lunes, 13 de mayo de 2013


La niña y el niño
         


      Cuando era pequeña alguien le dijo que era fea,
una tonta si no imitaba  a  las demás,
con sólo dos palabras, le secuestró la confianza y su infancia.
 Creció entre sombras, silencio y soledad,
y la verdad es que ella era muy bella,
tanto por dentro, como por fuera, no albergaba rencor, ni miedo.
Sin embargo temía la presencia de los demás,
no le gustaba mirarse al espejo,
creía que ahí habitaba aquel ser lleno de maldad.  
Siempre peinaba sus cabellos a la luz de la luna,
y cuando las sombras abrazaban su entorno,
entonces ella se sentía en libertad;
le gustaba apuntar a las estrellas, como queriéndolas pinchar,
escuchaba el cantar del viento,
mientras desde su ventana  recorría con la vista toda la ciudad.
A los 13 años cumplidos se armó de valor y por fin salió,
era invierno y hacía frío,
le temblaban piernas y brazos mientras se agitaba su respiración;
caminó por las calles hasta llegar al templo de la ciudad,
al entrar encontró frente a ella a un hombre clavado en una cruz,
ella no le conocía, pero Él a ella sí,
con sus manos heladas, tapó su cara mientras decía,
soy fea y le voy asustar Señor, no me mire por favor;
está bien, voy a cerrar mis ojos,
pero te ruego que retires estos clavos que me causan mucho dolor,
ella obedeció, y al momento de sacarlos sintió que su corazón se llenaba de alegría.
Él le dijo entonces, ven, mi niña, dame tu mano, no temas.
Observa por estos agujeros que me han dejado y dime qué ves;
acercó sus ojos a las manos del Señor, y dijo,
veo a una niña que juega con las estrellas, que está llena de felicidad,
me gustaría ser esa niña tan contenta y bella;
ella eres tú, le dijo el Señor al oído, mientras la envolvía en sus brazos.
Al siguiente día encontraron un par de zapatos de niña sobre una banca,
y en los brazos de la virgen a su niño y a una niña que sonreía.

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