lunes, 13 de mayo de 2013


La soprano


    Se decía que casi a la medianoche de todos los días, solía despertar a los vecinos con aquellos extraños ruidos que salían de su pequeño apartamento situado en la azotea del edificio.
    Nadie nunca quiso acercarse a su puerta a ver qué sucedía o a reclamarle algo; quizá era el temor a descubrir que lo que creían era cierto, o tal vez peor: que todo era infundado.
    Ella nunca hablaba ni molestaba a nadie, pues sabía que murmuraban a sus espaldas, que varios pares de ojos miraban por las cerraduras cuando pasaba; por eso prefería vivir de noche, en esa quietud que las sombras dan. Sabía que le decían “la bruja” pero no le importaba, lo que tal vez le molestaba un poco era la ignorancia y la nula autoestima  de sus vecinos.
    Continuamente se paraba frente al espejo y se gritaba “bruja, vieja bruja, ¡buu!”, para de inmediato soltar una carcajada; en verdad le divertía  burlarse de ella misma y pensaba en lo que dirían si la vieran haciendo esto, para al instante contestarse ella misma riendo “dirían vieja bruja y loca además”.
    Nunca recibía cartas ni visitas, no tenía teléfono ni televisor, no le gustaba usar la luz eléctrica ya que por la ventana siempre salía ese baile hipnotizante de las velas; había  adoptado dos gatos de los muchos que se daban cita al anochecer, a los que bautizó como Luz y Fer, que jugaban muy bien su parte pues cuando llegaban al apartamento de la señora arañaban la puerta y maullaban lastimeramente , así que vecino que los oía (y eran muchos) sentía congelársele la espina dorsal y corría a esconderse. Bueno, dicen que hasta hubo algunos que se hicieron en el pantalón, incluida una que otra dama -aunque en ellas no era muy notorio ya que sólo se les veían las piernas mojadas; el acabóse era cuando la señora les llamaba la atención a sus mininos, que aunque no gritaba muy fuerte, con la quietud de la noche y los oídos al pendiente, retumbaba en el edificio “¡Luz y Fer! ¡Aquí, ahora!”.
    Entonces se escuchaba el cerrar de puertas y ventanas quedando todo en silencio sepulcral, luego la dama solía cantar y recordar su no muy lejana juventud, sus noches en el teatro, el maquillaje, la música, los vestidos; en fin, todo.
    Para ella cantar era volver a vivir , era como una fuente de energía; por eso tampoco lo podía ni quería evitar, a las primeras notas aparecían en su ventana dos búhos  que frecuentaban el edificio debido a la gran población de roedores, producto del  nulo afán de limpieza de sus inquilinos.
    A uno le puso por nombre “Avernus” y al otro “Maldetus” como recuerdo de una obra en la que participó, así que cuando se juntaban sus cuatro adopciones y los llamaba uno tras otro, “Luz y Fer”, “Avernus  y Maldetus”, era el momento en que los vecinos chismosos  no asomaban ni la nariz por la orilla de la sábana, todo se quedaba quietecito quietecito, mas eso sí: con una tembladera general que hasta parecía que el edificio estaba bailando tap.
    La señora cantaba y cantaba mientras los gatos y los búhos le hacían coro, y ella siempre elegante con ese vestido negro aterciopelado y esa preciosa capa también negra que le arrastraba al caminar; mientras cantaba le gustaba cepillarse sus largos cabellos que caían en su espalda, para luego coger la escoba y bailar con ella como si fuera su galán. Cantaba y bailaba hasta transportarse al pasado, estaba feliz,  gritaba “Luz y Fer, acompáñenme esta pieza y ustedes Avernus y tú, Maldetus, traigan vino que esta noche es nuestra”; cantaba y bailaba hasta caer exhausta  en el único sillón que tenía, luego de un breve descanso salía a la azotea para admirar su enorme jardín celestial, luego se recostaba para dejarse bañar por la  luna; era entonces, cuando sus lágrimas mojaban su rostro, que la hacían despertar haciéndola acordarse de su soledad. Entonces  bajaba muy quedo por las escaleras, e iba deslizando bajo las puertas aquel sobre semanal con un billete y una nota que decía “Hola, amigos”; era tal vez por esto que los vecinos, a pesar del miedo, no se iban del edificio; creían que “la bruja” les pagaba por aguantar, pero la señora pensaba que estaba comprando amistad...




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