jueves, 13 de enero de 2011

El hilo cocido




La vagina de mi vecina enfermó.
Todo inició con la comezón, el ardor y el cambio de color;
se rascaba, y a cada rascada daba un brinquito del dolor.
El día que fui a visitarla le dije asustado: “vecina, pero ¿qué le pasó?
­ ­“¡Ay, vecino, si usted supiera…!” respondió.
Pues dígamelo”, le dije, “no se quede con la tentación”.
¡Ay, vecino, si usted supiera…!” repitió.
¡Pues suéltela ya, vecina!”
Precisamente por eso, vecino: por soltarla me pasó lo que me pasó…”
Ay, vecina, pues sí que se le puso dura la cosa…”
Dura se le puso al infeliz que me amoló; bueno, aunque al menos me pagó,
no como otro que estoy viendo y nunca trae ni para el camión…”
¡Ah, cómo será echadora, vecina! Y uno que se preocupa tanto por usted”.
No sea sentido, vecino, y dígame qué me pongo ahí”.
Por lo pronto, póngase usté un calzón, porque se le ve re’feo
y no vaya a ser que se vaya a resfriar…”
Aah, cómo será de veras, vecino.”
No lo tome a la mala, vecina; en serio le quiero ayudar,
pero pues, sólo se me ocurre el remedio del hilo cosido…”
Ay, vecino, se me hace que me quiere agarrar otra vez.
Bueno… quisiera, pero así como está, no.”
¡Yo no me refería a eso, mal pensado!
Pues yo sí me refería a eso. Pero ya aclarado el punto, a lo que sigue.
Entonces dígame ya, vecino, ¿cuál es el famoso remedio del hilo cocido?
Verá, vecina: se consigue una aguja de zapatero del numero tres, e hilo;
se lava muy bien el sitio, se encomienda a San Cornelio,
y con mucho cuidado se lo cose bien, a doble puntada,
para que ya no lo use y no ande usté perjudicando a los de la vecindad…”
No acabé de decir esto, cuando me pasó zumbando por la oreja izquierda
un objeto volador casi identificado a un cenicero, el cual no quise investigar;
salí por piernas de la casa de la vecina,
que por cierto, a los pocos días cambió su lugar de residencia
al otro lado de la ciudad,
dejando aquí a más de tres con comezón y ardor en las partes bajas:
exactamente ahí en donde a un hombre le duele el honor...


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