viernes, 14 de enero de 2011

La cita







                   – ¿Tienes sueño? ¿tienes hambre?, estás muy raro, ¿deseas un whiskey?
                   ¿qué tienes? ¿qué quieres? ¡Al menos contesta, carajo!
                   me vas a hacer que estalle, caramba –le dijo ella.
                   – No, no te exaltes, mujer –contestó él –no quiero una copa ni tengo hambre,
                   mucho menos tengo ganas de dormir, y en cuanto a lo raro…
                   así soy desde que nací.
                   – No, no digo raro en tu persona, sino extraño en tu proceder; tu mirada… no sé,
                   es como si estuvieras lejos de aquí...
                   – Perdona entonces, mujer, pero esto es algo que no podrías entender;
                   mejor duerme y descansa, que mañana tendrás mucho que hacer,
                   ya lo veo… mucho que hacer.
                   – Te digo que algo extraño te pasa –dijo ella–
                   ¿por qué no me lo quieres contar?
                   – Es que no lo vas a entender.
                   – Claro que voy a entender.
                   – Es que no vas a comprender.
                   – ¿Y por qué no habría de comprender?
                   – Bah, al fin mujer, curiosa habrías de ser… en fin
                   cierra los ojos aprieta, los puños y no vayas a interrumpir;
                   lo que pasa sencillamente es que estoy esperando a la muerte…
                  – ¡QUÉEEE…!
                   – Que te calles y no interrumpas, si es que quieres saber lo que pasó;
                   estoy  en espera de esa señora tan conocida, sin embargo poco querida,
                   esa dama tan misteriosa, tan silenciosa, que sólo cumple con su deber;
                   que no le interesa sean pobres o ricos, blancos o negros,
                   ella cumple fielmente lo que ha de hacer.
                   – ¡Perooo…!
                   – Calla, mujer; escucha y no grites, te dije que era difícil de comprender;
                   resulta que vino ayer de mañana y me dijo:
                   – Mi socio, este negocio acabó,
                   terminó tu tiempo y tienes varias cuentas qué aclarar;
                   Cronos estuvo de tu lado, te sobró el dinero, el poder,
                   corrompiste ministros y gobiernos y creíste que yo me podía vender.
                   ¿Recuerdas a tus obreros, sus familias, tu hija, tus socios, la mujer de antier?
                   Familias enteras de tus obreros están muertas de hambre, tu hija te odia
                   ¿lo sabes?, tus socios en la cárcel o locos, la mujer sin su honra y en la calle,
                   ¿y todo por qué?
                   – Sí me acuerdo –le dije –mas, ¿ para qué?
                   – Precisamente por eso, –me dijo –por eso tenía orden de avisarte
                   antes de la hora  en que habríamos de partir, ¿lo entiendes, mi socio?
                   para darte tiempo de arrepentirte y calmar un poco lo que vendrá;
                   no somos tan malos, ¿verdad, mi socio?
                   – Y ya ves, mujer; se han ido las horas y no hice nada,
                   no hice absolutamente nada, no me arrepentí. ¿Sabes por qué?
                   Claro que no lo sabes… ¿Cómo ibas a saber?...
                   Resulta que yo, Don Señor, Su Excelencia… quise comprarle mi vida a la muerte…
                   ¡Já já já, qué idiota! la quise sobornar… ¡já já já, estúpido de mí!
                   No quise ver la realidad… ¿Sabes qué dijo?
                   ¿Qué vas a saber tú, pobre infeliz? Me dijo:
– Mi socio, aunque nada deseo ¿qué me puedes ofrecer? ¿Dinero?
– Sí, mucho dinero –le dije.
–Y ¿para qué sirve el dinero? –me contestó –si lo que realmente vale en la vida no lo puedes comprar? ¿Puedes comprar el viento? ¿un poco de amistad? ¿la brisa del mar? ¿la inocencia de un niño?
– Es cierto –pensé –¿pensé?...
– ¿Poder?
– Sí, mucho poder –le dije.
– Y ¿qué es el poder? –me dijo –¿Acaso puedes volar como las aves? ¿puedes correr como el río hasta llegar al mar? ¿puedes como el sol dar vida y calor?
                   Es más, ni siquiera puedes derramar una lágrima por compasión;
                   dime pues: ¿qué es lo que puedes ofrecer?
        Este… tal vez… –le dije.
– ¿Tal vez qué?  ¿tal vez qué? –me dijo.
                   ¿Es que no has entendido que éste es el final;
                   que antes de irnos estás pagando ya?
                   Que así como el viejo has de mendigar, como niño vas a llorar,
                    como tu hija vas a suplicar cariño, como tus socios vas a perder la libertad,
                   como aquella mujer ¿te acuerdas? así vas a implorar,
                   y así como con tu dinero, tu castigo no te lo vas a acabar. Eso decías ¿no?
                   – Pero… ¿y mi mujer?
                   – ¿Tu mujer?...
                   – Sí…
                   – Tú nunca tuviste mujer. Esa persona que duerme en tu cama
                   nunca fue tu mujer; nunca la amaste, la engañabas, nunca le diste amor,
                   sólo dinero. Esa mujer que dormía a tu lado para ti era sólo un objeto sexual.
                   Pero ¿qué te pasa? Tiemblas, tienes miedo. ¡Huy, huy, tiene miedo el señor!
                   ¿Qué pasó con la guasa que tanto contabas de mí? ¿te acuerdas?
                   ¿No decías que cuando llegara te iba a pelar los dientes?
                   Pues sí, mira qué blancos, ¿no? Que me ibas a engañar, que con tanto dinero
                   te ibas a congelar y después de cientos de años ibas a despertar…
                   y que tomando en cuenta que el mismo delito no se juzga dos veces,
                   ibas a ganar.
                   ¡Lástima, mi socio! Llegué antes que encendieran el congelador,
                   ¿qué me dices, mi socio? Aún tenemos minutos para platicar.
                   – ¡Mujer!… ¡Cariño, dame la mano…! ¡Mujer…!
                   ¡Nooo…! ¡noooo…! ¡Ayuda…!
                   – ¿Qué te pasa, mi socio? No escandalices. ¿Qué no ves que no te escucha ya?
                   ¿No entiendes que ya dejaste tu cuerpo, que estás entrando en mi dimensión?
                   Nunca supiste ver más allá de tu interés, y esa fue la causa del precio
                   que has de pagar. No te quejes. Nadie te impuso el castigo. Tú solo fuiste 
                   tejiendo la red y poniendo las cosas que habrías de cargar…
                   La tuya es muy grande y lo triste, mi socio, es que nadie te va a ayudar...
                   – ¡Mujer! ¡Mujeeercitaaa…! ¡Cariño…!
                   – Sssshhhh… ya no te oye. Cállate.
– ¡Auxiliooo…! ¡No es cierto, es un sueño…! ¡eres una pesadilla…!
¡Aléeejateee…! ¡Déeejameee…!
                   La muerte lo tomó del brazo y se lo llevó. La hora había llegado.
                   Él tenía una cita en el más allá.


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