Elisa y Valeria
“Elisa electriza” decía Raúl, cada fin de
semana que se quedaban en su apartamento,
ahí donde nunca
faltaron las pastillas ni el alcohol.
Ah, qué noches de
lujuria y sudor, ah qué noches de sexo sin comparación.
Mientras, los
padres de Elisa creyéndola aún pura y sumisa, seguros que se la pasaba
estudiando en la casa de Valeria -que es igual o peor que su amada hija; las
joyitas se conocieron al entrar a la ‘prepa’ e intimaron al darse el primer
beso en los baños, el día que Valeria le insistió que no entraran a la clase
del maestro Godoy.
Elisa con su cara
de ratoncita y sus modales de señorita fielmente le obedeció, aunque por dentro
se regocijaba de haber encontrado a alguien que viera el mundo como ella
siempre lo soñó; platicaron y se tocaron solamente por gusto y diversión.
Valeria nunca
antes había besado una mujer, Elisa en eso le daba clases al por mayor; desde
la ‘Secun’ había probado los labios de varias compañeras del salón. Era una
diablilla con disfraz de ‘yo no soy’.
Sus padres todo le
creían y todo le daban con tal de no prestarle atención, total ¿para qué?, si es una niña buena, es
una niña educada, “sólo te faltan las alas, hijita” decía su mamá.
Elisa y Valeria,
Valeria y Elisa, las dos siempre juntas de aquí para allá, terminaron la
‘prepa’ a punta de copiar y pagar exámenes extraordinarios con carne fresca y
blanca, con su agregado de “otro ratito por el favor”; por cierto que mucho
antes de la graduación, perdieron el himen al mismo tiempo las dos, con un par
de tipos desconocidos “sólo por rebelión”, dijeron ellas.
Elisa les hizo
creer a sus padres que había entrado a la Universidad, sólo le bastó escanear
una matrícula y comprarse algunos libros al azar; ella sabía que sus papis nunca lo notarían, y… efectivamente así fue.
Mientras cada fin
de semana eran noches mojadas, noches ardientes, noches de sexo pastillas y
alcohol, noches de quejidos, maullidos, aullidos, gritos de placer, de saca y
mete sin compasión, noches lujuriosas pero sin amor.
Valeria por su
parte tuvo que trabajar; no tenía el dinero ni padres pasivos como los de su
amiga.
Ni aún cuando a
sus padres Elisa se les presentó encinta, quisieron enterarse por qué pasó.
Pasados los nueve
meses la joven dio a luz, y el producto a sus padres les encajó; ella
simplemente agarró algo de ropa, bastante dinero, y se marchó.
Los abuelos,
abuelongos, blandongos nada objetaron;
sólo callaron y se miraron entre los dos.
De Elisa por mucho
tiempo nada se supo; ni Valeria tenía noticias de ella, de aquélla que en tiempo
pasado eran uña y mugre.
Hasta que un día
alguien la reconoció en la foto de un periódico que al pie decía, que habían
encontrado el cadáver de una mujer andrajosa en una callejuela a la orilla de
la ciudad; en una mano tenía una jeringa, y en la otra una nota que decía “MAS
VALERIA NO HABER NACIDO QUE HABER TENIDO PAPAS”.
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