lunes, 13 de mayo de 2013



Elisa y Valeria

    “Elisa electriza” decía Raúl, cada fin de semana que se quedaban en su apartamento,
ahí donde nunca faltaron las pastillas ni el alcohol.
Ah, qué noches de lujuria y sudor, ah qué noches de sexo sin comparación.
Mientras, los padres de Elisa creyéndola aún pura y sumisa, seguros que se la pasaba estudiando en la casa de Valeria ­-que es igual o peor que su amada hija; las joyitas se conocieron al entrar a la ‘prepa’ e intimaron al darse el primer beso en los baños, el día que Valeria le insistió que no entraran a la clase del maestro Godoy.
Elisa con su cara de ratoncita y sus modales de señorita fielmente le obedeció, aunque por dentro se regocijaba de haber encontrado a alguien que viera el mundo como ella siempre lo soñó; platicaron y se tocaron solamente por gusto y diversión.
Valeria nunca antes había besado una mujer, Elisa en eso le daba clases al por mayor; desde la ‘Secun’ había probado los labios de varias compañeras del salón. Era una diablilla con disfraz de ‘yo no soy’.
Sus padres todo le creían y todo le daban con tal de no prestarle atención,  total ¿para qué?, si es una niña buena, es una niña educada, “sólo te faltan las alas, hijita” decía su mamá.
Elisa y Valeria, Valeria y Elisa, las dos siempre juntas de aquí para allá, terminaron la ‘prepa’ a punta de copiar y pagar exámenes extraordinarios con carne fresca y blanca, con su agregado de “otro ratito por el favor”; por cierto que mucho antes de la graduación, perdieron el himen al mismo tiempo las dos, con un par de tipos desconocidos “sólo por rebelión”, dijeron ellas.
Elisa les hizo creer a sus padres que había entrado a la Universidad, sólo le bastó escanear una matrícula y comprarse algunos libros al azar;  ella sabía que sus papis nunca  lo notarían, y… efectivamente así fue.
Mientras cada fin de semana eran noches mojadas, noches ardientes, noches de sexo pastillas y alcohol, noches de quejidos, maullidos, aullidos, gritos de placer, de saca y mete sin compasión, noches lujuriosas pero sin amor.
Valeria por su parte tuvo que trabajar; no tenía el dinero ni padres pasivos como los de su amiga.
Ni aún cuando a sus padres Elisa se les presentó encinta, quisieron enterarse por qué pasó.
Pasados los nueve meses la joven dio a luz, y el producto a sus padres les encajó; ella simplemente agarró algo de ropa, bastante dinero, y se marchó.
Los abuelos, abuelongos, blandongos nada  objetaron; sólo callaron y se miraron entre los dos.
De Elisa por mucho tiempo nada se supo; ni Valeria tenía noticias de ella, de aquélla que en tiempo pasado eran uña y mugre.
Hasta que un día alguien la reconoció en la foto de un periódico que al pie decía, que habían encontrado el cadáver de una mujer andrajosa en una callejuela a la orilla de la ciudad; en una mano tenía una jeringa, y en la otra una nota que decía “MAS VALERIA NO HABER NACIDO QUE HABER TENIDO PAPAS”.


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