viernes, 14 de enero de 2011

Mi vecina



Estaba sentada muy bien vestida, como toda una damita  que ni soñada;
muy bien peinada, fresca, recién bañada.
Estaba ahí sola, pensativa; creo que hasta lloraba en silencio…
al menos su semblante me decía que estaba sufriendo.
Yo la veía muy claramente desde mi ventana, éramos vecinos,
nuestras casas estaban casi pegadas… unos  metros  una de la otra;
siempre en las mañanas antes de irme a la escuela, y en las noches antes de dormir,
dedicaba unos minutos para admirarla; era tan bella.
En todo momento tuve deseos de conocerla personalmente, de platicar con ella,
pero era tan difícil… bueno, casi imposible, aunque… ella siempre ahí,
a un lado de la ventana mirando al horizonte,
y con esa mirada que te juro, había veces que sentía con la misma intensidad su tristeza;
varias veces traté de llamar su atención de mil formas, pero siempre fracasé. Brincaba,
echaba maromas, imitaba a los simios, escribía grandes carteles que ponía en mi ventana con cosas como “hola”, “buenos días”, “me ayudas con la tarea”, etc., etc.
Nunca siquiera me sonrió, y es que la verdad llegué a enamorarme de ella… era tan linda;
recuerdo que una vez un día del mes de octubre me armé de valor y me dije:
bueno, amigo, tú dices que estás enamorado de la vecina,
pues… ¡qué esperas, pedazo de plomo, ve y díselo!” Entonces que me armo de valor
y así de repente, como te lo cuento, que me dirijo a su casa; llegué, toqué… nadie abría… 
pasan los segundos y nada, y que el valor se va convirtiendo en nervios y más nervios…
Luego para acabar de amolar las cosas, que sale un perro de no sé dónde;
te juro que nunca lo había visto ni mucho menos lo había oído ladrar,
y eso que te digo que nuestras casas están casi pegadas… total, que cuando abren la puerta lo primero que veo es una señora que me pegó un susto de los mil demonios,
que lo único que pude hacer fue correr… entré como de rayo a casa derechito a mi cuarto,
mi madre al verme llegar tan apurado se acercó a mi habitación y preguntó con grandes ojos “¿Qué te pasa, acaso estás entrenando para las olimpíadas o qué sucedió?,
¿por qué esa cara? ¿a quién viste?”Yo por supuesto no podía hablar, y además me encontraba bastante agitado… un tanto por el susto, otro tanto por la carrera…
cuando al fin me calmé y pude hablar, le platiqué a mi madre lo que había visto.
Al estarle platicando fue cambiando su semblante hasta estallar en sonoras carcajadas;
yo, atónito, sin entender ni fu ni fa… al calmarse mi madre me dice “hijo, hijo,
no era más que una mascarilla de aguacate, y en el cabello un tratamiento con henna;
cosas de mujeres, hijo, ni fantasmas ni el chamuco… una simple mascarilla…
anda, recuéstate y duerme”. Yo creo que con tanta risa se le olvidó preguntarme
qué andaba haciendo allá… me imagino: y “qué falta de respeto la tuya”, y que “tú…” y que “¿para qué?...” y que “¡uff!”…  No se hubiera callado en mil horas… Ya cuando se marchó yo la verdad seguí temblando… ¡qué mascarilla de aguacate…! ¡mangos…! ¡mascarilla de vampiro, qué…!
Corrí a la ventana y ahí estaba ella, ni risa ni llanto, es más, ni enterada de mi hombrada;
al otro día lo primero que hice  fue asomarme a ver a mi vecina;
grande fue mi sorpresa al ver que había cambiado de lugar,
ya no estaba donde podía admirar su rostro… ahora me daba casi la espalda,
veía solamente sus largos cabellos, y si tenía suerte, parte de su nariz…
Me fui acostumbrando poco a poco a esta nueva situación,
hasta que ya no me importó tanto si estaba de frente o de espalda;
lo importante es que estaba ahí y éramos amigos, yo lo sabía, hasta platicaba con ella…
te juro que me oía, pues cuando le contaba algo gracioso notaba que ella volteaba un poco y casi sonreía… yo en mi ventana, ella en su silla…
tan linda, tan bien  peinada, siempre tan limpia, tan fresca…
aunque, a decir verdad, algunas veces un poco rara; a veces notaba como si le faltara
el aire, luego se ponía las manos en el pecho…
siempre en esos momentos yo le hablaba, le contaba cosas chistosas, pero no…
no daba resultado… ella seguía así hasta que alguien llegaba y se la llevaban…
Resulta que un día de marzo (y qué paradoja del destino: era un día soleado),
el cielo con pocas nubes, los pájaros en los árboles cantando, la gente en la calle se veía alegre...
Yo como todos los días corrí a la ventana, mas al momento noté que algo raro sucedía,
¡cómo ni iba yo a saberlo!, claro que sabía que ella debería estar ahí,
no esas cortinas que no me dejaban verla… ¿Que si me enojé?... claro que me enojé…
mas de pronto mi enfado cambió por incertidumbre…
¿Qué está  pasando?” me preguntaba…
Comenzó a llegar gente extraña, todo estaba muy raro;
de pronto salió la señora… sí… aquélla de la mascarilla…
claramente la vi que estaba llorando; tras de ella salió otra persona que sollozaba…
pegué mi cara a la ventana tratando de escuchar o al menos ver algo;
grande fue mi sorpresa al ver salir una camilla, y ella ahí, pero toda tapada con una sábana
¿lo crees? ¿lo entiendes? ¿en verdad lo entiendes?...
Salí corriendo de mi cuarto sin importarme nada, lo único que quería era saber qué le había pasado y por qué la llevaban así, de esa manera…
corrí , y al llegar a donde estaba pasando la camilla, salté y me paré frente a las personas que la empujaban; me miraron desconcertados, y se detuvieron.
Atrás de ellos la señora de la mascarilla, que a decir verdad, no era tan vieja ni tan fea;
con la mirada: dije que quería verla… la señora  asintió con la cabeza,
me acerqué, y una persona de las que estaban ahí levantó la sábana… y la vi, la vi tan cerca…
es más: la toqué, le hablé, le toqué su nariz… pero ella no se movía, no sonreía,
creo que hasta estaba un poco fría;
volví la cara y le dije a la señora “oiga, creo que tiene frío… está un poco helada,
tal vez por eso no habla…
Al decir esto la señora por respuesta soltó el llanto, se llevó ambas manos al rostro
mientras yo volteaba hacia ella pues sentí que me hablaba;
fue entonces cuando noté que tenia unos horribles aparatos de metal sujetos a sus piernas, sentí que ella sufría, que sufría mucho y tal vez por eso no se movía…
Las personas de la camilla se la llevaron y la colocaron en una ambulancia,
desaparecieron, se la llevaban con ellos sin yo haber podido nunca hacer que ella me hablara;
lloré, lloré mucho… salieron mis padres, vinieron a mi lado preguntándome por mi llanto,
yo sólo les señalaba el horizonte por donde se la habían llevado.
Se acercó la señora y algo les dijo; luego, mi madre me acercó a su pecho y me abrazó,
luego me dio un beso y me dijo que fuéramos a casa, que allá me explicaría
lo que había sucedido. Al ya estar en casa recuerdo que mi padre nos trajo una limonada,
me dijo que tomara un poco, que me iba a sentir mejor.
Recuerdo las palabras de mi madre. Me dijo “hijo, tu amiga está muy contenta 
porque ella sentía el cariño que le enviabas a través de la ventana día a día;
te diré también que tal vez fue mejor así…
¡Pero, mamá…! Esos fierros que tenía en  sus pies la estaban lastimando…
No, hijo, es que ella padecía una enfermedad y esos aparatos la ayudaban un poco…
Mira, hijo: pon atención para que te explique y me entiendas…
Mi madre habló, habló, habló… pero yo… sin entender lo que me decía…
Madre” le dije, “me gustaría ir a mi cuarto… ya luego me explicarás… quisiera estar solo…
Me fui a mi cuarto y lloré creo que toda la noche;
por la mañana corrí a la ventana. Me dije “tal vez  lo de ayer fue un sueño
y ella va a estar ahí…” Nada. No había nadie ni nada. Es más: varias personas sacaban los muebles  de la casa. Pensé “primero la mandaron a ella, y luego se van los demás...
Han pasado casi veinte años y aún me duele recordar esto, y más me duele porque hoy sé realmente lo que aquella mañana pasó; ella estaba muerta y ya no habría de verla jamás,
tenía esos horribles y fríos metales en sus piernas por la polio, nunca me vio ni nunca me sonrió porque era invidente de nacimiento…
¿Que si lloro cuando me acuerdo? Claro que lloro cuando me acuerdo....

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