La niña y el niño
Cuando era pequeña alguien le dijo que
era fea,
una tonta si no
imitaba a las demás,
con sólo dos
palabras, le secuestró la confianza y su infancia.
Creció entre sombras, silencio y soledad,
y la verdad es que
ella era muy bella,
tanto por dentro,
como por fuera, no albergaba rencor, ni miedo.
Sin embargo temía
la presencia de los demás,
no le gustaba
mirarse al espejo,
creía que ahí
habitaba aquel ser lleno de maldad.
Siempre peinaba
sus cabellos a la luz de la luna,
y cuando las
sombras abrazaban su entorno,
entonces ella se
sentía en libertad;
le gustaba apuntar
a las estrellas, como queriéndolas pinchar,
escuchaba el
cantar del viento,
mientras desde su
ventana recorría con la vista toda la
ciudad.
A los 13 años
cumplidos se armó de valor y por fin salió,
era invierno y
hacía frío,
le temblaban
piernas y brazos mientras se agitaba su respiración;
caminó por las
calles hasta llegar al templo de la ciudad,
al entrar encontró
frente a ella a un hombre clavado en una cruz,
ella no le
conocía, pero Él a ella sí,
con sus manos
heladas, tapó su cara mientras decía,
soy fea y le voy asustar Señor, no me mire por favor;
está bien, voy a cerrar mis ojos,
pero te ruego que retires estos clavos que me causan
mucho dolor,
ella obedeció, y
al momento de sacarlos sintió que su corazón se llenaba de alegría.
Él le dijo
entonces, ven, mi niña, dame tu mano, no
temas.
Observa por estos agujeros que me han dejado y dime
qué ves;
acercó sus ojos a
las manos del Señor, y dijo,
veo a una niña que juega con las estrellas, que está
llena de felicidad,
me gustaría ser esa niña tan contenta y bella;
ella eres tú, le dijo el Señor al oído, mientras la envolvía en
sus brazos.
Al siguiente día
encontraron un par de zapatos de niña sobre una banca,
y en los brazos de
la virgen a su niño y a una niña que sonreía.
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