La duda
"Está
nevando en París," alcancé a escuchar que
comentaban por la televisión.
Qué bonito
sería estar ahora mismo en lo más alto de la Torre Eiffel, poder ver desde ahí
el manto blanco cubriendo la ciudad. Tal vez hasta pudiera transformarme en
copos de nieve, y caer poco a poco por toda su geografía, ser parte del
paisaje, ser parte de esa atmósfera parisina tan peculiar, caer sobre el Sena,
y fundirme con sus aguas para ser parte de él.
O tal vez caminar por el corazón de Montmartre, y subir lentamente
los cientos de escalones que separan del suelo al cielo la Basílica,
disfrutando en el rostro, a cada paso, el choque de la blanca nieve, y sentirla
correr por la piel, como si fuesen trozos de la deslumbrante belleza de Sacre
Coeur.
O estar en lo alto de Notre Dame, como una quimera, y cuidar que los
demonios no se acerquen y traten de acabar con esta postal.
"Está nevando en París”, me repetí en silencio, y yo aquí en este cuarto, a miles de
kilómetros, y sin un peso en la bolsa. "París, París”, me volví a repetir; si no fuera por la fe de que
algún día te he de conocer, ya me habría lanzado por la ventana de este octavo
piso, tratando de comprobar si los muertos pueden volar…
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