas, además un asco insoportable se apoderó de mí; era tan fuerte que hasta me olvidé de las bestias, de sobrevivir. Perdí la noción del tiempo y de mi cuerpo también; deseé incluso no haber nacido, pero desgraciadamente estaba ahí. Todo se volvió completamente negro, las bestias desaparecieron de vista, pero el asco y el dolor estomacal se acrecentaba a cada momento. Un olor nauseabundo se apoderó de mis fosas nasales, mientras una leve sensación de calor crecía en mi congelado y maltrecho cuerpo; poco a poco se me fueron aclarando las pupilas, hasta que pude ver lo que parecía un atardecer; lo que efectivamente comprobé al aclarárseme un tanto la mente… pude ver a mi alrededor y vi que estábamos en campo abierto, y que de las bestias no había ni rastro; estábamos solos tal como habíamos llegado, seguía acostado en posición fetal esperando que el olor se fuera, ya que el asco y el dolor me habían dejado en paz.
                      Intenté aprovechar que no estaban los animales para incorporarme, pero resbalé, levanté un poco la cabeza para poder ver nuestros cuerpos… ¡Estábamos embarrados de nuestro excremento! ¡completamente cagados y vomitados!
Nos levantamos como pudimos, cada quién recogió sus ropas, y sin decir palabra nos alejamos del lugar rumbo al coche; a los pocos pasos volteé y alcancé a ver unos gajos de peyote sin masticar…



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