viernes, 14 de enero de 2011

Tormenta en el desierto





El viento de arena golpea los cuerpos,
ciega los ojos, marca los tiempos;
el hambre es la muerte, la sed es tormento,
el oro negro sigue gritando en el desierto;
el tiempo es un grano atrapado en un reloj de arena,
y la fe es un cometa que por el cielo fugaz ha pasado;
el pueblo sangrado y pateado voltea a los lados
preguntando sin resultado por qué la tormenta del desierto ha regresado;
el gallo canta en la cima, el león mueve la cola asustado
mientras el mundo brinda por la paz de papel,
embarrado de barras y estrellas…
Ellos han vuelto. Su sed de exterminio no ha terminado;
toneladas de bombas inteligentes
no han sido suficientes para acabar con un pueblo bien plantado,
¿por qué será que el mundo no despierta de este sueño cobarde
y a una sola voz diluye la niebla que nubla,
que hace ver al tirano como un gigante invencible?
Las barras son los barrotes de las celdas en que estamos atrapados;
las pintan de rojo la sangre de los pueblos que han pisoteado,
y blancas, porque quieren ocultar sus mentiras
con las que nos han engañado.
El viento de arena golpea los cuerpos morados
por lluvias de plomo y átomos liberados,
ciega los ojos de las caras arrancados,
marca los tiempos de los tiempos que no han terminado…
la tormenta del desierto se ha desatado.



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