Desde la primera taza de té en el nuevo continente
éste comenzó a pintarse de rojo,
por doquier brotaron lágrimas y lamentos de dolor;
desde la primera taza de té ya nada fue igual,
ni la danza del fuego ni la danza de la lluvia.
Desenterrar el hacha ayudó poco en realidad,
esta plaga ya estaba en todo lugar
contaminando el aire, el agua, la tierra, las conciencias…
el monstruo rubio acababa de nacer,
y creció sin dirección devorándolo todo,
engullendo, tragándolo, babeando,
para después vomitarlo sobre nuestros rostros
y hacernos esclavos de él.
Desde la primera taza de té todo cambió,
el monstruo aprendió a hablar con lengua de serpiente,
se convirtió en actor y se impuso el papel de Dios;
muchos años duró la escena
hasta que el peso de sus locuras la taza derramó.
Entonces quiso llorar, pero no pudo…
Se dio cuenta que sus ojos estaban secos, que no sabía llorar;
quiso gritar, pedir ayuda, pero no pudo… se dio cuenta que no tenía valor,
que todo lo que hacía era con la fuerza y no con la razón.
El té derramado abrió la tierra de lado a lado y la tierra tembló,
el monstruo se asustó, corrió, se quiso esconder… pero nadie lo cobijó;
se dio cuenta entonces que nadie le quería, mas ¿qué sabía él de amor?
No conocía la ternura, la compasión, el perdón,
quería que alguien le explicara pero…
nadie quiso con él cruzar una sola palabra.
¿Acaso él alguna vez pidió opinión para tomar las vidas o tierras ajenas?
¿acaso él conocía lo que es un diálogo, si todo era por imposición?
Pobre diablo… no era más que un pobre diablo asustado y acorralado,
sintiendo un insoportable dolor en su interior, ¡pobre diablo!
Nunca pensó que sembraba su destrucción el mismo día que nació;
de sus ojos salían la mentira y la traición,
por su nariz y oídos el eco de un llanto desgarrador,
por su boca la misma sangre del creador,
por los poros le salía la pus que guardaba en su interior;
la bestia rubia no era más que un pobre diablo en extinción.
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